Barcelona, 16 de febrero de 1936. Se celebraban las terceras generales de la II República (1931-1939). Aquellos comicios se habían convocado y se celebraban en medio de un paisaje general —político y social— especialmente convulso; marcado por la condena y reclusión del gobierno de Catalunya y la suspensión del autogobierno catalán (Proclama de Companys, octubre de 1934); la caída y disolución del gobierno central, el tripartito de derechas que había encarcelado al Ejecutivo catalán e intervenido la autonomía catalana (Escándalo del Estraperlo, septiembre-octubre de 1935); y la polarización radicalizada del eje izquierda-derecha en la política española. Los partidos catalanistas, que después de la fracasada operación Companys (Hechos del Seis de Octubre de 1934), habían perdido buena parte de su crédito político, se agruparon y llamaron a votar por la Dignidad Catalana.

El origen de los Hechos de Octubre

En este punto, es importante destacar que, en octubre de 1934, Catalunya era el único territorio autónomo de la República. El "café para todos" es un invento del actual régimen constitucional (1978). Y también es importante destacar que el tripartito de derechas que había ganado las elecciones generales precedentes (noviembre, 1933; las segundas de la II República); lo había hecho con un denominador común en sus respectivos programas electorales: la promesa de una progresiva liquidación de la autonomía catalana. El gobierno surgido de aquellos comicios, formado por la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas); el PRR (Partido Republicano Radical) y el PAE (Partido Agrario Español); fabricó un escenario de extrema hostilidad contra el gobierno y las instituciones de Catalunya; que culminaría con los Hechos de Octubre de 1934.

Cartel electoral de la CEDA (1936). Fuente Archivo ElNacional
Cartel electoral de la CEDA (1936). Fuente Archivo ElNacional

El segundo gran error de Companys

Si una cosa había demostrado Companys en el transcurso de su carrera, era su escasa talla de estadista; que, paradójicamente, contrastaba con la extraordinaria dimensión de su figura política. Así eran las cosas a enero de 1934; cuando, después de la inesperada muerte de Macià (25/12/1933), asume la presidencia de la Generalitat. En aquel momento promovió una depuración de cargos independentistas (la gente del difunto Macià) y su sustitución por elementos federalistas de su cuerda. Este fue el primer gran error de Companys. Un monumental error que provocaría una fractura colosal en Esquerra Republicana; y que, posteriormente, querría enmendar con la proclamación del 6 de octubre de 1934, el segundo gran error. Incluso, corrió el rumor que Companys, después de la proclama, habría declarado: "Todavía pensáis que no soy lo bastante catalanista?".

¿Qué pretendía Companys el 6 de octubre de 1934?

El clima de conflicto que había creado el gobierno central, había situado al gobierno catalán en un callejón sin salida. La Generalitat republicana sufría del mismo mal que el actual: la dependencia económica con respecto al Estado. Y la terrible hostilidad del gobierno central amenazaba con colapsar la autonomía catalana. Companys proclamó la República catalana dentro de la República Federal española; porque pretendía crear una corriente de solidaridad política y social hacia Catalunya entre aquellas sociedades que gestaban su autogobierno: País Vasco y Navarra; País Valencià y Galicia. Companys pretendía desmontar la estrategia de Madrid, impulsando la modificación de la arquitectura política y administrativa de la República. Pasar de una república unitaria con un solo territorio autónomo a una república federal con varios territorios autónomos.

El presidente Companys en la prisión (1935). Fuente Archivo Nacional de Catalunya
El president Companys en la prisión (1935). Fuente Archivo Nacional de Catalunya

Un brindis al sol

Pero aquella proclama se demostró un error político de una envergadura colosal. El ejército español tomó las calles de Barcelona y asaltó el Palau de la Generalitat. Los combates entre las fuerzas leales al Govern de Catalunya (cuerpos policiales y milicianos) y el ejército español se saldaron con 74 muertos, más de 300 heridos y casi 3.000 detenidos. El gobierno catalán no recibió ninguna muestra exterior de solidaridad y el president y los consellers fueron encarcelados, juzgados y condenados a 30 años de reclusión; la Generalitat fue intervenida; el Parlament fue clausurado; y todos los alcaldes y concejales catalanes de los partidos que habían dado apoyo a la proclama de Companys fueron destituidos y sustituidos por elementos locales del tripartito español o de la Liga. La proclama del 6 de octubre se demostraría un brindis al sol.

El rédito político del 6 de octubre

A partir de la operación de desguace de las instituciones catalanas (octubre, 1934); tan trabajadamente restauradas desde la génesis del catalanismo ("Oda a la Patria", 1833); y sobre todo, desde que el catalanismo se convierte en la opción mayoritaria del país (elecciones generales; 1907), y después de la condena al Govern de Catalunya por los Hechos de Octubre (6 de junio de 1935), la sociedad catalana cayó en un profundo estado de decepción y desánimo. Las grandes portadas del país (La Vanguardia, La Veu de Catalunya, La Publicitat-El Mirador) revelan que, en tan solo cuatro años (1931-1935), se había pasado de un clima de entusiasmo desbordante (elecciones municipales; abril, 1931); a un estado de apatía y decepción generalizadas; incluso de desconfianza cabe a la clase política catalana. Tanto hacia los dirigentes de ERC y de sus confluencias, como hacia los de la Liga.

