¿Ganará Paul Thomas Anderson el primer Óscar de su carrera? Las apuestas dicen que no. Probablemente siga formando parte del listado de grandes cineastas sin estatuilla. Un catálogo que tendría que avergonzar al Academia de Hollywood.
Pocos cineastas contemporáneos tienen una trayectoria tan incontestable como Paul Thomas Anderson. Nominado al Óscar por Licorice Pizza, el cineasta aspira a un premio que todas las apuestas sitúan a manos de Jane Campion. Es su tercer nombramiento como director, y tiene cinco más como guionista. Nunca lo ha ganado, y eso que tiene en el zurrón títulos como Boogie Nights, Magnolia, Pozos de ambición o El hilo invisible. Este año, Anderson se disputa el premio con otro cineasta con pésimas relaciones con la Academia de Hollywood: a pesar de ganarlo por La lista de Schindler y Salvar al soldado Ryan, pocos cineastas han sufrido las caprichosas decisiones de los académicos como Steven Spielberg. Seis veces ha optado como director sin éxito, pero, más allá, en cinco ocasiones vio cómo películas suyas eran candidatas al premio gordo sin que él formase parte de los finalistas a la dirección.
Quizás a Paul Thomas Anderson le quede el consuelo de formar parte de un dream team de cineastas que, incomprensiblemente, nunca levantaron la estatuilla. Como otros maestros contemporáneos (David Lynch, Ridley Scott, Michael Mann o, y eso sí es un escándalo, David Fincher y Quentin Tarantino, que tiene dos como guionista). En este listado de la vergüenza, ponemos el foco en 10 cineastas ya traspasados que hicieron carrera en Hollywood. Podríamos haber añadido un puñado más de grandes olvidados, como Federico Fellini, cuatro veces nominado a mejor director (por La Dolce Vita, 8 1/2, Satyricon y Amarcord). Un hecho insólito teniendo en cuenta que hablamos de un cineasta europeo en tiempo en que la globalización era una fantasía imposible. Fellini también optó al Oscar como guionista en ocho ocasiones. Nunca lo ganó, pero la Academia quiso compensarle tantos momentos frustrados con un premio honorífico el año 1993. Como Fellini, otros cineastas no anglosajones de enorme relevancia tampoco lo han ganado nunca: Akira Kurosawa (nominado por Ras y con un galardón honorífico el año 1990), Ingmar Bergman (tres veces finalista como director, por Fanny y Alexander, Cara a cara al desnudo y Gritos y susurros, también candidata a Mejor Película), François Truffaut (con un nombramiento, por|para La noche americana), Luis Buñuel (dos veces candidato, pero como guionista, por Ese oscuro objeto del deseo y El discreto encanto de la burguesía), Michelangelo Antonioni (nominado por Blow-Up, y con un Óscar honorífico el año 1995) o Jean-Luc Godard (premio honorífico en el 2011).
El suyo es un caso bien peculiar. Nunca fue nominado como Mejor Director, y, de hecho, títulos como Luces de la ciudad (1931) o Tiempos modernos (1936) no optaron a ningún premio. Pero el autor de El Chico (1921), La quimera del oro (1925) o El gran dictador (1940) sí recibió dos estatuillas honoríficas, la primera el año 1928, en la primera edición de los Oscar. Entonces, todavía en plena fase de prueba-error, la incipiente Academia decidió eliminarlo de las categorías competitivas y le otorgó directamente un premio especial, que justificaron por su versatilidad y genio a la hora de actuar, escribir, dirigir y producir El circo. El segundo Oscar honorífico llegó mucho más tarde, el año 1972, y sirvió para hacer las paces con un genio que llevaba 20 años exiliado en Europa, investigado por el FBI por sus ideas comunistas. Le dieron por el efecto incalculable que había tenido a la hora de convertir el cine en la grande forma de arte de este siglo. Todavía un dato curioso más: el año 1973, Chaplin ganaba el premio a Mejor Música Original por Candilejas (1952), una peli que en los Estados Unidos no se estrenó hasta entonces.
Si hay una peli que, pasen los años y pasen las modas, sigue encabezando los listados de mejores de la historia, esta es Ciudadano Kane (1941). El glorioso debut como director de Orson Welles es una demostración de talento increíble por un debutante, una lección de atrevimiento y de autoconfianza de un superdotado. El filme sólo ganó el Oscar a mejor guion, que Welles compartió con Herman J. Mankiewicz (la historia de aquella colaboración está perfectamente explicada en Mank, la peli de David Fincher). Pero el cineasta no lo ganó como director, y ya no volvería a ser nunca más candidato en esta categoría (ni en ninguna otra), a pesar de firmar títulos como La dama de Shangai (1947), Otelo (1951) o Sed de mal (1958). Eso sí, este genio avanzado a su época recibió un premio honorífico en la distancia (no se presentó a la ceremonia), el año 1972, por el arte y la versatilidad superlativas en la creación de películas.
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En su imprescindible libro de conversaciones con Cameron Crowe, el grandioso Billy Wilder explicaba que cada vez que se bloqueaba escribiendo alguna de sus comedias pensaba: ¿cómo lo haría Lubitsch? El cineasta berlinés era el referente, el maestro Jedi, un hombre mordaz con un talento extraordinario para hacer reir con películas tan fabulosas como Una mujer para dos (1933), La octava mujer de Barba Azul (1938), Ninotchka (1939), El bazar de las sorpresas (1940) o la magistral Ser o no ser (1942). Pero, una vez más, la Academia sólo lo reivindicó con un premio honorífico el año 1947, meses antes de su prematura muerte. Atrás quedaban tres nombramientos sin premio por El patriota (1928), El desfile del amor (1929) y El diablo dijo no (1943).
