"Quiero ser una presa". Esta es una de las frases que la protagonista de Rendición (Errata naturae, 2022) de la escritora Joanna Pocock, repite en el libro. Una máxima que se estira y se filtra por sus páginas, impregnando el relato de su particular crisis de la mediana edad. Es un resumen lo bastante bueno de lo que hay en el corazón de este relato autobiográfico: el traslado de una escritora del Londres más urbanita a los paisajes áridos de Montana, en el Oeste americano, en busca de una forma de vida diferente. El cambio de la ciudad al campo acaba conduciendo, sin embargo, a una interrogación más profunda: la de cómo existir de forma coherente en un planeta que agoniza.
Rendición es un ejemplo literario que se une a otros llegados en los últimos dos años, como Niadela (Errata naturae, 2021) de la periodista y ex-presentadora de El Intermedio Beatriz Montañez, Mamut (Club Editor, 2022) de Eva Baltasar o Un cambio de verdad (Seix Barral, 2020), del barcelonés Gabi Martínez. Se trata de nuevas voces que reinterpretan de alguna manera el género del nature writing, o escritura de naturaleza, con historias que tienen como tema central el medio ambiente y que a menudo explican traslados desde las ciudades para vivir en el campo. Se unen a películas como Alcarràs o Tros estrenadas recientemente y que también exploran escenarios rurales. Todas parecen la prueba de un movimiento curioso: ante la crisis climática y la incertidumbre sobre el futuro colectivo, el mundo rural se ha convertido en un lugar al cual recurrimos para encontrar guías sobre la existencia en el presente. Y en un escenario donde brillan especialmente las tensiones de nuestro siglo.
Mirar al pasado, mirar al futuro
"No tengo nada. La casa donde vivo es prestada, como también lo es mi coche, que me lleva a comprar comida". Beatriz Montañez, como dice el tópico, lo tenía todo. Una carrera sólida como periodista, apariciones en La Sexta y una vida social intensa. Pero lo abandonó ya hace más de cinco años para vivir en una pequeña casa sin electricidad ni agua caliente, a 25 km de cualquier zona habitada: Niadela. El libro, que lleva el mismo nombre, explica su día a día en la casa, rodeada de vida salvaje y narra un proceso de 'desposesión' y reconciliación con ella misma gracias a la vida en contacto con la naturaleza. "En mi refugio me protejo de la telaraña de la humanidad, me resisto al amparo de la permanencia", explica.
Es una experiencia similar a la del escritor Gabi Martínez. En su caso, el traslado no fue hacia el levante, sino a los áridos paisajes de La Siberia, una remota región extremeña de donde era originaria su familia. Se marchó para hacer de pastor durante seis meses, con la intención de recuperar la tradición y el legado familiar y de luchar contra lo que considera 'el olvido' de la naturaleza. El resultado fue Un cambio de verdad, unas memorias publicadas justo antes del inicio de la pandemia que explican la etapa. Y parcialmente autobiográfica también es Mamut, de la escritora Eva Baltasar, en que la protagonista narra una huida de la ciudad para vivir en una casa en un entorno rural de la Catalunya interior, replicando el movimiento que hizo la propia autora hace dos décadas.
Ya no retratan una naturaleza edénica y en paz, sino un mundo natural en crisis por la acción del hombre; en otras palabras, un entorno en decadencia que es necesario redescubrir y salvar para sobrevivir
A la estela del Walden de Henry David Thoreau, el libro precursor del nature writing, esta avalancha de nuevas voces del género parece haber aparecido de forma coordinada, en el umbral de la pandemia. Todas reproducen la idea de la vida en el campo como una existencia al margen de las servidumbres de la ciudad que proponía Thoreau cuando en 1854 escribió la obra. Pero ahora el escenario ha cambiado. A diferencia del escritor y filósofo norteamericano, ya no retratan una naturaleza edénica y en paz, sino un mundo natural en crisis por la acción del hombre. En otras palabras, un entorno en decadencia que es necesario redescubrir y salvar para sobrevivir.
Por las páginas de Rendición pasan miembros de la comunidad rewilding, en los Estados Unidos, survivalistas o preparacionistas que viven en sintonía con el bosque y practicantes de ecosex. Son comunidades que recuperan técnicas ancestrales, desescolarizan a sus hijos y se entusiasman con formas de vida milenarias. Todas defienden que la manera de vivir de los cazadores-recolectores de hace miles de años marca de alguna manera el camino para el futuro de los humanos en el planeta. Algunas se preparan para un colapso planetario y social que ven próximo. La autora convive y repiensa, acompañándolos, su propia relación con la tierra. "Trataré de rendirme a aquello salvaje como pueda", concluye.
