"No te vayas, mamá". Qué grito tan potente y rompedor, el de la niña que ve, sin entender mucho, que su madre no sube al coche que conduce al padre. La cámara se aleja y hace pequeña a Irene, esta mujer que, por primera vez, experimenta cómo su ruptura de pareja significa también separarse de su hija. Así de crueles pueden llegar a ser las custodias compartidas. El vacío en el alma que le queda a la madre es uno de los grandes temas de Els encantats, el tercer largometraje de la cineasta Elena Trapé (Barcelona, 1976), con el que está nominada a los Premios Gaudí.
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El vacío en el alma, el sentimiento de culpabilidad, el desconcierto, la desubicación. El guión, la cámara, acompaña a Irene en una huida hacia delante, unos días en la casa familiar del pueblo de la Vall Fosca donde pasó los mejores veranos de su vida, un viaje que debería servir para no pensar demasiado en estos momentos complicados que nadie le había dicho nunca que quizá le tocaría vivir. Sin embargo, en medio de la naturaleza y del silencio hay muy poco espacio para escapar de uno mismo. Y Irene tendrá que enfrentarse a sus propias dudas y contradicciones, al dolor de la ausencia, a una realidad que incluye no estar presente en momentos tan importantes como la primera vez que su hija conduce una bicicleta.
Con Laia Costa como cómplice y (descomunal) protagonista, Els encantats habla de la maternidad desde perspectivas insólitas, pero sobre todo reflexiona sobre las consecuencias de la ruptura, que van más allá de las razones de una y otra para romper una relación. Plantea aquellas nuevas etapas vitales que se alejan de las proyecciones hechas, que piden hacer frente a las heridas y al miedo. Irene vuelve al pueblo, se reencuentra con viejas amigas e invita a un chico (Dani Pérez Prada) con quien ha empezado algo, aunque no es exactamente la misma que él se espera.
Tal y como ocurría con su anterior película, Las distancias (2018), que, bromeando, muy bien podría haberse titulado Los desencantados, Elena Trapé consigue volver a interpelar a público muy diverso. “Yo nunca he pretendido hacer un retrato generacional, en ninguna de mis películas, ni siquiera con Blog, que no diría que fuera un retrato de la adolescencia, sino el de un grupo de amigas con sus circunstancias”, avisa la cineasta.
Cuando hago entrevistas, hay películas que te hacen preguntar sobre mil cosas de la forma, detrás de la cámara, y hay otras, como la tuya, que invitan a reflexionar o debatir sobre el argumento. Seguramente por la forma tan potente de interpelar al espectador.
Eso es algo muy bonito. El otro día me preguntaban cuál sería la peor crítica que podrían hacerme, y yo respondía que la indiferencia. A mí, que alguien me diga que la película le ha molestado o le ha desagradado, también me interesa. Lo que me parece tristísimo es que la película no te diga nada. Una de las magias del cine es que lo mismo pueda provocar reacciones opuestas. Hay algo divertido que me está empezando a pasar con Els encantats, y que ya me había pasado con Las distancias: independientemente de la edad de la persona con la que hablas, te dicen que los retrata como generación. Que alguien de 50 y tantos se sienta partícipe de lo que está viendo igual que alguien de 30 y tantos... En el fondo, más allá de contar la historia de una madre que siente dolor cuando debe separarse por primera vez de su hija, Els encantats habla de alguien que no sabe qué hacer con su vida, que no sabe por dónde tirar, que está sobrepasada, y esa sensación interpela a mucha gente.
Els encantats es un estudio de personaje. De hecho, los secundarios están para contar a la protagonista, para dimensionarla.