Otro caso sangrante, con un Oscar honorífico el año 1975 y un único nombramiento a Mejor Dirección, por Sargento York (1941). Probablemente, su reiterada ausencia a las candidaturas tenga que ver con su obsesión por hacer cine para el gran público, trabajando siempre en géneros eternamente despreciados por los Oscar, ya fueran westerns, comedias o un musical tan recordado como Los caballeros las prefieren rubias (1953). Pero es que su cine popular estaba a años luz del qué hacían muchos otros sí considerados por la Academia. Vergüenza o miopía severa, Hawks no volvió a ser nominado por mucho que signès obras maestras como La fiera de mi niña (1938), Luna nueva (1940), El sueño eterno (1946), Río Rojo (1948) o la inconmensurable Río Bravo (1959).
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Aunque la fama de este cineasta vienés se forjó en Europa, con clásicos como Metropolis (1927) o M, el vampiro de Dusseldorf (1931), que lo convirtieron en una trascendente figura del expresionismo alemán, Lang desarrolló una gran parte de su carrera en Hollywood. El director, hijo de una mujer judía y contrario a la ideología nazi, se exilió en los Estados Unidos vía Francia, después de que Joseph Goebbels le ofreciera hacerse cargo de la dirección de la UFA, los estudios más importantes de Alemania. En Hollywood, Lang firmó filmes tan extraordinarios como La mujer del cuadro (1944), Perversidad (1945), Los sobornados (1953) o Los contrabandistas de Moonfleet (1955). Pero nunca fue nominado a los Oscar.
Inexplicable: Alfred Hitchcock no tiene ningún Oscar. Ninguno. Ni uno. Un premio Irving G. Thalberg (que se otorgaba periódicamente a los productores creativos y referenciales) el año 1968 no compensa un menosprecio impresentable por uno de los creadores más relevantes de la historia del cine. Hitch fue nominado cinco veces, por Rebeca (1940, el único de sus trabajos que se llevó el Oscar a Mejor Peli), Náufragos (1944), Recuerda (1945), La ventana indiscreta (1954) y Psicosis (1960). Las dos últimas, como también pasó con La soga (1948), Vertigo (1958) o Con la muerte en los talones (1959), no ganaron absolutamente nada. Probablemente, el de Hitchcock sea el mayor olvido de la larga trayectoria de errores del Academia de Hollywood.
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El año 1998, la Academia valoraba su obra, marcada por la gracia, la elegancia, el ingenio y la innovación visual. Y ello, con la estatuilla en la mano y a sus 74 años, agradecía el galardón con unos pasos de baile que levantaron el patio de butacas en pleno. Stanley Donen había sido uno de los grandes maestros del cine musical en sus momentos de máximo esplendor. Dirigió obras maestras del género como Un día Nueva York (1949), Siete novias para siete hermanos (1954) o Una cara con ángel (1957), y, claro está, a cuatro manos con Gene Kelly firmó Cantando bajo la lluvia (1952). Pero también joyas como Charada (1963) o la extraordinaria Dos en la carretera (1967). Pero la Academia nunca lo nominó a Mejor Dirección. El menosprecio quedó redondeado cuando, en la edición de los Oscar de 2019, y cuando hacía sólo unos días que el cineasta había muerto, ni siquiera apareció en el in memoriam. Donen merecía un gran número musical en su honor, y no un silencio insoportable y repugnante.
Otro visionario que, como Welles o Hitchcock, revolucionó la manera de hacer cine. Cineasta referencial, exigente y obsesivo hasta límites enfermizos, autor de un puñado de obras maestras absolutas, nunca ganó el Oscar a Mejor Director, a pesar de ser nominado en cuatro ocasiones: ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1964), 2001: Una odisea del espacio (1968), La Naranja Mecánica (1971) y Barry Lyndon (1975). Tampoco ninguno de sus filmes (así, para hacer memoria, ni Espartaco, ni Lolita, ni La Chaqueta Metálica) ganó nunca el Oscar a mejor peli. Y para poner otro ejemplo de la miopía académica, títulos como Senderos de gloria (1957) o El Resplandor (1980), por la que Kubrick fue nominado en un Razzie (que premia las peores pelis del año), tuvieron un total de cero nombramientos. Un desastre.
El año 2004, la Academia ampliaba sus intentos de compensación a tantos grandes talentos de Hollywood olvidados por los premios con un Oscar honorífico que buscaba reconocer la trayectoria de un maestro de la comedia que sólo recibió un único nombramiento, como guionista, por la deliciosa Victor o Victoria (1982). Poca cosa viendo la sofisticada filmografía de un gran cineasta: Blake Edwards es especialmente recordado por la icónica Desayuno con diamantes (1961) y por la saga de La Pantera Rosa, iniciada el año 1963. Y más allá de joyas como Operación Pacífico (1959), La carrera del siglo (1965) o El guateque (1968), demostró su versatilidad con un drama tan contundente como Días de vino y rosas (1963).
No, un Oscar honorífico, que le entregaron el año 2005, tampoco puede sustituir el trato que la Academia dispensó a uno de los cineastas clave de la renovación del cine norteamericano. Primero como miembro de la denominada Generación de la Televisión (la de John Frankenheimer, Martin Ritt, Robert Mulligan o Stanley Kramer) y después coincidiendo con los representantes del Nuevo Cine Americano (los Coppola, Scorsese, Friedkin o Lucas). Cuatro veces nominado como Mejor Director, por 12 hombres sin piedad (1957), Tarde de perros (1975), Network (1976) y Veredicto final (1982), y una vez como guionista de El príncipe de la ciudad (1981), Lumet nunca se llevó el Oscar. De hecho, su extraordinario testamento cinematográfico, Antas que el Diablo sepa que has muerto (2007), no consiguió ni una sola candidatura. ¡Bravo, académicos!