El estreno a mediados de septiembre de una nueva versión cinematográfica de Dune, esta vez dirigida por Denis Villeneuve, ha hecho reavivar el interés por todo lo que rodea la novela que escribió el norteamericano Frank Herbert en 1965 y que había pasado a formar una realidad iconográfica a raíz de la película que hizo David Lynch en 1984. Ante estas dos versiones cinematográficas -y una adaptación por televisión que no vale la pena ver- la obra literaria se convierte no solo en la mejor puerta de entrada para acceder en este ecosistema planetario, sino también en la puerta de salida, ya que resuelve los problemas de inconnexión que lastraban la obra de Lynch y adelanta la resolución del conflicto que Villeneuve ha dejado pendiente para una segunda parte.
Es un axioma más o menos aceptado que el libro es siempre mejor que la película, y al mismo tiempo un argumento de literatos para valorar siempre la obra escrita por delante de la videográfica. En todo caso, lo que prevalece en esta cuestión es que una película es al mismo tiempo un ejercicio de condensación y otro de fijación de modelos, porque necesariamente tiene que reducir la extensión de la novela -que en el Dune en catalán, del que acto seguido hablaremos, es de 687 páginas en la edición rústica, apéndices aparte- y tiene que fijar de manera visual lo que en el libro no es más que tinta negra sobre hojas en blanco e imaginación.
Y aquí entran las contradicciones, porque muchos podemos tener en la cabeza que los malos de la trama, los Harkonnen, tienen como rasgo distintivo que son pelirrojos, cuando no se trata de nada más que de una licencia creativa de Lynch al servicio de Sting, evidentemente, mejor músico que actor. Y ejemplos como estos, que distorsionan una obra literaria en favor de la visualización, los encontraríamos a espuertas.
Edición conjunta de Raig Verd y Mai Més
En todo caso, como Dune vuelve a estar de moda ha sido oportuno -a pesar de que un poco tarde, todo hay que decirlo- que dos editoriales de nuestra casa, Raig Verd y Mai Més, de las cuales podemos recordar las ediciones recientes de obras de ciencia-ficción como Qui tem la mort de Nnedi Okorafor o la colectiva Barcelona 2059. Ciutat de posthumans' respectivamente, hayan apostado por una edición de calidad de Dune en catalán, recuperando la traducción efectuada por Manuel de Seabra en 1989 pero revisada por Xantal Aubareda y Pepe Arabí.
Quizás no es este el lugar para pronunciar el discurso político en defensa de la lengua catalana, sin embargo, sí que es seguro que en literatura de género, como es el caso de la ciencia-ficción, se puede tener la certeza del hecho de que si una obra ha sido traducida al catalán es porque su calidad es innegable. Un mercado reducido comporta jugar sobre seguro, y ante los millares de libros que todo lector puede encontrar traducidos al castellano de géneros como la literatura fantástica, la ciencia-ficción, la novela histórica o incluso la novela negra, las pocas traducciones en catalán son al mismo tiempo la triste realidad de una lengua minorizada y un sello de calidad. Quedémonos al menos con la segunda realidad.
Además, en el libro que nos ocupa se aprecia la intención de destacar en formato y diseño. Así, la edición áspera cuenta con portada de Maria Picassó y la de cartoné de Ricard Efa, que además ofrece una sobrecubierta reversible que permite que el libro se titule Dune o que recupere el Duna con el cual fue editado en 1989. En los dos casos, apuestas de primera calidad en el campo de la ilustración.
Así y todo, enfrentarse a la novela cuando ya se ha visto la película es desgraciadamente una muleta que el lector tiene que asumir, y aunque eso comporta ejercicios mentales persistentes porque las comparaciones son a menudo inevitables, en la lectura seguro que encuentra aspectos inéditos, explicaciones esclarecedoras, neologismos e interpretaciones insospechadas. Arrakis, la especia, los frémens, los gusanos, los Atreides, los Harkonnen, los sardaukas, son, en realidad, aquello que el lector quiera interpretar y reinterpretar, no aquello que un director de cine nos quiera hacer tragar.
Por eso mismo podemos hacer tantas lecturas como queramos, porque hay bastante con imaginar -y esta es la interpretación personal de quien firma este artículo- que Arrakis es Afganistán y la especia no es más que opio, para completar las piezas que faltan y atribuir papeles a todo el resto. Será un tópico, pero esta es la magia del libro. ¡Y es que los Harkonnen no son necesariamente pelirrojos!