Barcelona, 7 de junio de 1896. 21 horas. Intersección de las calles Canvis Nous y Arenes dels Canvis, en el barrio del Born. La procesión de Corpus retornaba a la iglesia de Santa Maria del Mar, desde donde había salido horas antes, cuando un desconocido lanzó sobre la multitud una bomba de metralla Orsini. Según la prensa de la época (La Vanguardia, edición del 08/07/1896), el explosivo fue lanzado desde una azotea próxima, e iría dirigido a las autoridades que encabezaban la procesión. Pero, por algún motivo que el cronista no menciona, la bomba cayó sobre los espectadores que contemplaban el paso de la comitiva. El resultado de aquel atentado sería de 12 muertos y 70 heridos.
¿Un ataque de falsa bandera?
Acto seguido, las autoridades gubernativas españolas en Barcelona, señalaron el movimiento anarquista como responsable del atentado, y desplegaron una cacería que se traduciría en la detención y tortura de ochenta y siete personas. La Guardia Civil obtendría la confesión del italiano Tomàs Ascheri Fossati, un tenebroso personaje que la prensa de la época había acusado de ser un topo del gobernador infiltrado en los movimientos libertarios, y que en el transcurso de los durísimos interrogatorios, sorprendentemente, confesaría la autoría de la masacre. Rápidamente se desató la sospecha que el atentado había sido un ataque de falsa bandera.
El paisaje
La Catalunya de 1896 estaba inmersa en un paisaje social extremadamente convulso. Ya había estallado la Tercera Guerra de Cuba (1895-1898), la que conduciría aquella colonia hispánica a la independencia definitiva. Y como había pasado en los conflictos anteriores, el Gobierno había decretado levas forzosas que afectaban especialmente a las clases más humildes de la sociedad (obreros industriales y jornaleros agrarios). Aquellas levas habían provocado una importantísima contestación social que había encontrado la complicidad de los crecientes movimientos obreristas y catalanistas. Hay que aclarar que, en aquel contexto histórico, obrerismo y catalanismo se proyectaban en paralelo.
¿Quién es quién?: El aparato politico-militar
La España de 1896 estaba gobernada por un régimen monárquico, pretendidamente constitucional. La jefa de estado era la regente María Cristina de Habsburgo, viuda de Alfonso XII y madre de Alfonso XIII. El presidente del gobierno era Antonio Cánovas del Castillo, jefe de filas del Partido Conservador. El ministro de gobernación era Fernando Cos-Gayón, amigo personal de Cánovas. El capitán general de Catalunya era el general Eulogi Despujol. Y el gobernador civil de Barcelona era Eduardo de Hinojosa. El eje que unía a estos personajes —al margen de su ideología— era que, después de la I República, habían tenido un papel muy relevante en la restauración de la dinastía borbónica (1874).
¿Quién es quién?: El aparato policial
El aparato policial de Barcelona —y del conjunto de Catalunya— estaba dirigido por el general Despujol. Este personaje tenía una larga experiencia —que dibuja extensamente su perfil— en aquello que én los círculos de poder de Madrid llamaban "lucha contra la insurrección". Antes de ser nombrado capitán general de Catalunya, había dirigido varias operaciones militares contra las "insurrecciones" locales en Marruecos y republicanas en Aragón. Y había sido gobernador español en las colonias de Puerto Rico (1878-1881) y de Filipinas (1891-1893), entonces inmersas en sus respectivos procesos independentistas. Y su antecesor en Catalunya, el general Weyler, curiosamente lo había relevado en Filipinas.
¿Quién es quién?: El acusado de la masacre
Con posterioridad a la I República (1873) —durante la etapa denominada "Restauración borbònica"—, los nombramientos de capitanes generales dibujan un curioso y revelador eje Catalunya-Cuba-Puerto Rico-Filipinas: los perfiles son siempre muy similares; y las técnicas represivas, también. En aquel contexto entraría en juego la figura de Tomàs Ascheri Fossati; un personaje del hampa —de origen italiano— infiltrado en los movimientos anarquistas. Su relación con el aparato policial estaba fuera de cualquier duda y después del atentado esta revelación —se había convertido en un "quemado"— sería la que, probablemente, explicaría su detención, confesión, juicio y ejecución.