En Un cambio de verdad, el movimiento es similar. Presiden pastores extremeños como Miguel, empeñado en recuperar la oveja merina, la autóctona de la región, con la idea de que es necesario restablecer un orden ecológico originario para sobrevivir. La tarea es, para él, una forma de construir legado en la zona, revestida de repente de un valor enorme, que pasa por encima del de cualquier mejora o propuesta industrial. "Quien no mira el pasado, no mira el futuro", defiende. En Niadela, Montañez se lamenta por la "terrible" huella ecológica de los humanos, mientras descubre "el placer indescriptible de tener un animal salvaje cerca" y de vivir rodeada.
La idea que estas voces esbozan en conjunto es clara: el mundo rural y algunas de las formas de vida tradicionales, incluso tribales, ofrecen recetas para pensar la vida en el planeta ante el horizonte de la crisis ecológica. Son un camino a explorar, inspirado por la preocupación de sobrevivir a través de un orden sostenible que de momento no hemos encontrado.
Retrotopía rural
Mirar al campo parece haberse convertido en un movimiento reflejo ante los indicios de crisis civilizatoria de los últimos tiempos; en una vía de salida a explorar ante el vacío del futuro de la sociedad post-industrial. El mundo rural, aparentemente olvidado durante años, ha renacido como destino, pero también como escenario donde leer y retratar con una claridad especial las tensiones del mundo globalizado: como si fuera una especie de canario de la mina, donde los efectos de transformaciones profundas son más evidentes. Una alarma. Alcarràs, con su lamento nostálgico por la desaparición del cultivo de una familia de la tierra firme, es el último gran ejemplo.
Alcarràs, con su lamento nostálgico por la desaparición del cultivo de una familia de la tierra firme, es el último gran ejemplo
El interés renovado por el campo parece una respuesta natural a la falta de perspectivas. Es el influjo de la retrotopía del filósofo polaco Zygmunt Bauman, la tendencia a recurrir a las ideas del pasado cuando se ha perdido la fe en la posibilidad de una sociedad alternativa en el futuro. Ante el horizonte de la crisis ecológica y la incertidumbre por lo que vendrá, las formas de vida tradicionales nos aparecen como refugio confortable, un estado originario y sólido al cual recurrir como consuelo ante la confusión. Sobre campos y naturaleza cierne el deseo de encontrar la continuidad con un nosotros milenario en un mundo dividido en múltiples fragmentos y que se mueve aceleradamente hacia una dirección desconocida. Flirtea con la nostalgia.
Pero en estas nuevas visiones literarias que caminan sobre los pasos de Thoreau –a diferencia de otros como Feria, de Ana Iris Simón– hay más crudeza que no fantasía. "Parece demasiado tarde para recuperar alguna cosa parecida a un equilibrio armónico con el mundo natural", afirma Pocock en Rendición. "La huella ecológica que está dejando al ser humano en el planeta es devastadora", dice Montañez. "El tiempo está roto", sentencia Martínez. Si la nostalgia se basa en la "promesa de reconstruir una patria ideal", como dice Svetlana Boym, autora de El futuro de la nostalgia, ninguno de los libros invoca una vida edénica en un pasado de pueblo. Prima el pragmatismo, un cierto sentido de la urgencia y el impulso voluntarioso de buscar soluciones individuales y nuevas para los tiempos que tienen que venir.
Estos relatos de deserción urbana, reinterpretaciones contemporáneas del nature writing, parecen sugerir que corresponde a cada uno encontrar soluciones personales a los problemas que generamos socialmente y ponerlas en práctica con el ingenio y las habilidades a nuestro alcance
Tanto los campos del Oeste americano, como los de Alcarràs o los de Extremadura están contaminados por la mirada de un tiempo trascendente, que transforma los objetos donde descansa en alegorías de alguna cosa más. Somos esclavos. Como también lo somos de la pérdida progresiva de la fe en construir colectivamente una sociedad habitable a largo plazo.
Estos relatos de deserción urbana, reinterpretaciones contemporáneas del nature writing, parecen sugerir que corresponde a cada uno encontrar soluciones personales a los problemas que generamos socialmente y ponerlas en práctica con el ingenio y las habilidades a nuestro alcance, aquellas que podemos alcanzar como individuos o como comunidad pequeña. El tejido colectivo o social a la manera del s. XX y los grandes relatos que lo construían han filtrado y lo que queda para ellos, como dice Bauman, ya no es el deseo de crear un mundo más justo, sino, de mejorar individualmente la posición que ocupamos en él, ya sea marchándose para existir de forma más coherente, ya sea escalando.