El ahogo de las enfermedades degenerativas, los cuidados, la espera, el tedio, la gestión. Las consecuencias en la vida de aquello sobrevenido, de lo que no queremos vivir, pero nos asalta. El sufrimiento de una madre porque la hija no muera por su padre. Los ecos de una relación pasada que, pese a estar enterrada, llama a la puerta, por necesidad. Todo eso y mucho más es Los destellos. Una pregunta incomodísima: ¿Tú tienes quién te cuide? Con respuesta esquiva. Pero con un desarrollo impoluto. Sin decisión desafortunada.
Hasta a Julián López (todo riesgo, ex La hora chanante y excéntrico Juancarlitros de No controles) está amaestrado en este film lento y valioso. No aburre siquiera la trillada narración ya sobre el nuevo entorno rural; es la excusa ni el centro. Un paisaje, sin fijaciones donde ella, Isabel, Patricia López Arnaiz, en unos matices muy parecidos a los que ofrecía en 20.000 especies de abejas, transmite hasta de espaldas, conduciendo. Mirando a la nada. Saludando al perro a la llegada a casa. Todo le luce a esta actriz que empezó tarde, pero qué bien que empezó: merecidísimo premio en el festival de Donosti.
Nada es tan importante y todo lo es mucho
Es una película con tan pocos peros que, incluso cuando molesta ver –de nuevo– a Antonio de la Torre fardando de registros, también se pasa. Al rato está creíble como ese enfermo terminal, escritor, padre y receloso de ser una carga. Porque ese cachito de vida que nos ha mostrado Pilar Palomero, basado en Bihotz handiegia de Eider Rodriguez, está por encima de los que salen ante la cámara. De hecho, la cámara es huidiza, compone con proporción, pero se mueve libre, con algo de aberrancia, segando caras y diálogos. Algún plano detalle, esa mano al hombro que clama ayuda silenciosa del enfermo Ramón hacia la protagonista, Isabel; porque nada es tan importante y todo lo es mucho.
Los destellos huele a todos los premios del mundo y a culmen de su directora, tarea difícil con una filmografía que incluye Las niñas o La maternal
Este Los destellos, que huele a todos los premios del mundo y a culmen de su directora, tarea difícil con una filmografía que incluye Las niñas o La maternal (y una Biznaga de Oro y Premios Goya) no vive de espalda al drama. Desde el principio madre e hija hablan del estado de salud del padre. En las primeras escenas. Pero la película no se ahoga en ello. Ni siquiera hay música, ni exceso de texto. Lo bello del drama es el vacío. La inquietud. La muerte de frente, sin cortapisas. Dolorosa y lenta. Como tristemente es a veces.