"Ahora entiendo porque la última vez que abracé a mi hermana fue cuándo se murió mi abuelo, en 1991. Ahora entiendo porque no he abrazado nunca a mi hermano. Ahora entiendo la discapacidad emocional que me ha causado". Enric Soler fue víctima de abusos sexuales por parte del cura Francesc Peris a principios de los años 80, cuando era alumno en los Jesuitas de Casp. Explica que les hacía bañar en la piscina completamente desnudos y que allí, a él como mínimo, le intentaba arrancar el bañador y le hacía tocamientos mientras sentía que se ahogaba, por eso la profundidad de la piscina de su casa en la actualidad está calculada al milímetro para que el agua siempre le llegue a la barbilla. Jordi de la Mata salía con los pantalones empapados de orina cada vez que estaba a solas con Pere Sala, religioso y docente de los Jesuitas de Sarrià que lo violó incontables veces, y culpable de que el chaval se asomara a una espiral de drogas y delincuencia que todavía no ha acabado de digerir. A Alessandra Martín lo que le hizo más daño fue leer que su maestra había declarado que tenía "actitudes coquetas" con Lluís Tó, el sacerdote que abusó de ella, también en el colegio de Sarrià, cuando tenía solo 8 años.
El documental La fugida, coproducido por 3Cat, El Periódico y Ottokar, se convierte en una retahíla de declaraciones tan duras y estridentes como estas, que quedan bloqueadas en algún lugar entre el hígado y el estómago y dificultan la acción de tragar. "Un viaje a la parte oscura de la condición humana", como lo define Josep Morell, codirector de la producción junto con Marc M. Sarrado y Guillem Sánchez, periodista de El Periódico que lleva 8 años investigando abusos sexuales a menores en centros religiosos. El reportaje sigue la pista maquiavélica de Peris y Tó, que en décadas diferentes fueron trasladados a Bolivia cuando se supo que habían agredido sexualmente a algunos de sus alumnos, uno de ellos con una fiesta de despedida incluida. Esto, según el reportaje, demuestra que había una conjura hecha a medida para legitimar hechos criminales, que los hechos se sabían, se permitían y se tapaban con total impunidad. "La Iglesia lo está defendiendo y encubriendo, y al final la gente se atreve a hablar; como sociedad tenemos que mirarlo de cara y espero que sirva para cambiar leyes", ha dicho Sarrado.
Es por eso que los directores están seguros de que el documental tendrá un efecto dominó inmediato a partir de que se estrene esta noche en el DocsBarcelona —y en el Nits Sense Ficció el próximo 18 de junio—. De hecho, el huracán ya ha empezado y se prevé que pueda llegar a ser de magnitudes incontrolables. "Saldrán nuevos casos, estoy convencido: antes del pase del documental ha venido una chica y me ha dicho que fue víctima", ha confesado Morell, visiblemente consternado, durante la presentación de la producción a la prensa. Esta tarea periodística también busca reparar a las víctimas y sacar toda la porquería acumulada durante años bajo la alfombra religiosa, porque la justicia en términos penales ya no es una opción: Lluís Tó murió en 2017 y Francesc Peris está interno en una residencia de Jesús (y recientemente trasladado a una de fuera de Catalunya para alejarse del foco mediático previsto después del estreno). Pero se prevé que este martes las víctimas visiten el Parlament para pedir la imprescriptibilidad de estos tipos de delitos.
Un péndulo de abusos sexuales entre Barcelona y Bolivia
En los Jesuitas de Cochabamba estos dos sacerdotes pudieron seguir reproduciendo su perversión sexual bajo el amparo de la institución y sin ningún tipo de control, hasta el punto de que Tó daba clases de moral y ética sexual. Un exalumno que habla en el documental recuerda que parte de la teoría era preguntarles su opinión sobre si un miembro de los Jesuitas cometía un "error" con un alumno. Cuando contestaban que era delito, él respondía que legalmente quizás sí, pero que moralmente se podía remediar con la confesión y la luz verde divina. "Cuando la justicia de Dios ha entrado, la justicia del hombre no tiene nada que hacer". Solo en el Colegio Juan XXIII, donde llegaban aprendices con altas capacidades estudiantiles, llegaron a abusar de unas 400 criaturas.
Pero el melón de los abusos sexuales en Bolivia explotó hace poco más de un año con el caso del cura pederasta Alfonso Pedrajas, destapado por El País y que hizo que en 2023 el tema se convirtiera en un tema de estado. Hasta entonces, el silencio había sido un sentimiento impuesto durante más de 40 años, acentuado en un lugar del mundo en que gran parte de la población vive bajo el umbral de la pobreza o está en riesgo de exclusión social. "El silencio es lo que encontramos para dejar de sentirnos culpables, y nunca lo fuimos", comenta una víctima de abusos a cámara. En el país latinoamericano, el poder de la orden de los Jesuitas llega a cada rincón; construyen puentes y carreteras, están detrás de las ONG, tienen títeres en la fiscalía y en las instituciones públicas. Poner a los religiosos en la palestra en Bolivia es mucho más difícil que en Catalunya, y mucho más peligroso para aquellos que se atreven no solo a denunciar, sino a hacerlo a cara descubierta.
Josep Morell: "Saldrán nuevos casos, estoy convencido; antes del pase del documental ha venido una chica y me ha dicho que fue víctima"
Allí y aquí, todos se sintieron culpables y a todos les torturó la pregunta de por qué se lo dejaron hacer. El peso del apoyo familiar también es un mensaje esperanzador que el documental muestra en segundo término, como un latido que ayuda a eliminar el estigma y que demuestra como de importante es tener a alguien que te coja de la mano. Curiosamente, las dos mujeres que hablan en el documental, niñas entonces, son las únicas que a principios de los 90 encontraron un espacio seguro en casa para explicar qué les estaba pasando. La lucha de una de ellas acabó con una sentencia histórica que condenaba al sacerdote Tó a una pena de dos años, no aplicable por no tener antecedentes penales, y que era la espina clava de Guillem Sánchez, también premio Ortega y Gasset de periodismo por destapar los abusos dentro de los Maristas. "Quería saber y entender qué había pasado después de la denuncia de los padres de Alessandra, y el documental destapa esta parte, escondida hasta ahora". Otra mujer, esta vez en Cochabamba, fue la que le paró los pies a Peris después de saber que entraba a las habitaciones de las niñas mientras dormía y las tocaba.
La fugida es un gran ejercicio de precisión quirúrgica que quiere seguir denunciando esta losa con el beneplácito personal y profesional que dan el rigor y el trabajo bien hecho. Los directores reconocen que desde que se destapó el caso de los abusos sexuales en los Maristas han cambiado muchas, pero que todavía quedan muchos casos por desenterrar. Más ahora con la confirmación manifiesta de que todo era una estructura perfectamente montada y que Bolivia era un destino predilecto para enviar los casos mal disimulados, aunque Pau Vidal, el ahora delegado de la institución, lo niega. Lo que sí reconoce, con un insípido perdón incluido, es precisamente la que es quizás el dato más escalofriante del documental: que se tenía constancia de la depravación sexual de Lluís Tó desde el año 1968. Y se le dejó hacer.