¡Qué 2024, el de Eduard Fernández! Qué manera de huir de la crisis de los 60, suponiendo, y es mucho suponer, que soplar 60 velas provoque crisis similares a las de los 40 o los 50. El pasado mes de agosto, Eduard cumplía años y no ha dejado de celebrarlo a lo grande, como mínimo en las salas de cine, dejando boquiabiertos a los espectadores con dos interpretaciones tan memorables como las que desarrolla en El 47 y en Marco. Que la Acadèmia del Cinema Català lo haya premiado con el quinto Gaudí de su carrera y que de aquí a un par de semanas, y no necesitamos ni cartas del tarot ni ninguna bola de cristal, la Academia española lo reconozca con su cuarto Goya, solo demuestra un talento y un estatus en la industria que son incuestionables.

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Los personajes de Manolo Vital y de Enric Marco, en dos de las películas que han marcado la temporada, serían, para cualquier otro actor, hitos insuperables. Pero Eduard Fernández no es cualquier actor, ni un actor cualquiera

Los personajes de Manolo Vital y de Enric Marco, en dos de las películas que han marcado la temporada, serían, para cualquier otro actor, hitos insuperables. Pero Eduard Fernández no es cualquier actor, ni un actor cualquiera: desde su primera aparición en la pantalla grande, hace 25 años, plantando cara sin inmutarse en un tal Javier Bardem en Los lobos de Washington, aquel intérprete menudo y robusto de mirada gamberra dejó claro que había llegado para quedarse.

Eduard Fernández dando vida a Manolo Vital en El 47

Aquella, la de su llegada a Madrid, fue una época algo confusa, porque, por primera vez, el actor probaba los efectos del impacto que su repentina aparición había causado en la industria del cine español. Su perfil bajo, alimentado por su procedencia teatral y una limitadísima experiencia delante de las cámaras, chocó con los focos, los halagos y la farándula, el mundo de los famosos en la ciudad que nunca duerme. Le costó un poco aprender que el único camino para no perderse se encontraba en ser él mismo, no aparentar aquello que no era, no utilizar las máscaras que ya se pondría desarrollando un oficio que ha acabado dominando como muy pocos.

De mimo de calle a actor insuperable

Fernández superaba el casting de Los lobos de Washington gracias al ojo de Mariano Barroso, uno de los pocos cineastas que lo han tenido a sus órdenes en varias ocasiones, en títulos como Hormigas en la boca (2005), Todas las mujeres (2013) o las series El día de mañana (2018) y Criminal (2019). El intérprete llegaba a la capital después de años de picar piedra: hizo de mimo y de payaso en las calles de Barcelona, pisó los escenarios formando parte de Els Joglars durante cuatro años, participó en varios montajes del Teatre Lliure como Roberto Zucco o La serventa amorosa, y sacó la cabeza en series como Poble Nou, Pedralbes Centre o Laura.

Con el cambio de siglo, sin prisa ni traba, iría haciendo carrera trabajando con cineastas como Gonzalo Suárez (El portero), Emilio Martínez-Lázaro (La voz de su amor) o Fernando Trueba (El embrujo de Shanghai), antes de llegar a tres papeles que supusieron un punto de inflexión: Fausto 5.0, o la incursión de La Fura dels Baus en el cine que le dio su primer Goya. Smoking Room, o aquel claustrofóbico ejercicio formal al estilo Glengarry Glenn Ross. Y, por encima de todo, En la ciudad, su primera película con Cesc Gay. ¿Cómo olvidar la pasta al pesto que compartía con Leonor Watling ("no me pidas el teléfono, que té lo doy") o el más que incómodo encuentro casual con el amante de su mujer en un conocido restaurante barcelonés?

Eduard se define como alguien extremadamente exigente consigo mismo, y explica que siempre sufre el mismo vértigo cuando encara un nuevo proyecto, el mismo miedo de cagarla

Decíamos que Eduard no acostumbra a repetir directores, él dice que no hay ninguna otra razón que la pura casualidad. Desde el convencimiento de que cualquier cineasta mataría por tenerlo en sus películas y que su agenda no tiene bastantes páginas para anotar todas las propuestas que le llegan, la verdad es que solo Cesc Gay ha rodado hasta cuatro largometrajes con el actor: las fabulosas En la ciudad (2003), Ficción (2006), Una pistola en cada mando (2012) y, a pesar de que con una pequeña aparición, Truman (2015).

Marco una nueva transformación increíble de Eduard Fernández

Repasar los últimos veinte años de trayectoria cinematográfica de Fernández provocaría un scroll infinito, sin embargo, para destacar algunas, los Tres días con la familia de Mar Coll (que, sin saberlo, abría las puertas al boom de directoras catalanas que hemos disfrutado en los últimos tiempos), aquel Descalzo sobre la tierra roja (telefilm que se convirtió en la que siempre ha destacado como más intensa y significativa experiencia profesional de su vida, poniéndose en la piel de Pere Casaldàliga, el obispo de los pobres), la brutal interpretación de Francisco Paesa a las órdenes de Alberto Rodríguez en la magnífica El hombre de las mil caras, o formando equipo paternofilial con Greta en La hija de un ladrón, de Belén Funes.

En los últimos tiempos se ha encontrado muy cómodo con Marcel Barrena, que a menudo lo define como el Leo Messi de nuestro cine, y que le ha dado dos personajes con mucho jugo: Óscar Camps, fundador de la ONG Open Arms, de Mediterráneo (2021) y, ahora, Manolo Vital, conductor y secuestrador de autobuses que lidera la lucha vecinal de Torre Baró en El 47, la película que le ha permitido levantar su quinto premio Gaudí.

Si hay un hombre de mil caras en nuestro cine, o una cara capaz de representar a mil hombres, es la suya y solo la suya

A pesar de no esconder ser plenamente consciente de su talento y de los halagos que casi siempre despiertan sus interpretaciones (lo aplaudiríamos incluso plantado en un escenario o delante de una cámara leyendo la guía telefónica), Eduard se define como alguien extremadamente exigente consigo mismo, y explica que siempre sufre el mismo vértigo cuando encara un nuevo proyecto, el mismo miedo de cagarla. En todo caso, ahora es hora de cosecha, de Gaudís y de Goyas, como el que pronto se llevará para dejarse poseer por el espíritu de Enric Marco, demostrando que si hay un hombre de mil caras en nuestro cine, o una cara capaz de representar a mil hombres, es la suya y solo la suya.