"Cuando mis padres me pusieron James Bond se acababa de estrenar la primera película. No le dieron demasiada importancia: 'de aquí a un par de años todo el mundo se habrá olvidado de este nombre, pensaron'. Obviamente, no contaban con que cada dos años, más o menos, una nueva aventura del agente 007 devolvería el nombre a las portadas y pantallas de todo el mundo. Ya se han estrenado 29, y sin hacer spoilers, parece que ni la muerte del héroe podrá parar la saga. Ya ha habido agentes 007 para todos los gustos: hasta ahora lo han interpretado Sean Connery, Roger Moore, Timothy Dalton, Pierce Brosnan y Daniel Craig... y no es descartable que el próximo James sea una mujer. Un abogado, un militar, un petrolero, un director de teatro, un cirujano, un político, un predicador, un informático, un piloto de helicópteros, un preso, un niño..., todos ellos son los protagonistas de Bond, jo també em dic James Bond. Este documental, que mañana emite el Sense ficció de TV3, nos descubre una pequeña multitud de James Bonds, de los ocho a los ochenta y ocho años, blancos, negros, asiáticos, heterosexuales o gais, triunfadores o fracasados, entusiastas o indignados. Hombres que no tienen nada más en común que un nombre que no pidieron.
Más disgustos que alegrías
Entre los involuntarios homónimos del espía se detecta ironía, cansancio y cierta irritación. Llamarse James Bond, sin embargo, puede comportar algunas ventajas, en general, sin embargo, son más los disgustos que las alegrías. "Cuando te llamas James Bond y tienes problemas con la policía, es una buena idea que siempre lleves el carnet de identidad encima". Uno de los pasajes más hilarantes del documental es precisamente cuando los Bonds repasan los encontronazos que han tenido con la policía. ¿Otro problema? Por muchas cosas que hagan, nunca saldrán los primeros en una búsqueda de Google. Llamarse James Bond, pero sin estar al servicio de Su Majestad representa quedar muy, muy escondido en la red. Para el actor y director de teatro, por ejemplo, es un desastre: "Haga lo que haga, en Google siempre salgo como mínimo en la novena página de resultados". Sin embargo, en cambio, puede ser ideal para quien quiere pasar desapercibido. Para una madre que se escondía del marido delincuente y maltratador, incluida en un programa oficial de protección, cambiar el nombre de su hijo a James Bond representó una garantía de anonimato: "¿A quién se le ocurriría que te escondes detrás de un nombre tan visible?".
Cuando te llamas James Bond y tienes problemas con la policía, es una buena idea que siempre lleves el carnet de identidad encima
Si llamarse James Bond puede ser una molestia para algunos, para otros es un anhelo irresistible: en Nybro, una pequeña población sueca, vive un hombre tan enamorado del héroe, que no solo se ha puesto el nombre del agente, sino que ha abierto el primer museo del mundo de objetos relacionados con sus películas. Imita el aspecto —el del actor Pierce Brosnan, en su caso— la ropa e, incluso, lleva el mismo reloj Omega, bebe champán Bollinger y va de vacaciones a los escenarios de sus películas. De Venecia se llevó para su museo la góndola que salía en Moonraker. Su explicación de todo no puede ser más rocambolesca.
James Bond no era espía, era ornitólogo
También es muy sorprendente el origen del nombre del personaje. El año 1952, en unas vacaciones en Jamaica, el escritor británico Ian Fleming (1908-1964) empezó a escribir Casino Royale, la primera novela del 007, el agente especial al servicio de Su Majestad. El primer problema era bautizar al héroe: tenía que ser un nombre discreto, fácilmente olvidable, propio de un espía a quién conviene pasar desapercibido. Cuando se giraba buscando inspiración, lo primero que encontraron sus ojos fue la Guía de pájaros de las Indias Occidentales, que Fleming, aficionado a observar pájaros, llevaba siempre a mano cuando salía de paseo. Bajo el título, el nombre del autor: James Bond, uno de los más prestigiosos ornitólogos americanos, máximo experto en aves del Caribe.
Solo puedo ofrecer a su marido que utilice mi nombre, Ian Fleming, sin restricciones. Quizás un día descubrirá alguna especie de pájaro particularmente fea y la querrá bautizar con mi nombre
El científico, sin embargo, tardó muchos años en saber que uno de los novelistas más vendidos del mundo le había robado el nombre. Su estupefacción al descubrirlo, viendo una entrevista que le hacían por televisión, fue absoluta. Tanto, que su mujer, Mary Wickenham, escribió a Ian Fleming amenazándolo -entendemos que medio en broma- con una denuncia. La respuesta de Fleming, con quien la pareja de ornitólogos acabarían siendo amigos personales, es maravillosa: "Querida señora Bond, no sé por dónde empezar a pedirles perdón... Solo les puedo pedir excusas sin límite, y reconocer que su marido tiene todos los motivos para denunciarme. A cambio, solo puedo ofrecer a su marido que utilice mi nombre, Ian Fleming, sin restricciones. Quizás un día descubrirá alguna especie de pájaro particularmente fea y la querrá bautizar con mi nombre".