Donibane Lohitzune (País Vasco francés), 31 de mayo de 1660. Hace 360 años. Los representantes diplomáticos de las monarquías hispánica y francesa firmaban el trazado definitivo de la nueva frontera. Meses antes, en la isla de los Faisanes (07/11/1659), los hispánicos habían cedido a los franceses el dominio del Rosellón, del Conflent y del Vallespir. Y en aquella última tanda negociadora cedían la Alta Cerdanya, desde el Vilar d'Ovança (el actual Montlluis) hasta La Guingueta d'Ix (llamada en francés Bourg-Madame). Es decir, la cabecera del río Segre; situada claramente en la vertiente sur de los Pirineos. Los acuerdos de Donibane Lohitzune desenmascaraban el falso argumento de la supuesta frontera natural; defendida, paradójicamente, por las dos legaciones diplomáticas; y revelaban el temor hispánico que Catalunya siguiera los pasos de los Países Bajos y de Portugal.
El Tratado de los Pirineos era la culminación de un largo proceso político y militar iniciado con la Guerra de los Treinta Años (1618-1648); un conflicto creado a propósito (como todos los conflictos) con el objetivo de dirimir el liderazgo continental. Superada la centuria de 1500, la monarquía hispánica ("el imperio donde nunca se pone el sol") había entrado en una etapa de crisis de la que ya no saldría. Los envíos de metales americanos (el nervio de la economía hispánica) habían caído drásticamente: el agotamiento de las minas y los ataques corsarios ingleses y franceses ponían en evidencia la debilidad de aquel gigante con pies de barro. Sin embargo, sobretodo habían contribuido en gran medida a destapar el monstruoso fenómeno de corrupción que ensuciaba todas las esferas de poder en la corte de Madrid. Una formidable crisis económica que había precipitado una gigantesca crisis política.
En aquel contexto, la monarquía francesa dibujaba una trayectoria radicalmente opuesta al declive hispánico. Después de las mal llamadas Guerras de Religión (1562-1598) que habían asolado el país, el gallo francés reaparecía en los campos de batalla europeos con la cresta sorprendentemente enhiesta. Atrás quedaban las grandes lastras que habían empobrecido y desangrado el país durante la centuria de 1500. Los ingleses ya habían abandonado la Gascuña; y las luchas internas entre las diferentes ramas reales para relevar la decrépita estirpe Valois (oportunamente disfrazadas de conflicto religioso); también se habían resuelto más o menos a satisfacción de todos. En 1589, Enric de Borbó, el más sanguinario en el sur del Sena; proclamaba "Paris bien vaut une messe", ponía las nalgas en el trono de Paris; e inauguraba un periodo de relativa paz y estabilidad internas.
Para entender el por qué del Tratado de los Pirineos sólo hay que observar la evolución hispánica y francesa durante la primera mitad del siglo XVII. En el año 1656, inicio de las conversaciones que conducirían al Tratado de los Pirineos, ya se había consumado el relevo. La Paz de Westfalia (1648) que ponía fin a la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) —el primer gran conflicto mundial de la era moderna— dibujaba un nuevo escenario dominado por las potencias atlánticas: Francia, Países Bajos, Inglaterra y Suecia. El declive de la estrella hispánica se confirmaría con el resultado final del particular enfrentamiento entre Madrid y Paris (1635-1659), con la revolución catalana (1640-1652) como telón de fondo. El Tratado de los Pirineos era la derrota diplomática hispánica que seguía a la derrota militar de los Tercios en los campos de batalla.
Eso último se muy importante, para desenmascarar el falso mito ampliamente difundido por cierta pseudo-historiografía española que afirma que la "pérdida" del Roselló y la Cerdanya fue a causa de la "traición catalana". En este punto, queda manifiestamente patente que el presidente Pau Claris nunca comprometió los condados catalanes del norte a cambio de la ayuda militar francesa en la Revolución de los Segadores (1640). Luis XIII, proclamado conde de Barcelona por las instituciones del país (27/01/1641); y su heredero Luis XIV; actuaron como príncipes electos —totalmente al margen de su condición de reyes de Francia—; y eso quiere decir que ni incorporaron Catalunya a Francia, ni alienó parte de su territorio en beneficio de la monarquía francesa. Entre 1640 y 1652, Catalunya fue un estado independiente que compartía la figura del monarca con Francia y con Navarra.
