Sobre un pedestal blanco y aséptico, impoluto, hay colocada una aspiradora. No se trata de una obra de arte, sino del escenario-utillaje ‒con truco incorporado‒ de una performance comercial ejecutada por la mujer de mediana edad que se nos dirigirá durante todo el espectáculo. A partir de esta imagen o figura de la mujer y la aspirador(a) ‒que ofrece muchas lecturas posibles: la mujer, "aspirada" o chupada por el sistema; la mujer que aspira y se traga toda la porquería del mundo‒, Helena Tornero construye a Dona i aspirador(a), en la Sala Beckett hasta el 12 de mayo, un monólogo lleno de giros y sorpresas. Míriam Escurriola Peña interpreta a un personaje sensible y culto que trabaja de mala gana en una empresa de marketing. El que empieza como una conferencia performativa ‒al estilo de Sobre el daño que hace el tabaco de Anton Chejov, texto en que se refleja la autora‒ se acaba convirtiendo en una cosa radicalmente diferente.
Luchando contra el colapso
El personaje exhibe primero la energía propia de una vendedora a comisión ‒con coreografía de Madonna incluida‒, para adoptar después un tono más íntimo, de confidencia, y hablarnos del vínculo con su sobrino, un joven muy concienciado con respecto al cambio climático. El discurso y la implicación del chico serán el motor de su transformación. A poco a poco ‒nos explica, en retrospectiva‒ empezó a mirarse las cosas de otra manera, hasta que decidió comprometerse más activamente para luchar contra el colapso. Como dice uno de los personajes con quién se choca, sentir tristeza o angustia ante la situación del planeta es signo de lucidez, pero no es suficiente: hay que actuar. La actitud catastrofista consiste en no hacer nada, como argumenta la ingeniera y activista Yayo Herrero en sus charlas.
La conciencia se va construyendo, como las convicciones: empieza con pequeños detalles y acaba vertebrando la manera de estar en el mundo
Su sobrino le escribe mensajes inspiradores desde Amsterdam, donde no ha ido precisamente a hacer turismo. Y Vincent van Gogh, recurrentemente citado en los mensajes que le envía, no interesa solo como artista sino también como visionario. Aunque en ningún momento se alude directamente, todos recordamos que su cuadro Los girasoles fue el objeto de una de las acciones de Just Stop Oil el 2022 para obligar los medios a prestar atención a sus demandas. Como el pintor neerlandés, la protagonista tiene el pelo rojizo ‒"pelos del demonio" signo de brujería o de locura‒, y eso hace que la directora de la empresa, que le ve alguna cosa de "bestia salvaje", la compare con el panda rojo del Himalaya que tienen expuesto como mascota en una sala del edificio. Los colores son importantes aquí, desde el verde chillón de la ropa de la protagonista hasta la descripción de determinadas escenas ‒la ascensión hacia al Jardín Botánico de Montjuic, una marcha activista, etc.‒ como paisajes en movimiento y en términos pictóricos.
Las peripecias de una mujer valiente
La preocupación por la emergencia climática, que aparecía de forma tangencial a El futur (TNC, 2019) de Tornero, está aquí tematizada. La autora inserta muy bien, entre los pliegues de la trama, contenidos de temática ambiental y ecofeminismo. Queda claro que la conciencia se va construyendo, como las convicciones: empieza con pequeños detalles y acaba vertebrando la manera de estar en el mundo. Y resulta entrañable que esta mujer generosa y sincera, del todo entregada a la tarea de explicarnos ‒y de revivir‒ su despertar al ecocompromiso, se declare en deuda con su sobrino, a quien ella misma educó en el amor por las palabras y la naturaleza. También está muy bien que, de rebote, resulte revalorizada la figura de la tía, que, en este caso, aparte de aportar valores humanísticos y de cuidado, se muestra del todo receptiva a lo que la generación más joven, la de su sobrino, puede enseñarle.
La amplificación gestual y el exceso lumínico del principio dan paso a una progresiva minimización de los recursos retóricos y energéticos
Asistimos a la peripecia de una mujer valiente que no quiere trabajar más a las órdenes de una directiva que pisa todo aquello en lo que ella cree ‒y que, además, practica el greenwashing‒; ni puede, tampoco, seguir siendo una consumidora acrítica. Ha llegado el momento de deshacer la composición inicial ‒aquella artificiosa figuración al lado de una aspiradora‒ para armonizarse de nuevo con los elementos de la naturaleza. Dentro del juego metateatral propuesto ‒por el qual los espectadores devienen, en función del momento, potenciales compradores del electrodoméstico, cómplices de las confidencias y público del espectáculo‒, la amplificación ‒gestual, lumínica, etc.‒ del principio, que resultaba adecuada para una presentación comercial, da paso a una progresiva minimización de los recursos retóricos y energéticos, hecho que confirma, además de una total sintonía entre fondo y forma, la coherencia de la propuesta en cuanto a sostenibilidad. Helena Tornero nos toca la fibra sin aleccionarnos, a través de la historia, muy bien explicada, de una toma de conciencia. Podréis ver a una Míriam Escurriola pletórica, y también íntima, cautivadora, hasta el 12 de mayo en la Sala Beckett.