Sí, y no era la intención inicial. Aunque queríamos contar la historia de Irene, la idea era hacerlo de una forma más coral, ampliando los puntos de vista de otros personajes. Los primeros tratamientos de guion iban en esta línea hasta que nos dimos cuenta de que lo que importaba era Irene. Había muchas ganas de hablar de una ruptura desde un punto de vista que yo no había visto, porque siempre giran en torno a la pareja como centro del conflicto, y del impacto, de las consecuencias. Y cuando te separas con niños, las cosas son muy diferentes, y me parecía interesante acompañar a la protagonista en la gestión de esa sensación, en un proceso del que quiere huir, que la hace estar incómoda en todas partes, y que la convierte en una olla a presión que explota al final. Pero lo que dice en ese monólogo final, en el fondo ya lo has entendido. Y todos los personajes secundarios que gravitan a su alrededor, como satélites, nos ayudan a abarcar todos los matices de una crisis de este tipo: más allá del conflicto de la niña hay una situación de volver a empezar, de redescubrir quien eres, de reubicarte en la vida desde un sitio nuevo, de asumir que muchos proyectos que tenías no se harán realidad y que vivirás una maternidad diferente. No podrás ver a tu hija cuando quieras, y habrá cosas importantes que te perderás porque no estarás. Se trataba de acompañar al personaje y explicarlo.
Els encantats habla de alguien que no sabe qué hacer con su vida, que no sabe por dónde tirar, que está sobrepasada, y esa sensación interpela a mucha gente
Es inevitable pensar en Cinco lobitos. Por Laia Costa y porque, cada una desde una perspectiva determinada, tienen la maternidad en el eje del relato. Ya me parece un tema no muy frecuente, pero es que, además, lo hace con perspectivas bastante insólitas.
Desde el principio del proyecto nos mencionan Cinco lobitos y creo que no me hablarían de ella si no se hubiesen estrenado con tan poco tiempo de diferencia o si no tuvieran a la misma actriz. Me gusta que digas que no hay tantas películas sobre la maternidad, porque en las primeras entrevistas promocionales me decían: ¿otra película sobre la maternidad? Y les contestaba: dime diez títulos. No creo que en una entrevista se pregunte nunca sobre otra peli sobre dos policías que investigan una desaparición. O sobre otra peli sobre un motín en una cárcel. Me hace gracia. Pero sí ambas películas le dan un peso central al tema. También es verdad que cuando vi Cinco lobitos pensé que no era la historia de una maternidad primeriza, que era otra cosa... habla de los cuidados, de hacer de madre de tu madre, habla de más cosas .
Ambas, sin embargo, ofrecen miradas no habituales a la maternidad.
Es verdad que, de repente, se ha abierto el espectro, nos alejamos de los clichés sobre conceptos tan poderosos como la maternidad, que parecía algo incuestionable. Y está pasando a través de la mirada de autoras que explican su experiencia, y esto es algo que sucede en el cine pero también en la literatura o en la novela gráfica... Algo que está pasando y que me gusta mucho es que me dicen que el personaje protagonista de Els encantats resulta antipático. La feminidad connota que debe ser agradable y complaciente, y creo que rara vez vemos a un protagonista femenino incómodo y eso, de repente, nos perturba mucho. Y pienso que la vida es esto.
La feminidad connota que debe ser agradable y complaciente, y creo que rara vez vemos a un protagonista femenino incómodo y eso, de repente, nos perturba mucho. Y pienso que la vida es esto
Hay un momento muy revelador en este sentido: Irene cagándose en el amor romántico frente a una pareja joven que planea mantener una relación a distancia.
(ríe) Hay algo de envidia, eh, desde su perspectiva amargada piensa en qué chulo era cuando creías que el amor sería para siempre. Sí, esa escena lo ilustra muy bien.
En tu cine se pone mucho el foco en los silencios, en las reacciones de los personajes, en lo que se deja entender sin necesidad de palabras...
Sí, me gusta mucho trabajar estos detalles, a la hora de pensar una secuencia dibujo lo que está pasando, pero lo que quiero contar va por debajo. Y me gusta rodar las cosas que quiero contar, no tanto lo que pasa, que ya es evidente. Lo que hay por debajo es lo más interesante, y creo que explicamos mucho con la fortma de mirar, de reaccionar, de movernos, son elementos que me gusta observar como directora. Esto también es fruto de mucho trabajo previo, de construir a los personajes con muchísimos detalles que a Miguel (Ibáñez Monroy, coguionista) y a mí nos funcionan mucho en la escritura, ayudan a hacerlos reales. Otro ejemplo: Clara Roquet nos ayudó mucho en una primera fase de guión, y nos insistió mucho en la necesidad de conocer la historia del pueblo: hicimos un documento donde se cuentan todas las familias de los repobladores del lugar, lo que había pasado entre ellos, son elementos que parece que no pero que ayudan mucho a dar contexto. También ensayamos comportamientos previos al inicio de la película entre Irene y su ex, porque en esa primera escena hay algo de cómo le hablas, cómo te comportas, con alguien de quien te estás separando. Y crear su pasado ayuda a interpretar ese momento, esa cosa de pareja tensada, esos gestos...
