¿Dónde están las gatas que no hablan y tiran pa’lante? Cambiemos gatas por gordas y lo tendríamos: Daddy Yankee dando en el clavo de la gordofobia estructural. Abnegadas y calladitas, subiendo la cuesta con la cabeza gacha. Las gordas son una especie en extinción cuando interesa. Dicen por Twitter que la playa siempre ha estado llena de cuerpos diferentes y nunca ha habido problema alguno. Me río, lloro y me ahogo: malditos simplones encorsetados en sus siluetas publicitarias.
Suponemos que la intención del cartel del Ministerio de Igualdad era buena: naturalizar la chicha y las lorzas y las mollejas para que no se diga que en este país tan ibérico se criminaliza el volumen. Que en plena ola de calor, las gordas y los gordos también tienen derecho a darse un chapuzón. Avisar subliminalmente de que, si un ceporro se muere, es por vivir a 40 grados y no por una obstrucción de la vena aorta producida por un exceso de comida basura. Para que quede claro: que aquí, en el Ministerio y el país entero, se respeta a los gordos. Gordos somos todos. El verano es nuestro pero encuentra un puto bikini a menos de 80 pavos.
Da la sensación viendo el cartelito que se les (las) trata como si fueran monos de feria, seres inferiores que hay que infantilizar hasta obligar al abrazo. El dibujo propuesto por la artista Arte Mapache y el Instituto de la Mujer parece una promoción caduca de un balneario exclusivo para gordas de los 90, allí todas puestas en fila y sonrientes, pero solas, excluidas de la sociedad, Gorda d’Or, ciudad de vacaciones, ¿dígame? Todas gordas pero gordas marginadas y normativas, al fin y al cabo, ahí en su paraíso de gordas: luz verde a las gordas pero sin fisuras —y con pelos, como las buenas feministas—. Con la celulitis y las piernas en su sitio: si hay que ser gorda, que se sea con criterio.
Luz verde a las gordas pero sin fisuras —y con pelos, como las buenas feministas—. Con la celulitis y las piernas en su sitio: si hay que ser gorda, que se sea con criterio
Que no engañen al contribuyente: ser gordo es una condena en este mundo de pandereta normativa. Todavía algunos (algunas) apartan la vista cuando ven proporciones grandes. O peor aún: las miran demasiado, hasta lo ridículo. Que dan asco, pena, lástima o rechazo, o todo de golpe. La gordofobia no es un lastre que se quede en la superficialidad física. La gordofobia tiene consecuencias nefastas en el plano laboral, en el sanitario o en el social. Que las personas gordas no merecen ser amadas ni tener trabajos dignos ni aspirar a ascensos, porque tienen más grasa que cerebro, porque sus capacidades están limitadas. De cara es guapísima, pero. Es muy válido, pero. El pero como coletilla eterna.
¿Te duele la rodilla? Adelgaza. ¿Tienes un bulto en el pecho? Adelgaza. ¿Tienes ansiedad? Es que estás demasiado gorda, adelgaza. ¿Te duele el dedo meñique? Ponte a dieta. Cómo te vas a quedar embarazada, con lo gorda que estás. No es por nada, pero tienes que cuidarte. Hasta que no pierdas quilos, yo no te visito. Venga, no te pongas así, yo es que te lo digo por tu bien. Preocupados de pegatina, superioridad moral de campeonato. Un abuso médico contra los cuerpos gordos que la activista Mara Jiménez —Croquetamente en redes sociales, más de 400K— ha viralizado esta semana. Hace pocos días subió un vídeo de 30 minutos en el que relataba algunos de los 400 testimonios —sobre todo de mujeres— que le han contando sus experiencias con la discriminación gordofóbica en las consultas. Bullying con bata blanca de primero de EGB. Un absoluto despropósito social. Lo adjunto. Os obligo a verlo.
Total, que se ha hecho un cartel para defender a las gordas y se ha hablado de todo —arte, plagio, derecho a la intimidad, prevaricación— menos de las gordas. Todos se han puesto las manos a la cabeza por la mala gestión del tema, pero nadie ha pensado en las gordas. Que las gordas van al supermercado, las gordas lloran, las gordas recogen a sus hijos del cole, y salen de fiesta, y toman cervezas en las terrazas de los bares. Las gordas no son un anuncio para lavar consciencias. ¿Que dónde están las gordas? Reapropiándose del insulto y batallando la despersonalización más absoluta, la que he reproducido yo en este artículo. Porque si les llaman gordas ya no son personas, y se siente uno menos hijo de puta. Qué fácil obviar su corazoncito tierno entre michelines blandos. La cuestión es invisibilizarlas, someterlas: si ya ves tú, como va a haber sentimientos en su carne muerta.