Este año se cumple el 250 aniversario del proyecto de Carles Sabater, el ingeniero catalán que proyectó el primer intento serio de colonización del delta del Ebro. Hasta entonces el delta no era como lo conocemos. Ni tenía la misma extensión ni ofrecía las mismas posibilidades de habitación. La historia del delta, la física y la humana, se explica en los últimos siglos. Desde la centuria de 1700, cuando la estampa de marismas -fabricada por la alianza del río y del mar- sería progresivamente transformada en un paisaje de cultivos ordenados y de pueblos planificados. El delta del Ebro, que se presenta al mundo con la marca cultural "La Catalunya insòlita" es, también, el entorno paisajístico y humano que explica mejor la esencia mediterránea del país. Aquella que revela las raíces históricas y culturales de una Catalunya indisociablemente ligada al Mediterráneo y al Ebro. Con el proyecto de Sabater se iniciaba una historia épica que tardaría siglos en culminar.
El delta que no existía
La profesora Mireia Esparza, de la Universitat de Barcelona, publicó un interesantísimo trabajo que revela la formación geológicamente reciente del delta, y que explica, por ejemplo, que en la época de la dominación romana el río todavía no había ganado ni un palmo de suelo al mar. No sería hasta hacia el año 1500 que el delta empezaría a adquirir el trazado actual, con la particularidad de que las tierras ganadas al mar eran una marisma de barro y de charcos. Observando los mapas que dibujan la evolución del delta, sorprende la velocidad que adquiere el proceso de formación a partir de la centuria de 1500. Algunas teorías lo relacionan con la devastadora deforestación y erosión de los Monegros -el mayor bosque comunal de Europa-, iniciada en tiempos de la Armada Invencible y culminada a bombo y platillo por el ministro privatizador -y pretendidamente ilustrado- Aranda, sobre las cenizas de los fueros aragoneses, liquidados a sangre y fuego por el primer Borbón.
La navegabilidad del Ebro
Los ministros ilustrados de Carlos III -el de la puerta de Alcalá- tenían un curioso concepto del progreso. Después de la privatización y deforestación de los Monegros, y de los beneficios que representó para sus ilustrados y lustrosos bolsillos, plantearon un proyecto de recuperación de la navegabilidad del Ebro desde el Mediterráneo hasta Zaragoza, más allá del tráfico de los tradicionales laúdes -las navatas aragonesas y las almadías navarras. Embriagados de poder político y de éxito económico, se les ocurrió la estupidez de amputar a Catalunya "Tortosa y su puerto" -que quería decir todo el valle del Ebro catalán- y transferirla a Aragón, con la peregrina excusa de impulsar la actividad comercial de Zaragoza. Los profesores de historia Emeteri Fabregat y Jacobo Vidal lo explican en un interesante trabajo publicado por la Universitat Politècnica de Catalunya. En este contexto surgiría, también, el proyecto de convertir el puerto natural de Els Alfacs en una gran base naval.
El puerto de Els Alfacs
Era el año 1780 y Carlos III puso sus ojos y sus colmillos sobre el delta del Ebro. Aquella marisma de barro y de charcos había dibujado un caprichoso abrigo que formaba un gran puerto natural: Els Alfacs. Y en su particular concepto de progreso ilustrado, imaginó una gran base naval destinada a ser la gendarmería del Mediterráneo. Y allí donde había un pequeño pueblo de pescadores planeó una gran ciudadela con edificios monumentales. También en su particular megalomanía debió de considerar que el nombre del pueblo, La Ràpita dels Alfacs, no era lo bastante digno para su proyecto monumental. Por catalán y por popular. Y decidió, como quien decide ir a hacer un trabajo que únicamente puedes hacer solo, cambiar el nombre por el de San Carlos. Básicamente, en honor a su augustísima persona. El añadido de la Ràpita se incorporaría posteriormente, cuando el proyecto, por cuestiones económicas, se quedó en mantillas, y el capricho del rey desapareció repentinamente.
Los canales de Sabater
Sabater, en cambio, redactó un proyecto realista con las posibilidades que ofrecía el medio y comprometido con las necesidades de la sociedad. Proyectó dos canales en paralelo al río Ebro que ejercerían al mismo tiempo como vías de comunicación, como arterias de irrigación y como ejes de vertebración. Los canales de la derecha y de la izquierda del Ebro y sus acequias se planificaron como una telaraña que articulaba y cohesionaba el territorio. Sabater proyectó la creación de un mínimo de diez nuevas poblaciones de colonización situadas en el delta estricto, que impulsarían la desecación de balsas naturales, el aplanamiento de terrenos inclinados y la consiguiente explotación del territorio. Algunas, sobre pequeños asentamientos previamente existentes, como La Cava, que serían reurbanizados con los criterios racionales imperantes en la época y ampliados, y otros de nueva creación, como Sant Jaume. Algunas otras quedaron como simples testimonios de un proyecto que la inercia de la historia dejaría irrealizados.
La barraca y los pescadores de la Albufera
La vivienda tradicional del delta es la barraca típica de las zonas lacustres del Mediterráneo. Este fenómeno se explica por las singulares condiciones físicas del territorio. Pero también por el origen de los primeros colonos de Sabater. Mucho antes de completar el proyecto se produjo una importante inmigración de familias de pescadores procedentes de la Albufera valenciana, que serían los pioneros del proceso colonizador. Entonces la Horta valenciana era una olla a presión a un hervor de estallar por la superpoblación y por las salvajes crisis económicas de factura borbónica que castigaban, especialmente, a las clases más humildes. Aquella inmigración se convirtió en una válvula de escape con un resultado más que discutible. La primera colonización del delta tuvo todos los ingredientes de una tragedia, con los insectos y las enfermedades propias de las zonas pantanosas como protagonistas destacados. La necesidad y la adaptabilidad, sin embargo, acabarían imponiéndose.
Poblenou del Delta
Después de los pescadores de la Albufera se produciría un goteo constante de asentamientos que se prolongaría durante toda la centuria de 1800. La continuación y la culminación de una lucha titánica, repleta de episodios dramáticos, por el dominio del medio natural. Campesinos del Ebro catalán y ganaderos del Bajo Aragón se sumarían a una remota población primigenia y a los pescadores valencianos pioneros, y constituirían una sociedad compleja y compacta que daría forma definitiva al paisaje natural, social y económico actual. El último testimonio de la obra colonizadora sería el proyecto franquista de Poblenou del Delta, llevado a cabo con campesinos de la comarca. En conjunto, una larga y épica trayectoria que se explica de una forma muy didáctica y recomendable en el Museu de les Terres de l'Ebre, en Amposta, en un edificio de arquitectura a medio camino del estilo colonial y del modernista, que es el recipiente de la historia de la Catalunya insólita y esencial. La de la última colonización catalana.
Imagen principal: Viviendas de los colonos del delta, finales del siglo XIX / Fuente: Centre d'Interpretació les Barraques del Delta