Hay canciones que sirven para declarar amor después de cuarenta años de casados, pero también las hay que sirven para acabar por primera vez en la cama de alguien y, quién sabe, levantarse al día siguiente por la mañana, abrir los ojos, sentir algo mágico dentro del pecho y tener la sensación de que quizás aquella ha sido la primera de muchas noches al lado de aquella persona con quien el sexo, muy pronto, dejará de ser sexo para pasar a ser el acto de hacer el amor. Sea como sea, sin embargo, en las dos ocasiones las canciones sirven para traducir en una sola palabra todo lo que late por dentro: "'te amo!", en el primer caso; "¿follamos?", en el segundo.
¿Cuántas veces "Cert, clar y breu" ha servido para provocar que alguien le dijera "t'estimo" a su pareja? ¿Cuántas veces "L'olor de la nit" ha empujado a que aquellas dos personas que llevaban horas tirándose indirectas después de dos semanas mariposeando por WhatsApp hayan acabado en la cama, finalmente, follando como posesos? Que Mishima es uno de los grandes grupos de la música en catalán del siglo XXI es una cosa que sabe bastante gente, pero que David Carabén es un alcahuete contemporáneo —una celestina, si lo queréis llamar así— lo descubrí con mis propios ojos el verano pasado, concretamente el 13 de julio de 2019, cuando no existía el coronavirus, la gente bailaba arrimada en los conciertos y Mishima era el grupo estrella del Festival Alta Segarra.
Esta es la historia absolutamente real de cómo dos canciones diferentes dieron pie a dos momentos distintos que bien merecen ser explicados, ni que sea con los nombres ligeramente cambiados de sus protagonistas.
La ternura afrodisíaca de Pujalt, drama en dos actos basado en hechos reales
Pongámonos en situación. Pujalt (Anoia), sobre las diez y media de la noche. En el control de acceso a la plaza de la iglesia de esta localidad de la Alta Segarra, que es donde se celebra el concierto, una chica de detrás de nosotros empieza a decir que le sobra una entrada y a preguntar si hay alguien a quien le haga falta una. De golpe, el chico que está enfrente nuestro, de unos cuarenta años y que va solo, dice que sí.
-Gracias, he venido sin saber si encontraría entrada. ¿Cuándo te debo?
-Nada, hombre. Invítame a una birra después. Me han dado plantón.
-Vaya. Yo he acabado de segar ahora a las ocho y he dicho, venga, me la juego y voy.
-¿De dónde eres?
-De Santa Coloma de Queralt. ¿Y tú?
Ella le responde que es de un lugar que no oímos bien, entran juntos al concierto y sin tiempo de pensar si acabamos de asistir al inicio de una historia de amor, al entrar en la plaza y llegar a nuestra silla conocemos a nuestro vecino de localidad: Alfonso, pronunciado a la manera catalana, con [u] final. Lo saludamos amablemente y, justo después de sentarnos, nos entra con un fino y directo: "Buenas noches, forasteros". Alfonso es, según nos comenta él mismo, un hombre de 76 años, autóctono, de Pujalt de toda la vida y que se ha dedicado siempre al negocio porcino. Como tal, casi como si acabara de salir de alguna página de una novela de Miguel Delibes, viste con el uniforme de abuelo catalán de interior, es decir, con camisa de cuadros, cárdigan azul marino y pantalones de pinza. A su lado se sienta su mujer, Conxita, que nos saluda afectuosamente y tiene pinta de hacer una crema catalana casera para tirar cohetes.
Mientras los miembros de Mishima acaban de preparar los instrumentos y esperamos el inicio del concierto, nuestro vecino de localidad, en calidad de autóctono, hace aquello que hacemos los catalanes de comarcas cuando compartimos espera: hablar del tiempo, primero, y despotricar de Barcelona, después. Alfonso nos explica brevemente cómo es su vida y, sobre todo, cómo es Pujalt: un diminuto pueblo precioso y absolutamente idílico, pero con pocos jóvenes, lejos de alguna estación de tren y un poco en el culo de todo. "Ahora en verano, sin embargo, vamos a remojar los pies en Calafell, que tenemos un apartamento", nos comenta justo antes de confesarnos que no sabe quiénes son Mishima y que tampoco los ha escuchado nunca.
De pronto, después de que los focos se enciendan y los cinco miembros de la banda aparezcan en el escenario, Alfonso se pone unas gafas de sol extrañísimas. Con aquel aspecto de sicario rural, nos explica que lo habían operado hacía poco de la vista y que ahora "iba por los puestos como si fuera el Padrino", detalle al cual su mujer, Conxita, asiente de nuevo con la cabeza. Al acabar las primeras canciones, todos los aplausos del matrimonio han sido rotundos, cosa que nos hace creer que sí, que parece que Mishima les gusta, y es entonces cuando llega el momento clave de todo: cuando empieza a sonar "Cert, clar i breu".
Comodísimo en su papel de President Carabén, David Carabén empieza a cantarla de tal forma que previamente dice el verso que el público tiene que decir. La canción va avanzando y, a pesar de no haberla escuchado nunca, el señor Alfonso, a nuestro lado, va repitiendo igual que un loro toda la letra, como si estuviéramos en un karaoke. La canción va avanzando más, el público se va ablandando poco a poco y entonces, en la estrofa final, después del "tan breve como quien no espera respuesta" pronunciado por el cantante, convertido ya en Alcavot Carabén, Alfonso mueve el brazo cuando canta "ahora y aquí" y le coge la mano a Conxita mientras canturrea flojito "t'estimo, t'estimo, t'estimo".
Si un matrimonio que nos confiesa haberse casado el año 1964 y haber hecho la luna de miel en Caldes de Malavella se ha dicho "te amo" gracias a una canción que no conocían, ¿tendrán algún poder las canciones de Mishima en la otra posible pareja de la noche? El concierto avanza, la gente entona himnos como "Qui n'ha begut" o "Tornaràs a tremolar" y en las últimas canciones, incapaces de seguir con el culo quieto, el público nos vamos levantando de las sillas para acercarnos al escenario. Alfonso y Conxita permanecen sentados, les decimos "ahora volvemos" y bien cerca del escenario nos reencontramos con los dos desconocidos de las entradas, que según parece se han hecho amigos durante el rato de concierto en el cual todo el mundo ha estado sentado. No hace ni una hora que se han conocido, pero el segador y la chica a quien habían dejado plantada están allí, felices y risueños, bailando en primera fila. Es entonces, en este entorno inmejorable, cuando se produce el segundo momento épico de la noche: Mishima empieza a tocar "L'olor de la nit".
Y allí, en aquella plaza digna de un anuncio de Giovanni Ranna y mecidos bajo aquel imponente campanario de espadaña de la ermita de la Concepció, no somos cinco mil los que bailamos entre el cielo y el infierno, pero justo en el momento afrodisíaco en el cual todo el mundo estalla a cantar y a moverse como si fuéramos los protagonistas de Eyes White Shute de Kubrick, dos desconocidos que se acaban de conocer se dan un beso mientras David Carabén entona la pregunta retórica del verso final de la canción: "¿Follamos?".