Después de un año prácticamente cerrados a casa –confinados domiciliariamanente, perimetralmente, comarcalmente...– ¿quién no sueña al marcharse a pasar una temporada en un caserón junto a un mar de todos los colores posibles del azul, donde descubrir otras costumbres, otra cultura, otra lengua, pero sin renunciar a los hábitos y a los caracteres de siempre?
Pues eso, más o menos, es lo que hizo Louisa Durell, viuda con cuatro hijos, el año 1935, quando dejó atrás Bournemouth, en Inglaterra, para establecerse en la paradisiaca Corfú, en el mar Jónico. Una isla escenario de algunos de los acontecimientos más conocidos de la mitología griega y cargada de historia, que después de los venecianos y los franceses, durante el siglo XIX había sido controlada por los británicos, hecho que explica el aire cosmopolita que respiraba este elegante emplazamiento mediterráneo.
Basada en la trilogía de Corfú del benjamín de la familia, el futuro naturalista y escritor Gerald Durrell, Los Durrell ha hecho las delicias del público inglés y ha sido uno de los mayores éxitos del boca a oreja en nuestra casa. La mismísima reina Isabel II, se cuenta como una de las fans de esta producción de la ITV británica con cuatro temporadas disponible en Filmin –en versión original subtitulada en un catalán mejorable, eso sí–, ambientada en la isla donde nació su marido, el príncipe Felipe. De hecho, el longevo consorte real nació en Mon Repos, residencia de verano de la monarquía griega, que a la serie se ha usado para ambientar el palacio de la condesa Mavrodaki. Y todavía un último detalle monàrquico: los fans de The Crown tendrán una alegría de volver ver al actor Josh O'Connor, el Príncipe Carlos en la tercera y cuarta parte de la serie real, interpretando el papel de Lawrence Durrell, el célebre autor del Cuarteto de Alejandría.
La señora Durrell y sus hijos
Hasta aquí cualquier vínculo entre la excéntrica familia y los royals, porque, porque aunque influidos por|para la ancestral atracción cabe en el Mediterráneo de las capas más cultas de la sociedad británica, los Durrell llegaron a Corfú sin un penique, y tuvieron que hacer de todo para sobrevivir. De hecho, buena parte de las cuatro temporadas tienen que ver con la precaria supervivencia de la familia en una isla que, paradójicamente, los libros de los Durrell acabaron de mitificar.
Mientras hace lo imposible para salir adelante, a nivel económico y sentimental, Louisa Durrell –una magnífica Keeley Hawes- tendrá que trampear los intentos de Lawrence para ocurrir un escritor de éxito –y su relación con el sexo y con las mujeres, tema de buena parte de su producción literaria–, el afición por las armas y para meterse en problemas de Leslie –el único hijo que no escribió ningún libro sobre los años de Corfú-, los coqueteos y la frivolidad de Margo y el amor por los animales de Gerald, que le convertirá la casa cutre en un zoo, con todo tipo de bestias, desde pelícanos a nutrias, pasando por conejos o asnos.
El médico, naturalista y poeta Theodore Stephanides, amigo y mentor del jovencito Durrell, el protector taxista Spiro y la entrañable sirvienta Lugaretzia forman el trío griego –siempre a un paso de la caricatura benevolente– que rodea a la peculiarísima familia en su vida en la isla. Una vida a Corfú que se truncó con el estallido de la II Guerra Mundial y que quedó en la memoria de la familia Durrell como una etapa de felicidad perdida. Como la felicidad que te queda después de verla y que te provoca, por una parte ponerte a mirar vuelos hacía Corfú para cuando se pueda viajar, y del otro recuperar mi familia y otros animales, de Gerald Durell. Los editores harían bien en aprovechar el gancho de esta serie de culto para recuperarlo. Por lo que respecta al hotel, una de les casas donde se hospedaron los Durrell está disponible.