¿Quién es quién? El verdadero autor de la masacre
En cambio, la investigación historiográfica señala como autor material de la masacre el francés François Girault, que frecuentaba los círculos anarquistas de Barcelona. Y sorprende el hecho de que un extranjero —que tenía que ser muy visible y que en la ideología policial tenía que jugar un papel de enlace con los movimientos libertarios exteriores— no sería ni siquiera interrogado. Según esta investigación, después de la comisión del atentado, huyó a París. Allí, se reunió con dos dirigentes anarquistas de Barcelona que le pidieron que se entregara. Pero Girault no tan solo no se entregó, sino que viajó a Buenos Aires, sospechosamente sin ninguna dificultad, y allí se le pierde la pista para siempre.
¿Quién lo pagó?
La justicia militar española condenó a muerte y ejecutó a los dirigentes obreros Antoni Nogués, Josep Molas, Jaume Vilella, Lluís Mas, Sebastià Sunyer y Joan Alsina; de los sindicatos gremiales de Gràcia y de Sants. Además fueron condenados a reclusión entre ocho y veinte años un total de sesenta y siete personas más. Durante once meses (hasta las ejecuciones del 4 de mayo de 1897) fueron todos brutalmente torturados. El 16 de abril de 1897 el diario La Justice, de París, publicaba una carta firmada por setenta y seis de los ochenta y siete acusados, que denunciaba los brutales interrogatorios que, en las mazmorras del castillo de Montjuïc, sufrían a manos del ejército español y de la Guardia Civil.
Las torturas
En aquella carta se decía, por ejemplo, que a Joseph Thiolouse—que no sabía hablar castellano— lo azotaron “hasta que hubo aprendido el castellano”. O que a otros detenidos los habían “aplicado hierros candentes”, “introducido cañitas entre uña y carne”, “quemado el balano (el prepucio) con puntas de cigarro encendidas” o les habían introducido la cabeza en el interior de "un aparato de hierro a manera de casco que oprimía horriblemente y desgajaba los labios". Y también se relataba que, como resultado de aquellos brutales interrogatorios "han vuelto loco" a Lluís Mas; o que le habían arrancado una confesión a Tomas Ascheri Fossati que —curiosamente— lo implicaba tanto a él como al resto.
Un testigo de excepción: José Rizal
Otra curiosa coincidencia es la presencia de José Rizal —el líder independentista filipino— compartiendo mazmorra con los dirigentes obreros catalanes. Despujol lo conocía de la época en que había sido gobernador de Filipinas. Reveladoramente, Rizal fue detenido en Cuba, poco después del atentado de los Canvis Nous y, curiosamente, fue encarcelado en Barcelona. Rizal, que era un abanderado del pacifismo, sería brutalmente torturado en Montjuïc, y finalmente sería condenado por rebelión, sedición y conspiración, y fusilado en Manila el 30 de diciembre de 1896. Rizal es, en aquel rompecabezas, la pieza que une independentismo y obrerismo: el dibujo del infierno en la ideología española.
Las consecuencias
Aunque los movimientos libertarios proclamaron —por activa y por pasiva— que no tenían ninguna responsabilidad en aquella masacre, las diferentes familias del obrerismo y del catalanismo crearon un cordón sanitario que aislaba peligrosamente el anarquismo y, de rebote, fragmentaba el movimiento reivindicativo catalán. La unidad de acción política no se recuperaría hasta pasados tres años, con la crisis del Cierre de Cajas (1899). Antes, sin embargo, el anarquista italiano Michelle Angiolillo asesinaría a Cánovas del Castillo (1897), como venganza, no tan solo, por las torturas y las ejecuciones de Barcelona. Y entonces es cuando se plantea la cuestión: ¿el atentado de Canvis Nous fue una operación de estado?