Septiembre siempre son buenos propósitos. Todo el mundo sabe cuáles tiene y a qué ritmo los irá perdiendo a medida que avancen los meses con erre. Uno de mis objetivos de septiembre (que se había ido aplazando desde mucho antes del verano) era ir al foniatra. Tengo unas afonías selectivas y extrañas. Cuando estoy nerviosa y tengo que hablar, palmo, voz asfixiada. Cuestión de minutos, el momento del directo. Después, como si nada. Antes, como si nada. Me había acogido a todas las posibilidades de la sabiduría popular: agua demasiado fría, el chacra bloqueado, las cosas que callas. Los nervios que hacen que me boicotee a mí misma. ¿Qué es lo que más necesitas para hacer una presentación? La voz. Perfecto. Poética de la autoinmunidad.

Perdonad todo el pretexto personal. Al final este septiembre he ido a la foniatra. Y resulta que hay una explicación y que lleva el nombre del Hollywood de los cincuenta: Humphrey Bogart y Lauren Bacall. El síndrome es la disfonía o el daño en las cuerdas vocales a causa de utilizar tonos excesivamente graves. Se ve que ninguno de los dos actores la sufría, eso es interesante. Pero le dan nombre por la voz grave de él y la ronca de ella. La explicación todavía va más allá: cuando sufres este síndrome, bajas el tono de voz, de manera inconsciente, para parecer más serio, importante, solvente (grave, masculino). La fuerzas y entonces viene la afonía, la ronquera o la fatiga vocal. La foniatra me hizo explicar muchas cosas. Si hablaba de las vacaciones, todo bien. Si explicaba el trabajo o lo que escribo, voz grave, más grave de lo que tocaría. De la poética de la autoinmunidad a los modelos del patriarcado. Y he pensado en un artículo de Marta Pontnou, donde hablaba de la risa de Kamala Harris y aquello que dijo Trump, que le recordaba a una persona desequilibrada y que eso había dado que editaran los vídeos posteriores donde salía riendo.

Silba

Desde que he descubierto este síndrome, que no he parado de leer sobre el tema. La voz de Lauren Bacall también tiene un punto de artificio y construcción. Parece que su descubridor, el director y productor Howard Hawks, quedó impactado al verla en la portada de Harper's Bazaar, con solo 17 años. Pero le hizo un casting y resultó que tenía la voz aguda, una voz, dijo, demasiado parecida a la del resto de actrices. Le recomendó que fuera a las colinas californianas a leer en voz alta y a practicar para tenerla más grave. Un año después, empezaba el rodaje de Tener y no tener, que dirigía Hawks. Bacall ya tenía la voz áspera y grave que la caracterizaba. Compartió pantalla, y después vida, con Humphrey Bogart, que entonces ya era una leyenda consolidada (había tenido tiempo, tenía veinticinco años más) en El halcón maltés y Casablanca. El único hombre que, decían, podía parecer duro sin sacar la pistola. El que siempre parecía que saliera de una borrachera o que empezara otra. Su voz característica, tan nasal y profunda, también la hicieron los cigarros y el güisqui. Al final, he acabado perdiendo el tiempo leyendo sobre el matrimonio y las infidelidades y sobre la voz media de Kamala Harris con elevaciones graves, sobre el lenguaje no verbal de Trump que frunce el ceño. Cómo decimos sin hablar nada. Y no he hecho los ejercicios para hablar en el maldito tono en el que debería hablar. Pero he descubierto, entera, la frase mítica de Bacall a Tener y no tener y la he buscado para escuchar la voz, la que le había pedido al director y la que ya le quedó para siempre. De hecho, también he leído que Bogart se enamoró, más que de Bacall, de Marie 'Slim', la que decía aquello de:

-Si me necesitas, silba. ¿Sabes cómo silbar, verdad, Steve? Solo junta los labios y sopla.

Y me ha parecido una buena manera de acabar.