El Líbano es la tierra que cada ciertos años lo pierde todo para reconstruirlo de nuevo. Sin embargo, siempre se reconstruye desde la cultura. Nabatieh, a tan solo 12 kilómetros de la frontera con Israel, fue una de las ciudades más bombardeadas del sur libanés. Después del alto el fuego entre Hizbulá e Israel, los habitantes del sur han vuelto a su casa. "Esta de aquí es mi casa", dice Amen señalando a un montón de ruinas y recuerdos. Explica que tres cuartas partes de los negocios de la ciudad lo han perdido todo, y que el mercado principal, símbolo cultural de la ciudad, fue devastado. Se estiman en más de 5.800 millones de dólares, los daños materiales en el Líbano; 2.702 millones de euros solo en la ciudad de Nabatieh, según datos del Banco Mundial. Las pérdidas humanas no se pueden cuantificar con cigfran. Sin embargo, los negocios vuelven a abrir, aunque sea sin mostrador.

El Líbano es la tierra que cada ciertos años lo pierde todo para reconstruirlo de nuevo. Sin embargo, siempre se reconstruye desde la cultura

La única librería de Nabatieh

Un centenar de libros decoran el escaparate de L'Arche, la única librería de Nabatieh. Junto a la entrada, sentado en una silla de plástico, su propietario, Karim, fuma un cigarrillo con la esperanza de un posible cliente. Explica que estos son los últimos libros que le quedan, todos en árabe. "Antes vendíamos libros en inglés, en francés e, incluso, en alemán, pero la crisis económica y, más tarde, la guerra provocó que las distribuidoras solo los llevaran a Beirut, ala librería Halabi", detalla en Karim. El monopolio de la Halabi Bookshop ha cortado el suministro en todo el territorio, pero Karim espera recuperar el trato. "En el Líbano, la tradición lectora es milenaria. Es parte de nuestra cultura", añade el librero, a quien ahora no le queda más remedio que vender clips, tabaco, revistas, diarios y juguetes.

Antes vendíamos libros en inglés, en francés e, incluso, en alemán, pero la crisis económica y, más tarde, la guerra provocó que las distribuidoras solo los llevaran a Beirut

Nabatieh es un ejemplo de reconstrucción cultural. De entre los escombros, la artesanía recupera sus espacios, incluso antes de reedificar las viviendas. Sin embargo, el resurgimiento cultural no se limita a Nabatieh. En Beirut, el Festival Internacional de Música y Poesía ha reanudado su programación, con recitales que homenajean poetas como Mahmud Darwix. "Nada me retorna de mi lejanía: ni la paz ni la guerra. ¿Qué hacer? ¿Qué hacer sin exilio y sin la larga noche?", versa uno de sus poemas sobre los años de guerra en la región. La galería Dar El-Nimer, en la capital libanesa, sigue exponiendo obras de arte contemporáneo libanés, como las instalaciones de Mona Hatoum y las fotografías de Randa Mirza, que exploran la identidad y la memoria de la región. Una reflexión que invita a recordar al individuo, el patrimonio y la historia del Líbano, golpeada hasta sus cimientos. En la ciudad portuaria de Tiro, la compañía de teatro Al-Madina prepara una nueva temporada con obras que abordan la memoria y la resistencia, como la pieza Haneen, que narra las historias de desplazados durante el conflicto, como los habitantes de Nabatieh.

Nabatieh es un ejemplo de reconstrucción cultural. De entre los escombros, la artesanía recupera sus espacios, incluso antes de reedificar las viviendas

Más allá de la destrucción, el arte ha encontrado maneras de sobrevivir. El espacio cultural Al-Janoub de la ciudad meridional, una pequeña sala que acogía recitales de poesía y música tradicional, prepara su reapertura con el apoyo de voluntarios, como Nour, una estudiante de enfermería que ha vuelto a la ciudad para reencontrarse cn su familia, que junto con el centenar de movilizados ayudan con las actividades del centro. "Después de la guerra, la cultura es la mejor manera de no perder nuestra identidad", asegura la joven.

Recuperar el patrimonio

El sonido de un dron israelí sobrevuela la ciudad de Nabatieh como advertencia. El ruido de la maquinaria, que tuerce el metal y levanta escombros de hormigón, enmascara el zumbido. La ciudad de Nabatieh tiene al menos 800 años de antigüedad, y se cree que su histórico mercado fecha del periodo mameluco, hace aproximadamente 500 años. Por este motivo, los esfuerzos por reconstruirlo responden a la necesidad de recuperar el patrimonio perdido. La tregua firmada el pasado 27 de noviembre, la cual acordaba un plazo de 60 días para la retirada de las fuerzas armadas del sur libanés —tanto de Hizbulá como del ejército israelí—, ha dado un respiro a Nabatieh. Sus establecimientos, situados en el castigado mercado, ahora reabren las puertas con carteles que dicen: "De nuevo aquí, de entre los escombros". Un artesano próximo al desastre, Khaled, rescata los zapatos que no han quedado dañados de su negocio. "Hace más de 80 años que hacemos zapatos", explica el zapatero, quien detalla una tradición casi milenaria de artesanía. Incluso, antes de reconstruir sus casas, algunos vecinos han priorizado sus talleres y tiendas.

