La primera vez que murió Franco, el malo, faltaban trece años para que un niño como yo naciera. No sé qué hacías tú aquel día, si es que habías nacido, pero en cambio seguramente sí que puedas recordar qué hacías hace unas horas, esta mañana, la segunda vez que murió Franco, el bueno. En los dos casos, como escribió Joan Brossa después de la muerte "del dictador más viejo de Europa", las dos muertes reclamaban "una abraçada, amor" y alzar la copa. Ni que fuera de café con leche. Ni que fuera bailando música dance.
Los que no pudimos abrir una botella de champán aquella noche del 20 de noviembre de 1975 somos los que descubrimos a Franco Battiato bebiendo Blue Tropic con cola en alguna discoteca de tardes, a pesar de no saber en aquel momento quién era Franco Battiato. A pesar de no saber, en realidad, nada de la vida. Era el año 2003, se podía fumar en los espacios cerrados y un ejército de adolescentes, la mitad con sudaderas Rams 23 y la otra mitad con la bandera rastafari en los cordones de las zapatillas, bailábamos Voglio vederti danzare cada viernes con una pulsera fluorescente en la muñeca gracias a Prezioso&Marvin.
El trío italiano de música electrónica había tomado uno de los grandes éxitos del cantautor siciliano y lo había convertido en el hit discotequero que hoy, a primera hora de la mañana, ha vuelto con fuerza al saber la muerte de Battiato, como un boomerang de nostalgia tirado desde el otro lado del Mediterráneo por Gigi d'Agostino. En aquellos versos en italiano que nunca habíamos entendido se escondían los primeros vasos de tubo en una barra, los primeros cigarros entre los dedos y los primeros besos. Sí, queríamos ver danzar el mundo, tal como decía la canción, pero sobre todo queríamos vernos a nosotros danzando y haciendo equilibrios en la fina cuerda hacia aquella vida adulta que descubríamos poco a poco. Queríamos bailar sobre el futuro que proyectábamos, y queríamos hacerlo un poco mejor de cómo lo hacíamos en aquellas primeras noches en la discoteca, donde estábamos muy lejos de bailar "come le zingari del deserto" y teníamos bastante trabajo con intentar esconder que movíamos el esqueleto con la motricidad de una oca.
Si Goethe dijo que la juventud es la vida abriéndose como una flor delante nuestro, Franco Battiatto fue, sin que él lo sospechara nunca, una parte importante de la banda sonora de aquella floración. Un día, años más tarde, algunos de los que bailábamos Voglio vederti danzare como si no hubiera mañana descubrimos que la canción era obra de un italiano con nariz prominente y pinta de profesor de literatura a punto de jubilarse, vestido siempre con chalecos elegantes y dignos de un contable de fábrica textil en tiempo de la Mancomunitat. Descubrimos Bandera bianca, La cura, E ti vengo en cercare, Centro di gravità permanente y un día, de repente, en alguna pared de algún rincón de España, vimos que alguien había añadido "Battiato" a la cola de una pintada donde decía "Viva a Franco". Sin duda, un hombre capaz de hacer una canción titulada Cuccurucù y convertirla en una obra de culto sin que nadie encuentre ridículo el título es un hombre que merece tener pintadas de "Viva Franco Battiato" en cada esquina.
Hoy Franco ha muerto sin ningún Arias Navarro haciendo una paradinha, con la voz rota, al decirlo. Algunos dicen que hoy Battiato, el Franco bueno, ya brilla como una estrella más en el firmamento, pero la verdad es que técnicamente ya lo hacía desde el 7 de febrero de 1997, cuando el Observatorio Astronómico de Sorbano bautizó como Battiato en el asteroide 18551 del cinturón principal. Parece evidente, pues, que el Franco malo estaba equivocado: aquello que era realmente una unidad de destino universal no era España, sino la música de Battiato, tan eterna como el cielo. ¡Viva Franco [Battiato]!