LOS CHICOS DE HIDDEN VALLEY ROAD

Tiempo ha que no leía un libro tan hipnótico, tan bien escrito, tan despojado de pretensión, de ganas de agradar, de presumir, o de falsedades más o menos evidentes, de pérdidas de tiempo. Robert Kolker tiene el aplomo de los escritores estadounidenses que creen vivamente en lo que hacen, para bien o para mal. Protagonizan en el campo de la literatura de no ficción una función renovadora, vindicadora de la buena literatura tal y como siempre ha sido: interesante. Al menos eso, interesante. Y a veces irresistible. Ésta es la característica de la no ficción. Y no si es verdad o no es verdad lo que se nos cuenta. La calidad más destacable de los libros de Kolker o de Emmanuel Carrère, por citar sólo a uno comparable, es que saben defender lo que escriben hasta las últimas consecuencias, a muerte, sin concesiones a nadie. O por lo menos eso es lo que me ha parecido.

Tiempo ha que no leía un libro tan hipnótico, tan bien escrito, tan despojado de pretensión, de ganas de agradar, de presumir, o de falsedades más o menos evidentes, de pérdidas de tiempo

Perdiendo la cabeza

Todos los dramas son, de hecho, dramas familiares y aquí se nos ofrece uno mayúsculo que nos interpela. Los Galvin son catorce personas, doce hijos de un padre y una madre. El hijo mayor es de 1945 y la menor de 1965. Y al menos la mitad son esquizofrénicos clínicos, están mal de la cabeza, con los diagnósticos médicos correspondientes. Los demás, los sanos, como nosotros, a los que nunca nos han encerrado en ninguna institución mental, tampoco están —o estamos— muy lejos de los diagnosticados. La familia americana se hunde como se hunde el país y, de rebote, nuestra sociedad occidental va perdiendo la cabeza. Don y Mimi Galvin son católicos y deciden tener doce hijos porque pueden, porque son representantes del sueño americano, de la osadía ancestral de formar una gran familia como en los tiempos descritos en la Biblia, donde la descendencia era copiosa. Además Don es un alto oficial del ejército del Aire y vive con su mujer, Mimi, en Colorado, donde se ha centralizado la fuerza aérea.

La familia americana se hunde como se hunde aquel país y, de rebote, nuestra sociedad occidental va perdiendo la cabeza

Los Galvin se instalan en Hidden Valley Road. Están condicionados permanentemente por los demás y quizás eso tiene alguna relación con el hundimiento de la salud mental de la familia. Primero son la envidia de la comunidad en la que viven, son los protagonistas absolutos del éxito social y económico, el ejemplo vivo de la familia unida y armoniosa. Los vástagos son educados en las mejores instituciones académicas del estado. Y, encima, la pareja de Mimi y edl Don crían y adiestran halcones en medio de una naturaleza arrolladora, radiante. Todo parece perfecto hasta que estalla la tragedia. De los doce hermanos son diez chicos y dos chicas. Y seis de los chicos obtienen un preocupante diagnóstico de esquizofrenia. ¿Qué les está pasando? ¿Qué están haciendo mal los padres abnegados, o es la sociedad opulenta en la que viven? El hijo mayor es el primero en caer en las redes de la patología mental, otros van cayendo, poco a poco, como fichas de dominó. Todos están muertos de miedo porque temen ser los siguientes.

La mancha de aceite de la culpa se extiende como en una tragedia griega. Y como en una tragedia griega la mujer es la culpable, sin dar demasiado crédito a una explicación simplemente genética

Una mancha de aceite

Un plantel médico, profesionalmente impecable, propio del primer mundo desarrollado, primero señala a Mimi, la madre, como la hipotética responsable del trastorno de los hijos. La mancha de aceite de la culpa se extiende como en una tragedia griega. Y como en una tragedia griega la mujer es la culpable, sin dar demasiado crédito a una explicación simplemente genética. Durante los años que vendrán seis de los Galvin son internados, seguidos, controlados por ser un peligro potencial para la sociedad. Como en el caso de la hermana disminuida de John F. Kennedy Don y Mimi temen siempre que el remedio sea peor que la enfermedad. Que de alguna forma se acabe aplicando una especie de lobotomía a los hijos señalados. Que acaben convirtiéndose en seres vegetativos. La gran potencia mundial de Estados Unidos se convierte en impotente para proteger, curar, a seis hijos de un oficial del ejército. En la época de la guerra de Vietnam cabe recordar que para los enfermos mentales el internamiento, las descargas eléctricas, la lobotomía eran los únicos tratamientos. Aparte de multitud de fármacos que originaban terroríficos efectos secundarios, obesidad, problemas cardíacos, diabetes. Unos medicamentos que, yendo bien, transformaban a los enfermos en zombies que no molestaran.

Robert Kolker no nos ahorra nada. Ni la conmoción por tanto dolor, ni la emoción de una madre que nunca se rinde y que siempre lucha

Robert Kolker no nos ahorra nada. Ni la conmoción por tanto dolor, ni la emoción de una madre que nunca se rinde y que siempre lucha, contra el escepticismo, contra la desdicha, a favor de sus hijos. Mientras la familia se destruye salen como llamaradas, como relámpagos de claridad, la experiencia del amor, de la esperanza. Lo mejor y lo peor de la raza humana sin filtros ni buenas palabras.