Dicho esto, también es muy importante mencionar que en las negociaciones de paz que culminaron con el Tratado de los Pirineos, los representantes franceses no tenían ningún interés en los condados catalanes del norte. Durante la última fase del conflicto hispano-francés (a partir de 1650), las tropas hispánicas habían reocupado militarmente el Principado. Pero la cancillería de Versalles tenía muy claro que una de sus mayores bazas era que Luis XIV conservaba —cuanto menos, nominalmente— su condición de conde de Barcelona. Por lo tanto, el cardenal Mazzarino, ministro plenipotenciario de Luis XIV, priorizó las exigencias francesas hacia el Franco Condado hispánico y hacia los Países Bajos hispánicos. El equipo negociador francés se conjuró para obtener el dominio de las actuales Bélgica y Borgoña (el "corredor hispánico" que rodeaba y amenazaba Francia). Catalunya, podía esperar.
¿Que pasó con las ambiciones francesas? Pues los hechos nos demuestran que en aquel paisaje negociador, ni la monarquía hispánica se había hundido definitivamente, ni la monarquía francesa tenía tanto empuje como pretendía. Mazzarino, paciente y práctico, renunció a la victoria total a cambio de la suma de pequeñas ganancias que planeaba obtener con el transcurso del tiempo. Para no desaprovechar la victoria militar en una mesa negociadora inacabable, aceptó la oferta hispánica: los viejos condados del Rosellón, del Conflent y del Vallespir; y algunas plazas del sur de los Países Bajos. Era el 7 de noviembre de 1659, y aquella "concesión" hispánica se sellaba con el acuerdo matrimonial entre Luis XIV y Maria Teresa de les Espanyes, hija del rey hispánico Felipe IV; que, cuatro décadas después, abriría las puertas del Alcázar de Madrid a los Borbones (1701).
En cambio el equipo negociador hispánico era todo el contrario: las fuentes documentales revelan que estaba formado por una reunión de personajes apolillados y esperpénticos, dirigidos por Luis de Haro (sobrino del entonces purgado conde-duque de Olivaste); que siempre fueron a remolque de los hombres de Mazzarino. No tan sólo no tenían ni idea hacia donde giraban los Pirineos; sino que sólo los movía la ideología punitiva contra Catalunya, que imperaba en la corte de Madrid desde la Revolución de 1640. Y mientras los dirigentes del país durante la etapa "francesa" tuvieron un papel destacadísimo en la mesa negociadora (esel caso de Ramon Trobat o de Pere de Marca); Luis de Haro, por una evidente y manifiesta cuestión de desconfianza, no contó para nada con los pocos catalanes que habían sido leales al rey hispánico Felipe IV.
El año 1660, Mazzarino, siguiendo su estrategia de sumar pequeñas victorias, consiguió reabrir las negociaciones y exigió la transferencia del dominio de toda la Cerdanya y del Urgellet (el valle alto del Segre, desde Pont de Bar hasta Pla de Sant Tirs, incluyendo la Seu d'Urgell). El pretexto de situar la frontera sobre las crestas del Pirineo (y restaurar el "limes" romano que más de mil años antes había separado la Galia y la Hispania) quedaba en el cajón de los despropósitos y los negociadores franceses esgrimían que Catalunya, en su totalidad, era de fábrica carolingia. Aquella estrategia no restauró los pesos de 1640; pero, en cambio, Mazzarino consiguió desplazar la "raya" de Montlluís al Chiringuito: incorporó a los dominios del gallo francés la Alta Cerdanya, se a decir la cabecera|membrete del río Segre; que se, claramente, en el sur de los Pirineos.
El papel triste de los dirigentes catalanes de la época, se el pestillo definitivo que explica la amputación de los condados norcatalanes. Después de la reocupación militar hispánica de 1652, Felipe IV no liquidó el auto-gobierno catalán; pero puso las instituciones del país bajo el control de la cancillería de Madrid. "Depuró" los Tres Comunes (el equivalente en el Parlamento) y los opositores al regimos hispánico fueron sustituidos "manu militari" por|para una horrorosa hilera de lameculos: uno 155 con música barroca que situó al poder a los colaboracionistas. La amputación del condados norcatalanes era totalmente ilegal; pero, en cambio, en el Dietario de la Generalitat tan sólo figuran algunas anotaciones que hacen referencia a tímidas protestas. El Tratado de los Pirineos fue el precio del castigo que el rey hispánico Felipe IV impuso a Catalunya por|para la Revolución de 1640.