En la película, ella invita a un rollete a casa. Es un personaje, el de Dani Pérez Prada, que resulta también extraordinariamente revelador.
Es un personaje que me encanta, Éric... sobre el papel es el hombre ideal, 40 años, heterosexual, simpático, preparado para comprometerse, con ganas de tener una relación con una mujer que es madre, casi ciencia- ficción. Está entregadísimo. Pero no es el momento: ella no está preparada para construir nada, no está conectada. Ella quiere un fin de semana de sexo y él lo quiere romántico... Pero además de eso, hay algo que observar en las dinámicas, de acercamiento y seducción en una relación heterosexual, en cómo los hombres se acercan . Y eso que él hace de forma automática y que hacéis muchos hombres de esta generación... con una mujer que ya viene hecha, no sé cómo decirte, que ya no tiene 20 años sino casi 40, buffff... da mucha pereza! Hay una escena, cuando él llega a la casa, que está generando mucho rechazo entre el público femenino: las mujeres ven entrar a Dani Pérez Prada en aquella escena y la reacción es... ¡uaaau, qué pereza! Hemos aislado el momento, pero esta cosa condescendiente y de mansplaining la vivimos todas las mujeres todo el rato, 24/7. Lo ves mucho en la película, porque además aguantamos el plano, y todas las tías pensamos que qué horror. Y en realidad no es un horror, él está haciendo su despliegue: conmigo vas a estar bien, chiquilla. (risas)
Háblanos de Laia Costa, tu protagonista.
¡Mi titular sobre Laia sería decir que la quiero! Directamente. Llegué a ella porque yo quería que la protagonista fuera una actriz que hubiera sido madre, y yo no sabía que Laia lo era. Me lo dijo Isabel Coixet dentro de un taxi, y ese fue el click. Laia es una persona muy directa y muy clara, para lo bueno y para lo malo. Le envié el guión y se le leyó enseguida, y me llamó, un lunes a las once y media de la noche: facetime Laia Costa. Estuvimos charlando mucho sobre el guión, a ella le gustó el enfoque que quería dar yo, y a mí me gustó cómo ella lo había entendido y las ganas que tenía de hacer la película.
Cada vez que veo la película, me sorprendo con algo nuevo de Laia, pienso: "¡Mira, la tía, qué buena es!"
¿Te sorprendió con alguna propuesta, poniendo el foco en algo que no esperaras?
Laia le ha dado alma, y es verdad que tuvo muy poco espacio para la improvisación, había muchos condicionantes... quiero ese plano y quiero que te pares aquí. Había marcas, encuadres con un significado... Ensayamos muchísimo, encontramos muchas cosas, charlamos mucho de la vida, de la maternidad, de muchas cosas. Generamos una confianza mutua que fue muy importante. Porque yo le daba poca libertad a Laia, y ella es una persona que, si le das cancha, hace magia. Y nosotros queríamos esa magia, pero también necesitábamos que se detuviera en aquella marca. Ella confió, yo le decía que se relajara, que lo viera como un trabajo de equipo, hay una parte de la secuencia que la contaba ella y otra que la contaba la cámara. Le decía: relájate y disfruta. Y lo hizo. Ha habido mucha confianza, nos hemos dicho las cosas de una forma muy abierta y sincera. También, por el tipo de proyecto, hubo mucha convivencia con el equipo, estuvimos cuatro semanas en la Vall Fosca, en un lugar idílico. Y me pasa que, cada vez que veo la película, me sorprendo con algo nuevo de Laia, pienso: ¡Mira, la tía, qué buena es!
Te veo contenta con el resultado final.
En ese caso, estaba probando algo nuevo, una manera de rodar diferente, y no sabía si funcionaría. No lo había hecho antes. Vi un primer montaje de dos horas y veinte minutos y me gustó, y eso nunca me había pasado. Tuve la sensación de que teníamos la película. ¿Las secuencias que menos me gustan? Las más convencionales, las que hice para cubrirme un poco, pero hay momentos en los que creo que son muy bonitos y especiales...