Lima (Perú), 12 de octubre de 1761. Manuel d'Amat i de Junyent, en nombre del rey hispánico Carlos III, tomaba posesión del cargo de virrey del Perú, el territorio colonial más rico de la América hispánica. Era el primer catalán, desde la imposición del régimen borbónico (1715), que alcanzaba un cargo de esta importancia. Manuel d'Amat (convertido en el virrey Amat) ocuparía el trono virreinal de Lima durante quince años (1761-1776) y escribiría las páginas más controvertidas de la historia de la administración colonial hispánica del llamado siglo de las luces. Perseguiría con firmeza la corrupción cosificada que devoraba todos los rincones de la administración colonial de Lima (desde las minas del Potosí hasta el puerto de El Callao), sería el gran urbanista de Lima y convertiría la capital virreinal en una copia de las grandes ciudades europeas. También mantendría una tempestuosa relación con una actriz de teatro criolla y sus violentas discusiones públicas se convertirían en el entretenimiento principal de las clases rectoras coloniales. Amat sería el virrey total.
¿De dónde venía el virrey Amat?
Amat había nacido en 1704 (el año anterior al estallido de la Guerra de Sucesión hispánica) en Vacarisses (Vallès Occidental). Era el heredero de una familia de la pequeña aristocracia rural, de tradición militar, que, al estallido del conflicto (1705), se dividiría entre borbónicos y austriacistas. La rama principal, la del heredero Amat —su padre— se inclinó hacia el bando borbónico, mientras que la rama secundaria, la del segundón Amat —su tío, que vivía en Barcelona—, se declaró austriacista. Lejos, sin embargo, de interpretaciones dualistas, la realidad es que los Amat de Vacarisses se convirtieron en la única familia borbónica del pueblo y en una de las pocas de la comarca, y que lo único que les había preocupado y les preocupaba era que las revueltas les perjudicaran el patrimonio y la posición. Reveladoramente, en 1688, en plena revuelta de los Barretinas, el viejo Amat (el abuelo) había estado en Manresa, con el ejército del virrey hispánico en Catalunya, donde masacró al partido revolucionario de los tremendos, en guerra abierta con al partido de los favets de la oligarquía local.
La carrera del virrey Amat
Amat hizo carrera en el ejército de aquella España borbónica pretendidamente renovada, lo cual es muy sorprendente, dado que era catalán, una mácula imperdonable en aquel régimen borbónico, y nunca supo expresarse correctamente en castellano, aunque pasó las tres cuartas partes de su vida lejos de Catalunya. Las fuentes documentales revelan que era tanto una cuestión de dicción como de pobreza de competencias lingüísticas. Y no obstante, a los quince años (1719) ya se había casado y consagrado con las castellanísimas armas borbónicas, y a los treinta (1734), después de una serie de campañas bélicas que la cancillería de Madrid había emprendido en el norte de África y el sur de Italia, ya era comandante de un regimiento de dragones. Una carrera construida a culatazo y a punta de bayoneta que, acabada la lucha, quedaría repentinamente parada, posiblemente por falta de padrinos poderosos y pedigrí castellano. Hasta pasadas dos décadas (1755) no se reactivaría.
El virrey Amat en las Américas
Las colonias americanas eran el gran trampolín de los militares de segunda, es decir, de los que no formaban parte del selecto —y corrupto— club de los grandes de España. La reactivación de la carrera de Amat, por el origen y la naturaleza del personaje, forzosamente tenía que pasar por las colonias. Y así lo debió entender él, porque en 1755, después de dos décadas acumulando medallas en la pechera, que únicamente se traducían en honores, consiguió ser nombrado gobernador de la provincia de Chile, que formaba parte del virreinato del Perú. Era un primer paso que aclaraba el paisaje y que lo conduciría a la culminación de su carrera. Solo cinco años más tarde (1761), Carlos III lo nombraba virrey del Perú: la reserva de las minas de plata del Potosí y la plataforma de expansión hacia el Extremo Oriente y Oceanía. Amat sustituía a otro militar de segunda: el castellano de origen vasco y de familia probadamente borbónica José Antonio Manso de Velasco que, previamente, había transitado por los mismos destinos.
El virrey Amat en Lima
La llegada del virrey Amat a la capital virreinal del Perú supuso un descalabro para todos los estamentos de aquella sociedad colonial. Era el 31º virrey del Perú, pero era el primero nombrado por Carlos III. Lo había propuesto Squillace, el ministro de Hacienda de origen siciliano que, con la oposición de la oligarquía cortesana de Madrid, estaba sacando adelante un programa de modernización de la economía, que perseguía especialmente la corrupción secular. El trayecto entre las minas de plata del Potosí —la última reserva de extracción de metales del imperio hispánico— y el puerto de embarque de El Callao se había convertido en un agujero negro que engullía buena parte de la producción hacia los bolsillos de la oligarquía criolla, naturalmente. Esta práctica era tan conocida y tan institucionalizada que cuando Carlos III y Squillace se propusieron cortarla de raíz debieron de pensar que Amat era la persona ideal, porque además de catalán —con el estigma que acompañaba el simple hecho de serlo—, tenía una reconocida fama de personaje duro y huraño.
