"Han desaparecido las putas estatuillas", fue lo primero que escuchó el detective Marc Zavala cuándo descolgó el teléfono de su despacho en la comisaría central del departamento de policía de la ciudad de Los Angeles. Era la llamada que levantaba la liebre de una de las historias más rocambolescas nunca vividas en la historia de los Premios Oscar: el robo de las 55 preciadas estatuillas doradas el 13 de marzo del 2000, solo dos semanas antes de la celebración de la 72 ceremonia de los galardones de la Academia de Cine de Hollywood. Un palo desastroso que no habrían imaginado ni los más prodigiosos guionistas de la industria cinematográfica, perpetrado por personajes dignos de una película de los hermanos Coen.

🟠  Oscars 2023: fecha, nominados, presentador y todos los detalles de la gala de Hollywood
 

🟠 La recreación de la voz de Val Kilmer en Top Gun: Maverick
 

El 17 de marzo de 2000, 9 días antes del día D, cuando ya era imposible ocultar el robo, Bruce Davis, el portavoz de la Academia convocó a los medios de comunicación para ofrecer una conferencia de prensa. El mensaje que quería transmitir era claro y conciso: "La 72 ceremonia de los Oscars no peligra". Y no, la gala no estaba amenazada, pero, indudablemente, aquella fue la noche de los Oscars más accidentada de los premios más relevantes del mundo del cine.

Las papeletas perdidas y las estatuillas de los Oscars 2023 robadas

Los casos, y esto no es un spoiler, no estaban relacionados, pero hay conexiones caprichosas que vinculan las dos historias. Como cada año a inicios del mes de marzo, la Academia envió por correo a sus miembros las papeletas para que realizaran sus votaciones para los Oscars 2000. Eran un total de 5.600 boletos. Aquel accidentado año 2000 se perdieron 4.000. El organismo organizador de los premios volvió a hacer el envío a sus académicos ampliando unos días el plazo de votación. Días más tarde, los boletos desaparecidos se localizaron abandonados en una esquina de una oficina de correos de Bell, una ciudad residencial cerca de Los Angeles. Fue en un almacén de reparto de mercancías de la compañía Roadway Express de la misma ciudad de Bell donde se cometió el robo de las 55 estatuillas de los Oscars.

stolen óscars lede
El año 2000 desaparecieron las 55 estatuillas de los Oscars pocos días antes de la ceremonia de entrega de los premios

"Marc, tengo un problema de los gordos", confesaba al otro lado del teléfono Jon Gerloff, jefe de seguridad de Roadway Express. "Es mi puto culo el que peligra, tío. ¡Ayúdame!". Marc Zabala era el jefe de la división de grandes robos de mercancías de la policía de Los Angeles. Hacía años que conocía a Gerloff, jefe de seguridad de Roadway Express. Si aquel tipo bregado en mil batallas lloriqueaba, el problema tenía que ser grave. La era: habían desaparecido del almacén central de la empresa de transporte las 55 estatuillas de los Oscars del 2000.

El robo de las estatuillas de los Oscar 2000, un trabajo interno

Desde 1982 las estatuillas de los Oscars las elabora la empresa R.S. Owens & Co de Chicago. Aquel año 2000 no fue ninguna excepción. Los 55 galardones (no hay tantas categorías, pero siempre se elaboran estatuillas de más por lo que pueda pasar) salieron de las dependencias de R.S. Owens & Co la fecha prevista y llegaron el 8 de marzo al muelle central de Roadway Express repartidas en 10 pallets de grandes dimensiones. La ceremonia era el 26 de aquel mes. El robo se descubrió el 13. En este punto de la historia solo la empresa de transporte, el detective Zavala y la Academia sabían lo que había pasado. La Academia encargó de urgencia 55 estatuillas más a R.S. Owens & Co. Quedaban trece días para el día D. La empresa garantizó que el nuevo encargo llegaría a tiempo. La ceremonia no peligraba. Pero la Academia, por prestigio e imagen, tampoco quería que el robo saliera a la luz.

El detective Marc Zavala lo tuvo claro desde el momento en que recibió la llamada de Jon Gerloff: el robo había sido una faena interna. Trabajando a contrarreloj pidió a la empresa de transporte que le facilitaran las grabaciones de seguridad desde el día en que había llegado el cargamento desde Chicago, hasta el día en que se descubrió el robo. Eran horas y horas de grabación en cintas de VHS que no revelaron nada extraño. Aunque la mercancía era difícil de ocultar, en un espacio tan grande con tantos muelles de carga y descarga, tampoco era particularmente extraño que los vídeos no descubrieran ningún detalle.

El premio a los ladrones más estúpidos es para...