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El artesano Khaled delante de su zapatería centenaria / Foto: Iker Mons Moreno

"La vida ha vuelto muy rápidamente al país", dice Nour. "Son artesanos", detalla la estudiante. "Todo el mundo lo es en Nabatieh", sentencia. Las carreteras vuelven a rugir. Grúas|, cimentadoras y excavadoras decoran las márgenes de la carretera, preparadas para la reconstrucción. Justo en la entrada de la ciudad, una fábrica de lápidas blancas extiende los rostros de los caídos en su fachada: sus mártires. En el centro de la ciudad, la mezquita Imán Hussein ya ofrece su espacio para la plegaria. Un anciano mueve entre los dedos las cuentas de su misbaha mientras, a su lado, un hombre corta con una radial unas juntas de metal. "La mezquita estará reconstruida en un mes. El resto del mercado en tres", asegura Ali, sonriendo en las puertas del templo. Esperan normalidad para recuperar sus tradiciones. Cada año, Nabatieh atrae centenares de chiíes que conmemoran la Batalla de Karbala, en la que el imán Hussein ibn Ali, el nieto del Profeta Mahoma, fue martirizado por las fuerzas del segundo califa omeya, Yazid I, en Karbala, Iraq. Durante la procesión que se lleva a cabo en la plaza central de la ciudad, la sangre fluye en Nabatieh. El ritual simboliza el dolor de aquellos que no pudieron participar en la lucha al lado del imán el año 680 después de Cristo. A causa del conflicto entre Hizbulá e Israel, la celebración fue interrumpida por una serie de bombardeos israelíes que destruyeron la casa tradicional más antigua de la ciudad.

Una flor para Nabatieh

Las tareas de reconstrucción, de momento, las llevan a cabo los vecinos. Decenas de voluntarios, pala en mano, amontonan la tierra mojada de la noche anterior. Una ruina próxima al centro muestra la huida precipitada de alguien que no pudo rescatar su maleta, ahora destrozada. A su lado, una tienda de muebles ofrece un 60% de descuento en todos sus artículos. Al otro lado de la calle, un KFC sin luces espera con ansia su reapertura. Fue atacado por drones israelíes con munición americana, como la famosa franquicia. Su fachada todavía conserva marcas de metralla. "Israel tendría que pagar la reconstrucción y si no la comunidad internacional", asegura Hussein, un abogado cuya oficina ha sido arrasada. Habla con unos clientes en plena acera, los cuales han perdido su hogar: el edificio anexo. "Han bombardeado libros, mezquitas y negocios", exclama Hussein. "Quieren borrar nuestra cultura, nuestro patrimonio", sentencia el abogado.

Unas flores de plastic entre los escombros del cementerio
Flores de plástico entre los escombros del cementerio de Nabatieh / Foto: Iker Mons Moreno

El cementerio de la ciudad también fue bombardeado. Las lápidas resquebrajadas ya no tienen muertos en sus tumbas; las familias trasladaron los cuerpos al volver a casa. Un enorme boquete ha volado gran parte del cementerio. Las flores de las lápidas ya no son frescas, son de plástico. Las inscripciones ya no se pueden leer. Y su color blanquecino se ha manchado de barro y ceniza. A pocos metros, la única floristería abierta de la ciudad, La Rose, calma el olfato. En el exterior, una niña observa los tiestos decorados. Se llama Fatima. Su padre habla con el abogado sobre los detalles de la reconstrucción, mientras ella curiosea, tímidamente, las caras de los peatones. A pesar de la destrucción, la amabilidad de Nabatieh todavía persiste. La ciudad sonríe a aquellos que vuelven de la diáspora. En el interior de La Rose, su florista, Tarek, prepara un ramo de rosas de color crema. El aroma forma un espejismo de normalidad. Tarek pregunta a su cliente para quién es el ramo. "Para un amigo, es su cumpleaños", confiesa ella. Al salir con sus flores, la mujer separa una de las rosas y se la entrega a Fatima, que ríe agradecida. Por suerte, las flores de Nabatieh ya no acompañan el luto, sino la timidez de una sonrisa.