La corrupción colonial
Amat, a pesar de que no consiguió erradicar totalmente las redes de corrupción, sí demostró que no le temblaba la mano. Desarticuló las redes que antes habían actuado con total impunidad y, en muchas ocasiones, con la activa e interesada colaboración de los altos funcionarios virreinales. Durante su mandato la producción que se embarcaba en El Callao con destino a la metrópoli aumentó significativamente. Ahora bien, otra cosa es cómo utilizaría aquellos ingresos la hacienda real, sobre todo después de que la oligarquía cortesana consiguiera que Carlos III destituyera a Squillace con el pretexto de que el ministro había dictado una ley que prohibía transitar con capa y sombrero de ala ancha. El virrey Amat llevó a cabo una tarea no exenta de conflictos, que lo hizo merecedor del calificativo de "buen administrador" por parte de los coetáneos de la época, de profesión reírle las gracias al rey. No obstante, los daños colaterales que sufrió serían considerables, y el enfrentamiento con una parte importante de las clases dirigentes criollas de la colonia marcó con fuerza su virreinato.
La urbanización de Lima
Cuando Amat puso los pies en Lima (1761) todavía eran bien visibles los efectos de un terremoto y de un tsunami que habían destruido buena parte de la ciudad y del puerto. Según las fuentes coetáneas, había sido el más devastador de la época colonial y había afectado gravemente el parque inmobiliario local. Por este motivo Amat sacó adelante un plan de reconstrucción gigantesco: siguiendo sus órdenes, el arquitecto catalán Ignasi Martorell completó la fortificación del puerto de El Callao y dibujó un nuevo planeamiento de Lima con el objetivo de convertirla en una copia de las grandes ciudades europeas y con el propósito, también, de reconciliar al virrey con las clases dirigentes criollas que habían sufrido los efectos del "vendaval Amat". Con sus propios recursos construyó la Alameda de los Descalzos y el Paseo de las Aguas, que se convertirían en el lugar recreativo de las élites criollas, y también la plaza de toros de Acho, la primera construcción taurina estable de la América colonial, llamada a convertirse en el coliseo de las clases populares.
La Perricholi
El virrey Amat se convirtió en uno de los solteros más encandalosos de la América colonial. Su avanzada edad para la época (57) no representó ningún impedimento para él a la hora de mantener una tempestuosa relación con una jovencísima actriz de teatro criolla llamada Micaela Villegas (14). Amat y Villegas mantuvieron una relación conyugal durante catorce años sin haber pasado previamente por la vicaría, que escandalizó a la conservadora sociedad colonial de Lima y que se convirtió en un arma arrojadiza que los enemigos políticos del virrey utilizarían con creces. Amat y Villegas, que compartían un mismo perfil autoritario y pasional, protagonizaron escandalosas discusiones públicas que eran el chismorreo diario de las oligarquías coloniales. La peluca del virrey —uno de los símbolos del poder que representaba— voló por los aires de los salones más distinguidos de la capital en múltiples ocasiones. Amat, haciendo gala de su misoginia, la insultaba repetidamente con su mal castellano: queriendo decir "perra chola" acababa gritando "perricholi".
Las ironías de la historia
"Perra chola" no era un insulto como otro. En aquella América colonial profundamente clasista y racista, a los cholos (nativos) no se les dispensaba ni la categoría de personas. Curiosamente, Micaela Villegas, que no era nativa, acabaría siendo conocida con el insulto que le había endilgado su amante con su particular dicción: la Perricholi. Amat y Villegas tuvieron un hijo, Manuel d'Amat i Villegas, que no heredaría ni un real del virrey. El virrey Amat acabó sometido a un juicio moral que era muy político, dimitió y volvió a Barcelona (1777). Se casó con una novicia de una familia patricia, Maria Antònia Fiveller que, oportunamente, había sido exclaustrada, y mandó construir una residencia en La Rambla de Barcelona, conocida como el Palau de la Virreina. El matrimonio no tuvo hijos. Por su parte, Micaela Villegas permaneció en la casa del Paseo de las Aguas que su apasionado amante le había regalado. E, ironías de la historia, Manuel, su hijo, se convertiría en uno de los líderes del independentismo peruano y sería uno de los jefes de la liberación de Lima y de El Callao.