Sin pistas con las que empezar a trabajar, Zavala pidió un listado de todos los trabajadores que aquellos días habían pasado por su nave central. El detective, acompañado de dos de sus hombres de máxima confianza: el también detective Robert Rivera y el oficial Heather Arnold interrogaron a los operarios de Roadway Express. No obtuvieron ninguna respuesta. En la plantilla de la empresa de transporte imperaba la ley del silencio. Y entonces el diario Los Angeles Times destapó el robo: "Y el premio de la Academia a los ladrones más estúpidos es para...", rezaba el titular del artículo. Una pieza en que, más allá del hurto, se enfatizaba en el hecho que las estatuillas, lejos de lo que creía la gente, están hechas de una aleación de plomo y estaño recubierto de una fina capa de oro. El precio por unidad era entonces de 327 dólares, por lo que el valor total del robo era de unos 18.000 dólares. "Y el premio de la Academia a los ladrones más estúpidos es para...".

marco zavala
El detective de la policía de Los Angeles Marc Zavala dirigió la investigación del caso de los Oscars robados

Aunque la Academia ya había encargado una nueva remesa de estatuillas, viendo peligrar su prestigio y reputación, Roadway Express ofreció una recompensa de 50.000 dólares a toda persona que aportara pistas sobre el robo. El teléfono sonó. Era un abogado llamado Daniel Pearson. Decía que tenía información fehaciente sobre quién había protagonizado el palo. Aseguraba que una fuente anónima le había revelado que había visto a Anthony Hart, un trabajador de Roadway Express, utilizando un toro mecánico cargando los pallets con los Oscars dentro de un camión conducido por otro empleado de la empresa de transportes: Lawrence Ledent. Aquí empiezan los enredos.

El abogado, su mujer, su cuñado y el ladrón que canta

Zavala y sus hombres se presentaron en casa de Hart. Pero este se negó a dejarlos entrar porque no llevaban una orden judicial. Los policías no entraron en el hogar de Hart, pero se quedaron por sus alrededores vigilando sus movimientos. Pocas horas después apareció en escena la hermana de Hart, Aubrey. Había llegado a casa de su hermano conduciendo un Nissan modelo Xterra. Cuando los policías buscaron en su base de datos información del coche, descubrieron sorprendidos que el automóvil era propiedad de Daniel Pearson. El abogado que decía tener pistas del robo era el cuñado de Anthony Hart.

Aunque todos los indicios lo incriminaban, Zavala no tenía todavía la prueba definitoria que inculpara a Hart. La obtuvo cuando citó a declarar al otro sospechoso, Lawrence Ledent. Utilizando la técnica de interrogatorios de primero de policía, Zavala le dijo a Lendent que Hart había piado. Lendent tardó cero coma en confesar: "Sí, nosotros robamos los Oscars. Los cogimos de la nave central y los llevamos a casa de un tipo que se llama John Willie Harris". Cuando los polis se presentaron en casa de Harris, este también admitió que había recibido la mercancía de manos de Hart y Lendent, pero que después la había vuelto a colocar a unos intermediarios y ya no sabía nada más. Era tarde, Zavala y sus hombres hacía días que dormían entre poco y nada y decidieron que seguirían con el caso al día siguiente a primera hora de la mañana.

Caso cerrado... o no

Zavala todavía dormía cuando recibió una llamada de la central. Un chatarrero del barrio de Koreantown de Los Angeles de nombre Willie Fulgear acaba de informarlos de que había encontrado 52 de las 55 estatuillas escondidas en medio de una de las montañas de trastos amontonados en su local. Era el 20 de marzo de 2000, solo faltaban 6 días para la 72 ceremonia de los Oscars. De la noche a la mañana, el trapero se convirtió en héroe. No solo cobró los 50.000 dólares de la recompensa, sino que la Academia lo invitó a la gala. Fue acompañado de su hijo y recibió elogios de un buen puñado de las estrellas de Hollywood. El caso estaba resuelto, para todo el mundo menos para Zabala.

willie fulgear
Willie Fulgear recibiendo el cheque de 50.000 dólares por haber encontrado las estatuillas de los Oscars robadas

Meses después, el detective descubrió que Willie Fulgear era el hermanastro de John Willie Harris. Pero Fulgear juró y perjuró que no sabía nada del caso. Teoría corroborada por Harris, que insistía en que su hermanastro no había participado del robo y que había sido él quien había dejado las estatuillas en la chatarrería de Fulgear en un intento desesperado para deshacerse de las estatuillas. Nunca sabremos la verdad. Willie Fulgear guardó la recompensa en una caja fuerte en su casa. Tiempo después denunció que alguien había entrado en el apartamento y había robado el dinero. Murió arruinado el año 2007.

El Oscar del narcotraficante

Y ahora viene una de aquellas escenas escondidas al final de los títulos de crédito. El año 2003 el FBI detuvo a un traficante de droga de Florida. Entre las muchas posesiones que este mercader de cocaína escondía en su casa, los agentes descubrieron uno de los tres Oscars que no habían aparecido a la chatarrería de Fulgear.

Zavala voló hasta Florida para interrogar al narcotraficante. No obtuvieron mucha cosa. Un tipo, los explicó el camello, le debía 10.000 dólares y le ofreció el Oscar a cambio de saldar la deuda. El traficante sabía perfectamente que la estatuilla tenía un valor muy inferior, pero aceptó el trato. Un Oscar siempre queda bien en la repisa de la chimenea. Zavala se retiró en el 2018. En una hoja de servicios impecables, tiene la espinita clavada no haber encontrado los dos Oscars todavía desaparecidos.