Els Eixaders (valle del río Corb, Urgell), madrugada del 23 de septiembre de 1874. Hace 150 años. Durante las horas precedentes, una gigantesca tormenta había barrido la cordillera que separa el Camp de Tarragona y la plana de Lleida. En aquel momento todavía no había registros pluviométricos, pero la investigación moderna estima que, en las cabeceras de los ríos que nacen en aquella cordillera, habrían caído más de 1.000 litros/m². El río Corb en poco rato multiplicó por 500 su caudal habitual; y se llevó, para siempre, las casas de Els Eixaders y la vida de todos sus habitantes. En la actualidad, es un despoblado aislado y ruinoso. Dominado por un silencio misterioso. Els Eixaders es el testimonio fantasmagórico del Aguacero de Santa Tecla, la DANA de 1874 que se saldó con 575 muertes y 20 desaparecidos.

El pueblo de Els Eixaders

La tradición popular hace venir el topónimo de Els Eixaders de la actividad de fabricación de azadas (una herramienta agrícola). Pero, en cambio, el Diccionario Onomástico de Joan Corominas dice que Eixaders es una evolución de la forma latina "eixida"; y, observando el relieve de su territorio, equivaldría a la forma moderna "desagües". Els Eixaders fue creado a mediados del siglo XVIII, durante la época de las grandes roturaciones de los secanos catalanes (la transformación de masas forestales y tierras de pasto en cultivos de cereales y, en el valle del Corb, de olivo arbequino). Y fue construido sobre una tierra de aluvión formada por barrancos que, en aquel lugar, desembocan en el Corb. Aquella fatídica madrugada, la rubinada (la forma local de referirse a un aguacero) se llevó, para siempre, las seis casas de campo que formaban el pueblo y la vida de sus 30 habitantes.

Cartel informativo. Els Eixaders. Fuente Consell Comarcal de l'Urgell

El Raval de Sant Agustí, de Tàrrega

Els Eixaders es el ejemplo más impactante de aquella tragedia. Pero su balance de víctimas no es el mayor. El pueblo que se llevó la peor parte de aquel trágico episodio fue Tàrrega, que contabilizaría 205 muertos (1/3 de los muertos del Aguacero de Santa Tecla). Durante aquella fatídica madrugada de Santa Tecla, el Ondara se desbordó y las fuentes documentales y los testimonios materiales revelan que el agua alcanzó un nivel de dos metros por encima de las calles de la parte baja de la ciudad; y su fuerza destruyó, totalmente, más de doscientas casas y, parcialmente, doscientos edificios más. El Raval de Sant Agustí, creado sobre el arenal del río durante la Edad Media y dimensionado durante el periodo expansivo del XVIII, y que concentraba las clases más humildes de la ciudad, se hundió como un castillo de naipes. Solo en aquella zona, 150 muertos.

El Raval de la Salut, de Guimerà

Tàrrega presentaría el balance más elevado de víctimas mortales. Sin embargo, proporcionalmente a su población (y sin contar el caso extremo de Els Eixaders); el porcentaje más elevado de víctimas mortales se produciría en Guimerà (Urgell), que contabilizaría a 35 muertos para un pueblo de poco más de 1.000 habitantes. En aquel caso, fue el río Corb (como en Els Eixaders) el que se desbordó. Los barrios Ascorones y los Aubalços, desplegados sobre la empinada pendiente de la colina, se salvaron. Pero el Raval de la Salut, al otro lado del río y sobre el arenal izquierdo, se inundó. En pocos minutos el agua alcanzaría un nivel por encima de los dos metros y la docena de casas situadas en aquella zona serían literalmente devoradas por la corriente. Y como en Tàrrega o en Els Eixaders, atrapando mortalmente a sus habitantes entre el agua y los escombros.

Representación de la destrucción por la inundación de 1874 en Tàrrega. Raval de Sant Agustí. Fuente Blog Quina la fem

El Raval de la Font Major de l’Espluga; y el Raval de Santa Anna, de Montblanc

El caso de L'Espluga y de Montblanc (Conca de Barberà) sería muy similar al de Tàrrega o al de Guimerà (Urgell). En este caso fue el río Francolí; que la investigación moderna estima —como en el caso del Corb o del Ondara— que en pocos minutos acumularía un caudal aproximado de 1000 m³/s (más del doble del caudal ordinario del Ebro en Amposta). En L'Espluga, en el Raval de la Font Major, desplegado sobre el arenal del río, y encajado entre el Francolí y la muralla, el aguacero se llevaría una docena de casas y la vida de 24 personas. Y en Montblanc el Francolí arrasaría buena parte de las casas del Raval de Santa Anna (a ambos lados del Pont Vell) y causaría ocho muertos. Estos dos arrabales —el de L'Espluga y el de Montblanc— habían sido edificados durante el periodo expansivo (económico, demográfico y urbanístico) de la segunda mitad del siglo XVIII.

Tarragona, el Francolí convertido en el segundo río más caudaloso de Europa

El río Francolí, en su desembocadura —en Tarragona— tiene un caudal medio de 1,20 m³/s. Sin embargo, durante la madrugada de Santa Tecla de 1874, la investigación moderna estima que tendría un caudal entre 2.000 m³/s y 3.000 m³/s; que, durante unas horas, lo convertiría en el segundo río más caudaloso de Europa, solo superado por el Danubio. Para tener una idea de lo que eso representa, diremos que, durante la trágica riuà de 1957 en el País Valencià, el Túria llegaría a acumular un caudal de 3.700 m³/s. En Tarragona no se registraron víctimas mortales, pero la parte baja de la ciudad (el arenal del río y el barrio marítimo del Serrallo) quedaron, literalmente, arrasados. En el Serrallo el nivel del agua alcanzó los tres metros; y lo que era peor; la misma investigación estima que aquel terrorífico caudal se desplazaba a una velocidad entre 20 y 25 km/h.

Representación del alcance de la inundación de 1874 en Montblanc. En el centro de la imagen, el Pont Vell. Fuente: Blog Eduard Contijoch

La búsqueda de los desaparecidos

Pasados diez días, la prensa de la época destacaría la aparición de cadáveres en las playas de Altafulla, de Tarragona y de Vila-seca. Eran algunos de los desaparecidos durante la DANA; vecinos de pueblos situados a 30 o 40 kilómetros de la costa; arrastrados por los ríos y devueltos por el mar. La DANA de 1874 presentaba una serie de elementos en común que explicarían aquella mortalidad. El nexo que unía todos aquellos núcleos damnificados era que habían sido construidos sobre zonas inundables coincidiendo con una etapa de fuerte crecimiento económico y demográfico. Sería la lección del Aguacero de Santa Tecla, la DANA de 1874. Pasados 150 años, no parece que hayamos aprendido nada. Porque no solo votamos gobernantes incapaces de gestionar una emergencia, sino que hemos votado gobernantes que han autorizado —si no promovido— construcciones masivas en zonas de riesgo.