Vivimos en una época en que las palabras vuelan, literalmente. Nunca habíamos tenido tanta información a nuestro alcance como actualmente, en tantos formatos y en tantos lugares al mismo tiempo. Ahora bien, a pesar de toda esta abundancia, parece que hemos perdido alguna cosa por el camino: el respeto por la lengua. Y aquí, nosotros, los profesionales de la comunicación, somos los responsables. No es que quiera tirarnos piedras sobre nuestro propio tejado, pero como diría aquel... "alguien lo tenía que decir": la calidad lingüística es nuestro talón de Aquiles.

A pesar de toda esta abundancia de información, parece que hemos perdido alguna cosa por el camino: el respeto por la lengua

Una víctima inocente

Y ahora me llamarán purista, pero la lengua se trata con tal dejadez en los medios de comunicación... ¡que me sabe mal y me duele! Tenemos el poder de transmitir ideas, de informar, de entretener y, sí: ¡también de formar y de divulgar! Y… ¿si no somos capaces de respetar la lengua, de que sirve todo este esfuerzo informativo? Mirémoslo de cerca. En cualquier telediario, diario o revista, la lengua se convierte a menudo en una víctima inocente. Errores gramaticales, ausencia de pronombres débiles, barbarismos, frases hechas mal utilizadas, y toda una serie de perlas que harían daño a cualquiera con un poco de conciencia lingüística. Y no hablemos de los letreros y títulos que se emiten en pantalla, muchas veces traducciones automáticas, o incluso de los subtítulos, que a menudo parecen hechos por un extraterrestre con un diccionario de idiomas de tercera mano o por el mismo ChatGPT.

Con la excusa de la inmediatez, la lengua se convierte en una barra libre de imprecisión y de incorrección

¿Y qué me decís de las redes sociales? Donde, con la excusa de la inmediatez, la lengua se convierte en una barra libre de imprecisión y de incorrección. De hecho, la precisión y la claridad tendrían que ser nuestros mejores aliados en la lucha contra el caos lingüístico. Ya lo decía Ovidi Montllor: "quien pierde los orígenes, pierde identidad". ¿Quiénes os pensáis que somos nosotros? ¡Caray, los guardianes de estos orígenes! ¡Y sí, claro que tenemos una responsabilidad lingüística! Somos profesionales de la comunicación, no mercenarios de las palabras. Nuestro trabajo no es solo vomitar contenido, sino hacerlo con cuidado, con respeto por la lengua y con un sentido de la responsabilidad hacia nuestros lectores, espectadores y oyentes. Somos nosotros los que podemos decidir si contribuimos a la degradación de la lengua o a su preservación.

Somos nosotros los que podemos decidir si contribuimos a la degradación de la lengua o a su preservación

Y no se trata solo de nostalgia o de un amor romántico por la lengua. Se trata de identidad, de cultura, e incluso de democracia. Cuando la lengua se maltrata, se rompe el hilo que nos conecta como sociedad. Y aún más importante, cuando la lengua se maltrata en los medios, se disminuye la calidad del debate público. Las palabras son la materia prima de nuestro oficio, y si estas son pobres, imprecisas o directamente incorrectas, el resultado final será inevitablemente de baja calidad.

La calidad lingüística

En un mundo ideal, nuestros errores lingüísticos no pasarían desapercibidos, serían detectados y corregidos, y nos permitirían mejorar. Pero la realidad es que a menudo se quedan allí, flotando en la nada y amplificados por la potencia de nuestros altavoces mediáticos. Y, aunque nos cueste admitir, estos errores acaban arraigando en el imaginario colectivo, normalizándose y, a la larga, degradando la lengua. Es cierto, nadie es perfecto y todos podemos cometer errores. Pero una cosa es cometer un error, y otra cosa es no hacer nada para evitarlo. Aquí es donde entra la calidad lingüística: tendría que ser una obsesión, un mantra, un objetivo a perseguir sin tregua. Y esto requiere formación, revisión y, sobre todo, una actitud de respeto hacia nuestro trabajo.

Los medios de comunicación somos los primeros en defender la libertad de expresión, pero, irónicamente, parece que nos olvidamos de defender la calidad de la lengua con la cual expresamos estas libertades

Los medios de comunicación somos los primeros en defender la libertad de expresión, pero, irónicamente, parece que nos olvidamos de defender la calidad de la lengua con la cual expresamos estas libertades. Nos quejamos cuando las instituciones maltratan la lengua, cuando el gobierno no hace bastante para protegerla, pero haría falta hacer autocrítica y preguntarnos: ¿y nosotros, qué hacemos con la lengua desde nuestra trinchera mediática? Es hora de despertar, de reconocer que tenemos una responsabilidad más allá de la audiencia y de los clics. La calidad lingüística es, y tendría que ser, una parte central de nuestro compromiso con la sociedad. No se trata solo de "sonar bien" o de "cumplir con las normas", se trata de ser fieles a nuestro trabajo, de respetar nuestros orígenes y, al mismo tiempo, de asegurarnos que esta lengua, que tanto amamos y que nos permite ganarnos la vida, siga estando viva, rica y precisa.

Así pues, hagámonos un favor a nosotros mismos, y también a los que nos escuchan, nos leen o nos miran: cuidemos la lengua. No dejemos que la rapidez, la inmediatez o la pereza nos hagan perder el rumbo. Al fin y al cabo, somos comunicadores. ¿Y si nosotros no defendemos la lengua, quién lo hará?