Lerroux en plena crisis del Estraperlo (1935). Fuente Archivo ElNacional
Lerroux en plena crisis del Estraperlo (1935). Fuente: Archivo ElNacional

El Estraperlo y el adelanto de elecciones

En septiembre de 1935, saltaba el escándalo del Estraperlo. Alejandro Lerroux, presidente del gobierno y del PRR, y un grupo de colaboradores próximos a su figura; entre los cuales estaba Joan Pich i Pon, alcalde de Barcelona y gobernador de Catalunya, nombrado a dedo por El ejecutivo de Madrid; estaban implicados en la instalación de ruletas fraudulentas en algunos casinos. El escándalo provocó la caída del gobierno tripartito en el cenit de su gestión: habían cumplido la promesa electoral de liquidar el autogobierno catalán. Pero el único damnificado fue el PRR de Lerroux. Gil-Robles y Martínez de Velasco, líderes de la CEDA y del PAE, respectivamente; se alejaron de su socio como si fuera un apestado, e incluso lo empujaron a caer con un clarísimo objetivo: repartirse el voto a Lerroux en unas, más que probables, elecciones anticipadas.

Elecciones anticipadas

Alcalà-Zamora, presidente de la República, no convenció a Gil-Robles para formar un gobierno de circunstancias que tenía que agotar la legislatura. El líder de la CEDA tenía otros planes, y el jefe de Estado acabaría convocando elecciones anticipadas para el 16 de febrero de 1936. En aquel momento, Gil-Robles ya se veía gobernando en solitario. Pero en aquel contexto de extrema crisis política y de desgobierno aparece el PSOE, liderado por Indalecio Prieto, el dirigente socialista que en 1931, como ministro de Hacienda, había provocado la quiebra del Banco de Reus, una de las tres primeras entidades financieras españolas y destinada a convertirse en el Banco Público de Catalunya. Prieto fue capaz de olfatear las debilidades ocultas de aquella derecha (el malestar por la actuación de Gil-Robles); y tramó una gran plataforma para hacer frente a la derecha: el "Frente Popular".

Alcalà Zamora, presidente de España y Macià, presidente de Catalunya (1931). Fuente Instituto de Estudios Fotográficos de Catalunya
Alcalà Zamora, presidente de España y Macià, presidente de Catalunya (1931). Fuente Instituto de Estudios Fotográficos de Catalunya

La estrategia española: descatalanizar Catalunya

Gil-Robles (CEDA) y Prieto (PSOE), enemigos declarados del autogobierno catalán, se conchabaron para trasladar a Catalunya el combate derecha-izquierda; pero en clave exclusivamente, española. Era una oportunidad de oro para promover los partidos de obediencia española (los herederos de los partidos dinásticos de la anterior época monárquica) que, desde la proclamación de II República (abril, 1931), habían sido opciones muy minoritarias en Catalunya. Y de rebote, enviar a la papelera de la historia el catalanismo político. El gobierno de Catalunya, desde la prisión, tenía unas posibilidades muy escasas y unos medios muy limitados para contrarrestar estas estrategias, y decidió la reunión de los partidos de obediencia catalana (catalanistas) y de ideología zurda; y apelar a la dignidad catalana. Se creaba el "Frente de Izquierdas".

El espíritu de San Sebastián

Manuel Azaña es uno de los grandes políticos del momento. Máximo dirigente de la formación Izquierda Republicana (nada que ver con ERC) entiende que no es posible derrotar la derecha de Gil-Robles (y su "muleta" Martínez de Velasco) sin el voto de izquierdas catalán. Pero que este voto no llegará con la estrategia de secuestro que plantea el PSOE, porque Catalunya es singularmente genuina. Y propone una alianza entre el Frente Popular español y el Frente de Izquierdas catalán. Es decir, resucitaba el espíritu de entendimiento del Pacto de San Sebastián (1930), que habían firmado todas las formaciones republicanas españolas y catalanas; y en el que se asumía que un cambio de régimen —de una monarquía a una república— no sería nunca posible sin atender las reivindicaciones catalanas de restauración del autogobierno liquidado a sangre y fuego en 1714.

Azña i Prieto. Fuente Archivo ElNacional y Wikimedia
Azña y Prieto. Fuente: Archivo ElNacional y Wikimedia

La dignidad catalana y el cenit del autogobierno

En los programas electorales del Frente de Izquierdas; pero también del Frente Popular, se presentaría la amnistía al gobierno catalán y la restauración del autogobierno de Catalunya como condiciones imprescindibles para devolver la República a la normalidad política. Azaña —y no el socialista Prieto— demostraría una extraordinaria altura política, que le permitiría relevar a Alcalà-Zamora en la presidencia de la República. Centenares de miles de catalanes y catalanas de la época se sintieron interpelados. Muchos renovaron la confianza en la clase política catalanista. Otras fueron a votar con todas las pinzas del tendedero colocadas en la nariz. Pero la victoria del catalanismo no solo impediría que las instituciones catalanas continuaran en manos de los enemigos de Catalunya, sino que conduciría al país al cenit del autogobierno contemporáneo.