Stefan Zweig, judío, es una de las caras intelectuales capaz de explicar mejor las consecuencias personales y el impacto total que tuvo el ascenso del nazismo en aquellos que lo vivieron; también en aquellos que consiguieron huir. Es imposible leer Castellio contra Calví (Segona Perifèria, 2025, en castellano, editado por Acantilado) sin tener en cuenta quién lo escribe y su contexto: el año 1936. Las contingencias geopolíticas ofrecen a Zweig la oportunidad de hacer una fotografía perfecta del tirano común. Para hacerlo, el escritor austríaco utiliza el choque político, ideológico, moral y espiritual entre el teólogo francés Juan Calvino –el impulsor del calvinismo y tirano obsesionado– y Sebastián Castellion, el biblista y teólogo protestante que le hace de antagonista. La disputa se inicia con la muerte en la hoguera de Miguel Servet en manos de Calvino y su afán de control, un escenario que Zweig utiliza para alternar hechos reales con fragmentos ficticios y exponer así los rasgos fundamentales del dictador y la dictadura.
El carrete de fotos de Zweig
Stefan Zweig habría sido un psicólogo espléndido. La primera mitad del texto es un análisis meticulosamente depurado del temperamento de Calvino. Que este análisis es una buena disección del déspota se manifiesta en cómo, inevitablemente, la mente del lector relacionará los tics autoritarios de Calvino con los referentes autoritarios que hasta ahora ha conocido. De los más caricaturescos a los más sutiles, de la arbitrariedad para imponer normas en función de manías de Dolores Umbridge en Harry Potter, hasta la obsesión por la paz –la pacificación– de Salvador Illa. "La censura es la hija de toda dictadura", escribe Zweig. La de Calvino es la historia de la lucha por la totalidad del poder materializada en un régimen teocrático en que Dios es el legislador. Bien, que Dios es el legislador es lo que Calvino trabaja para hacer creer a sus súbditos con la intención de que le rindan obediencia absoluta. Pero el fundamentalismo religioso siempre filtra por la misma grieta: ¿si Dios nos ha hecho libres, por qué hacen falta leyes humanas para hacer cumplir Su palabra? De hecho, ¿por qué Su Palabra se tiene que convertir en ley? Imponer humanamente aquello que Dios nos ofrece como un don en libertad siempre será una paradoja. Idear un régimen político en que ni la expiación ni la redención son posibles, en el que el juicio del alma corresponde a los hombres, es trabajar sobre la idea de que "solo el castigo continuo puede hacer nacer una humanidad moral". Por eso Miguel Servet muere en la hoguera: en una teocracia, incluso la duda –que en realidad es el único camino que permite tener una relación honesta con el Señor– tiene que ser purificada.
Stefan Zweig aprovecha el terror de estado impuesto por el tirano y drásticamente contrario a los postulados que impulsaron la Reforma Protestante, para hablar de tolerancia, de violencia, de conciencia y de libertad
Desde esta prospección psicoanalítica del calvinismo, Stefan Zweig aprovecha el terror de estado impuesto por el tirano y drásticamente contrario a los postulados que impulsaron la Reforma Protestante para hablar de tolerancia, de violencia, de conciencia y de libertad. Es aquí, quizás, en el terreno de la filosofía política más rigurosa, en la que las tesis del austríaco son más flojas. En un momento en el que a su alrededor todo el mundo se está convirtiendo ideológicamente al nacionalsocialismo, en un momento en que la crudeza extrema vierte a la desesperación, en Castellio contra Calví Zweig construye intelectualmente una situación extrema para hacer valer aquellos principios más básicos de la convivencia humana que también el nazismo quiere pisar. Leído desde el momento histórico del 2025, un momento en que el rédito moral del Holocausto está prácticamente agotado, en que el reaccionarismo se ha hecho suyos conceptos como la libertad de expresión y en que este reaccionarismo se articula políticamente contra un statu quo que considera tiránico, los ideales románticos de Zweig se nos deshacen en las manos. Eso se ve enseguida al aterrizar el ideal a las concreciones contemporáneas, porque enseguida brotan preguntas desde la contradicción: ¿hay que ser tolerante con el intolerante? ¿La libertad de expresión ampara la voz de quien quiere llegar al poder para anularla? ¿Si "la sangre mancha toda idea y la violencia humilla todo pensamiento", el derecho de los ucranianos a defenderse queda al mismo nivel que el ataque ruso para pedirles prestado territorio? "Toda dictadura es impensable e insostenible sin violencia", pero las democracias liberales de hoy también tienen el monopolio. ¿Qué diferencia hay entre el ejercicio de autoridad y el autoritarismo?
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Cubierta de Castellio contra Calví en la edición catalana de Segona Perifèria
En un momento en que la crudeza extrema vierte a la desesperación, en Castellio contra Calví Zweig construye intelectualmente una situación extrema para hacer valer aquellos principios más básicos de la convivencia humana que también el nazismo quiere pisar
La situación de extremos que plantea Stefan Zweig hace que, bueno y la esmerada pauta psicoanalítica que permite identificar al tirano, los conceptos clave sean tratados con una superficialidad e incluso con un temperamento naif que hacen que el texto no sea útil del todo para abordar los debates filosóficos de la política de hoy. Sin embargo, pensar sobre esta carencia de fondo permite pensar por qué falla|falta. Zweig no tenía una máquina del tiempo para anticipar las derivadas geopolíticas de los cien años que lo precedieron, y eso lo disculpa. Al mismo tiempo, se tiene la sensación de que las ideas que más se acercan a la verdad son aquellas que, con el paso de los años, todavía consiguen explicar y señalar los inmutables del mundo. El año 1961, Obiols dijo a Rodoreda: "No tienes que escribir para que cuatro desgraciados digan: '¡Caray, caray!'. Así escribe el 99% de los que escriben en catalán (y en castellano), sino para que tus libros se puedan leer dentro de cien años como si los acabaran de escribir".
El libro de Zweig sirve para pensar en el mundo de hoy. Lo hace, sin embargo, desde su carencia: para entender qué falta y qué rechina, para detenerse e identificar cuáles son las bisagras de los conflictos ideológicos contemporáneos
He leído Castellio contra Calví con la sensación de que, si lo quisiera, hoy un reaccionario se podría hacer suyas muchas de las ideas que expone. De hecho, eso es lo que hace el reaccionarismo autoritario de hoy: chapucear los valores políticos considerados positivos para poder amoldarlos a su doctrina. He tenido la sensación, incluso, de que la situación de extremo que Zweig plantea en el texto y la que vive él personalmente, a pesar de articular su respuesta en valores románticos universales, en realidad no acaban de encontrar respuesta. Me ha hecho pensar, a veces, en el sentido universal que el procés quiso dar a conceptos como "justicia" o "libertad", y cómo se creyó que vaciándolos todo el mundo de cabo a rabo del planeta podría hacérselos suyos. A la hora de la verdad, sin embargo, no solo no interpelaron a nadie, sino que tampoco sirvieron para idear un discurso útil contra la ocupación española. Quizás sí, pues, el libro de Zweig sirve para pensar en el mundo de hoy. Lo hace, sin embargo, desde su carencia: para entender qué falta y qué rechina, para detenerse e identificar cuáles son las bisagras de los conflictos ideológicos contemporáneos. Es como un carrete de fotografías en el que primero te entregan los negativos y eres tú quien tiene que hacer el esfuerzo de buscar los positivos. Es, sin duda, un libro que ofrece la ocasión de cavilar.