Cierto es, que Raphael ha venido unas cuantas veces a Catalunya en los últimos años. Pero hubo un tiempo en que verle por aquí no era tan habitual. Por eso, cuando a inicios de siglo XXI se presentó en Barcelona con la obra teatral Jekyll & Hyde, aquello se vivió como un acontecimiento, algo excepcional. Daba igual si la obra estaba bien representada, si la escenografía era buena… Lo importante era que él estaba allí. Y que su voz, el gran valor que aún tiene (amén de su carisma), se mantenía en una forma espléndida. Aquella tarde, a la salida del teatro, le esperaban las fans. Sin embargo, como la estrella que es y fue, Raphael salía pitando de allí. Saludó apresuradamente y por cortesía, y a continuación se metió en un coche. Las seguidoras (también sus seguidores) que había allí, eran, en su mayoría, las mismas que en los sesenta se volvían locas por él. Nuestras madres (y también alguna abuela) fueron testigos de un estallido que vivieron como merecía la ocasión: nunca antes se había visto a alguien así, tan torrencial y con tanta estrella. Para otros, los más socarrones, era ese señor histriónico que al cantar mirando al cielo y con la mano alzada, parecía que apretaba bombillas.
Una luz candente
Y ahora, ya en pleno 2024, Raphael mantiene candente esa luz, esa sonrisa, esa tenacidad. Cabe decir, que el artista nacido en Linares ha gestionado de manera primorosa el final de su carrera. El mito no ha dejado de crecer. Y lo ha hecho de la mejor manera: defendiendo sus canciones en su hábitat natural, los escenarios. Ese es el mejor de los homenajes, en vida y cantando cada uno de sus himnos, que son muchos. Por tanto, arrastrando todavía la cola de su disco de 2022, Victoria (con el asesoramiento de Pablo López), Raphael aprovecha la ocasión para dar recitales de dos horas. En Barcelona hay dos citas, la de anoche y la de hoy. Así pues, quienes quieran rendirle pleitesía tienen que apurar las opciones. Con un Julio Iglesias que ya no se prodiga, un Serrat que ya se despidió, Ana Belén que no le canta tan a menudo a la Puerta de Alcalá, son él y, quizá, Miguel Ríos, los que aguantan esa antorcha de la nostalgia.
Con un Julio Iglesias que ya no se prodiga, un Serrat que ya se despidió, Ana Belén que no le canta tan a menudo a la Puerta de Alcalá, son él y, quizá, Miguel Ríos, los que aguantan esa antorcha de la nostalgia
Con la gente haciéndose fotos en la escalera de subida al teatro, y una vez sentados, explicando en qué momento y quién les regaló las entradas para estar ahí, las luces se apagan y por un lateral del escenario, sale Raphael. Él se para quieto y observa, es el momento en que la gente enloquece. Diría, incluso, que ese es el tris de mayor euforia. Ya en la segunda canción, De tanta gente, imágenes del público en blanco y negro y, también, del más reciente, con mascarillas de la época post-COVID en pantalla. Digan la que digan es la primera gran canción del set, ahí surge el verdadero Raphael; gesticula, chasquea dedos y mueve caderas. En definitiva, se siente cómodo y a gusto, está como en el salón de casa. Ni un lugar tan sagrado como el Liceo le intimida. Quizá porque se ha visto en circunstancias parecidas en infinidad de ocasiones.
Con Mi gran noche, y un cartel con el lema en pantalla, da la sensación que el teatro se va a venir abajo. Pero no, quizá la canción llega demasiado pronto o puede que, en el fondo, ese tema no sea tan importante como hemos pensado en los últimos tiempos. En cambio, en Estuve enamorado si enciende ese fuego. Asimismo, en A que no te vas, ya solo con el pianista (fabuloso, por cierto) como acompañante, la demostración más palpable: de voz está pletórico. En lo consiguiente, goza del colchón de diez músicos y el trío de coristas. Entretanto, un bolero y un sincero guiño a Barcelona y Catalunya, seguido de una Amor mío orquestal y con mucha épica.
Con ese amplio catálogo de gestos y posturas, lo suyo es arte en movimiento
Así hasta llegar al Raphael más flamenco y embrujado en Que nadie sepa mi sufrir, con la guitarra como socia. Lo hace tan bien, que al acabar, se deja caer sobre el piano, y se da, a sí mismo, dos cachetes simpáticos en la mejilla. Mientras, a la adaptación de Gracias a la vida de Violeta Parra, le faltó chispa, no se la acabó de creer. Algo que sí consiguió con Se nos rompió el amor, en este caso la Jurado sí se sentiría orgullosa del resultado. La traca final, tras dos horas en las que no hay casi relleno, empieza con Estar enamorado (qué letra tan profunda, poética y arrebatadora), instante en que hace cantar al público. Y él, lógicamente, se muestra agradecido. Con ese amplio catálogo de gestos y posturas, lo suyo es arte en movimiento. No obstante, todavía quedaba lo mejor, la inevitable Yo soy aquel (una interpretación rotunda), y una reivindicación de aquel Raphael viajero, el que iba a Moscú con postal ilustre, el que cantaba en el London Palladium o aquel que daba recitales colosales en Francia. Y ya con el acelerador a tope, a Escándalo le da un toque de rumba y música cubana (hay hasta un interludio rapero), justo antes de abrir las puertas de Como yo te amo y la promesa de volver, mientras Dios lo quiera, a tierras catalanas. Con la platea en ebullición, cantó a capela unas estrofas de A mi manera, yéndose tal y como vino: aplaudido y venerado.