¿Están tristes? Lean Dostoyevski. Puede parecer extraño, pero lo digo de verdad. Sé perfectamente que sus amigos –gente de buena fe– les recomendarán que salgan de fiesta o que vayan a terapia o que se distraigan con alguna comedia barata. No les hagan caso. No sirve de nada. Si la vida los trata de forma injusta, si la pareja los ha abandonado o si los han echado del trabajo, no se entretengan con pasatiempos inútiles, enciérrense en casa, apaguen el teléfono y lean a Dostoyevski. Al principio les parecerá una idea nefasta, contraproducente, pero no desesperen, que es un mal hábito, continúen. Pueden empezar por el libro que quieran, por Crimen y Castigo, por los Hermanos Karamazov, por El Idiota o por las Cartes. Sí, quizás mejor que empiecen por las Cartes, que son lo más reciente que se ha publicado y lo más breve y que, además, vienen con el sello de Edicions del Cràter, marca de fiar.
Desgracias tolerables
Si me hacen caso, que es lo que espero que hagan, no solo se darán cuenta de que sus desgracias son infinitamente más tolerables que las del escritor ruso, sino que aprenderán a vivir con ellas, a encontrarles el encanto. Además, lo harán por un precio envidiable, unos 25 euros que –siendo honestos– no son nada comparados con tener que hacer frente a un pelotón de fusilamiento del ejército zarista. Descubrirán así que "la vida es un don", que es lo que escribió el bueno de Fiódor cuando su sentencia de muerte (oficializada en 1849) fue conmutada por cuatro años de trabajos forzados en Siberia y unos cuantos más ejerciendo de soldado raso. También entenderán que, a pesar de ser un ludópata epiléptico arruinado, trastornado y rodeado constantemente por la muerte y la enfermedad (que le tomaron tanto a la madre, como la mujer, como el hermano), se pueden escribir novelas excelentes y hacerlo, además, sin perder la fe en Dios y en la condición humana.
No solo se darán cuenta de que sus desgracias son infinitamente más tolerables que las del escritor ruso, sino que aprenderán a vivir con ellas, a encontrarles el encanto
¿Quiere decir eso que Dostoyevski era feliz? No, pero ¿quién es feliz en este mundo nuestro? Su respuesta –y la mía, ya que estamos– es que nadie lo puede ser del todo. La superación de cualquier problema, de cualquier dificultad, siempre vendrá acompañada de la aparición de otra fuente de sufrimiento. Eso puede aplicarse a la vida sentimental –dónde, de una forma u otra, es imposible no acabar sufriendo–, pero también en el ámbito de la política, en el cual los rusos han sabido demostrar, mejor que ningún otro pueblo, el componente trágico que rodea todos los cambios revolucionarios. Alguien podría citar aquí la frase aquella de Galeano sobre cómo las utopías, a pesar de ser irrealizables, sirven a los individuos para avanzar, pero estaríamos ignorando que el camino en cuestión no tan solo es tortuoso, sino que hiere los pies de quien lo camina, haciéndoles sangrar de forma desmesurada, cruel, terriblemente dolorosa.
Autobiografía póstuma
Consciente de eso, Dostoyevski no solo abandonó el socialismo que había defendido en sus años de juventud, sino que se volcó en una especie de misticismo trascendental que, en los momentos más oscuros de su estancia en Siberia, lo hacía pedir a su hermano libros religiosos (Corán incluido) y de historiadores antiguos (Herodoto, Tucídides, Tácito, Plinio, etc.). "No necesito nada más que libros, poder escribir y estar a solas unas cuantas horas al día", decía en una carta fechada en 1854, afirmación que contrasta profundamente con aquellas que encontramos en las primeras cartas del libro. En ellas, escritas antes de su deportación, al autor de Pobres (1846) se nos presenta como un estudiante ambicioso y de casa buena que no parece preocupado por nada más que por las críticas negativas que recibían sus primeros textos en las revistas literarias de San Petersburgo.
Cartas (1838-1867) se puede entender como una especie de autobiografía póstuma que recorre la vida del autor desde su ingreso en la Academia de Ingenieros de San Petersburgo –con tan solo dieciséis años– hasta la publicación de Crimen y Castigo
Esta transformación, que adelanta|avanza lenta pero constante, se nos dibuja como el tema principal del libro, compuesto por una selección de ochenta y ocho cartas escogidas de entre las más de 3.000 páginas de correspondencia que nos dejó Dostoyevski. Traducidas por Miquel Cabal Guarro, que ya había adaptado en nuestra lengua Apuntes del subsuelo y Las noches blancas, Cartas (1838-1867) se puede entender como una especie de autobiografía póstuma que recorre la vida del autor desde su ingreso en la Academia de Ingenieros de San Petersburgo –con tan solo dieciséis años– hasta la publicación de Crimen y Castigo y la celebración de su segundo matrimonio. Por si no fuera suficiente, el volumen es también una buena excusa para hacer al fisgón y descubrir cosas tan diversas como la opinión que el célebre prosista tenía sobre Lev Tolstoi ("me gusta mucho pero me da la impresión que no escribirá mucho"), George Sand ("artista incuestionable y colosal" que "más de una vez se ha perjudicado con sus cualidades femeninas") o los franceses en general ("un pueblo que hace venir arcadas").
Decía Nikolai Gógol que "una carta es una tontería", que en ellas no se puede decir nada mínimamente interesante. Dostoyevski, que cita esta frase en más de una ocasión, estaba de acuerdo. Sin embargo, habiendo leído sus epístolas, no puedo más que expresar mi disconformidad con esta idea, casi tan estúpida como aquellas en que el célebre escritor fundamentaba su profundo antisemitismo. Incluso los genios se equivocan o, quizás, son "sobre todo" ellos los que lo hacen, en una especie de compensación karmática de su genialidad. No lo sabría decir. Tampoco creo que los interese. Ustedes lean a Dostoyevski, estén tristes o no. Seguro que aprenden alguna cosa y los tormentos de la vida –que todos tenemos– les empiezan a parecer más soportables, más relativos, menos dignos de queja. En caso de que no sea así, escríbanme una carta.