Han pasado 10 años, pero a Elisenda Solsona todavía le tiembla la voz, un poco el cuerpo también, cuando recuerda el proceso de infertilidad que sufrió. Hay una tensión física que se percibe en su lenguaje no verbal, como si cada vez que habla un fantasma invisible le recorriera los poros con una uña fría y afilada. Pero ella no deja de explicarlo, aunque al principio no lo tenía claro, aunque llegó a pensar que quizás exponer su vivencia personal sería contraproducente para el libro. Y es que Mammalia (Males Herbes, finalista del Premi Òmnium a la mejor novela) no va de lo que le pasó, pero lo que le pasó se respira en cada página. Es imposible huir de la reflexión leyendo una novela distópica y futurista que ha tardado cinco años en construir. Volcanes, boleros, cuevas, el deseo de ser madre, el miedo de no serlo, infertilidad, vientres de alquiler, clasismo, memoria. A través de la investigación de identidad de Cora, la ternura hecha personaje, la escritora mezcla todos los elementos en un engranaje perfecto, un rompecabezas perverso que causa auténtico terror y que ha puesto sobre la mesa debates todavía demasiado silenciados.
Mammalia es una historia de historias, no sé cómo la definirías tú.
Siempre digo que, cuando empiezo a escribir, es para sacar monstruos que llevo dentro. En Mammalia no hay terror, hay momentos angustiantes e inquietantes, pero sí que escribo desde allí. Quise sacar el monstruo del proceso de infertilidad que pasé, de las malas prácticas que hay en algunas clínicas de reproducción asistida, la crítica al vientre de alquiler, los límites del deseo de la maternidad o la importancia de hablar de la no maternidad. Y después salieron otros temas que me interesan, como la memoria y como de maleable puede ser para un niño. Hay terror en eso, porque todo el mundo construye la identidad a partir de lo que le han dicho y de las fotos que ha visto, pero eso puede estar manipulado. Por eso hablo de una chica que quiere volver a sus orígenes para saber de dónde viene, saber quién es su madre y franquear al padre, que es un muro con quien no puede conversar, para acabar uniendo las pistas y llegar al final. La idea de fondo son las maternidades, la fertilidad o el deseo de ser madre, pero al final habla de cómo de importante es saber de dónde vienes para crearte una identidad propia.
Teniendo en cuenta que parte de un momento traumático personal, ¿te habías preparado para poder hablar abiertamente de ello también fuera de la ficción?
Ya han pasado 10 años, creo que ha pasado el tiempo suficiente para poder hablarlo. Se dice mucho que lo que no se dice, no existe, y yo en aquel momento no podía decirlo. Y había mucho más tabú que ahora, y cuando pasé por todo este proceso, de los 28 a los 32 años, lo vivía con vergüenza. Cuando empezó la promo de Mammalia, tuve la duda de si tenía que explicar que partía de un proceso interno. Incluso pensaba si iría en detrimento de la novela, porque no trata de eso, es desde donde yo lo he construido. Pero decidí que sí porque estaba en deuda conmigo misma, porque en aquel momento me hubiera gustado leer que una chica había escrito una novela a partir de unos hechos que le habían sucedido. Y romper este tabú y hacer que los círculos de mujeres puedan hablar.
¿Te han escrito mujeres?
Sí, sí, y me emociona. Me echaría a llorar. Es una de las cosas que he visto con Mammalia, y para mí el gran premio es como ha llegado a la gente. He sentido mucho apoyo, y mucho apoyo de mujeres que lo han leído y me han agradecido que hablara abiertamente de estos temas. Me hace emocionar mucho.
Cuando pasé el proceso de infertilidad, lo vivía con vergüenza
¿Cuándo empezaste a sentir presión por ser madre?
Yo no me planteaba ser madre, ni lo tenía claro, y hasta los 28 no tuve ningún deseo de serlo. Pero con el primer aborto se me despertó mucho el deseo de ser madre, porque me decían que no podía, y yo lo intentaba, y no podía. Vives con esta presión en que sientes que estás fallando. Es un momento muy tenso.
¿Sentiste más presión entonces que ahora, siendo madre?
Sí. También he notado mucha diferencia con mi hijo mayor y mi hija pequeña. Con el primero sentía mucha presión y muchos consejos no pedidos. No sé si también lo he sabido parar, o me han ido dando menos rabia y me he podido relajar. Pero con el grande los consejos me daban mucha rabia. ¿Por qué alguien me tenía que decir cómo se tenían que hacer las cosas? Además, yo era muy estricta con la crianza respetuosa, tenía un listado de cómo se tenían que hacer las cosas, y si alguien me lo cuestionaba, saltaba. Con la segunda maternidad me he relajado.
¿Es una utopía pensar que algún día las mujeres podremos decidir libremente si queremos ser madres o no?
Yo espero que dejemos de tener presión y espero que nos dejen de preguntar. Soy optimista en este sentido. Podemos hacer cosas maravillosísimas que no estén relacionadas con la maternidad. Ser madre es maravilloso, y a mí me encanta, pero es igual de maravilloso no serlo y destinar tu tiempo y tu pasión a otras cosas.
¿Y como se identifica si quieres serlo por voluntad o por presión social?
Es que este es el problema: cuesta mucho discernir. Y creo que pasa con muchas facetas de la vida, cuesta mucho sacarte capas y ver qué es lo que tú quieres realmente. Muchas maternidades se han llevado a cabo porque es lo que se tenía que hacer, nuestras abuelas por descontado, y nos lo han ido traspasando a nosotras. Cuesta mucho saber si es por presión o es lo que quieres. Yo sentía que no podía ser madre, y sentía la presión externa y la presión interna; se trata de intentar sacarse la externa y ser sinceras con nosotras mismas, pero es muy complicado de hacer. También creo que es muy importante escuchar gente que ha pasado por experiencias en las que tienes dudas: por ejemplo, una amiga mía no quiere ser madre y me dice que quiere hablar con mujeres de 50 años para saber qué sienten y si se arrepienten.
¿Que esté de moda hablar de maternidades quiere decir que algún día dejará de hablarse de ello?
Ahora se está condensando, pero es que esta explosión es necesaria. Lo hablábamos con Elaine Vilar, autora de El cielo de la selva (Lava), que decía que ya es hora que las mujeres hablemos de terror y de cosas que se han escondido. Ahora hablamos abiertamente del cuerpo, de fluidos, de decisiones, de cosas bestias, y bienvenida sea esta moda. Que a alguien le pueda echar para atrás porque no quiere estar dentro de la moda, ya se nos escapa de las manos. Y vale que hay muchos libros que hablan de maternidad, pero tienes muchos otros que no hablan de ello.
Hablemos de los vientres de alquiler y de esta mercantilización de los cuerpos de las mujeres.
La realidad de los vientres de alquiler es durísima. Me he informado de los centros, de muchos casos terribles, de las malas prácticas que hay. Recomiendo mucho el análisis que hace Elena Crespi en El negoci dels nadons (Raig Verd) y el ensayo Gestación subrogada: Capitalismo, patriarcado y poder (Pepitas de Calabaza), de Layla Martínez. Yo soy una persona muy perfeccionista y me gusta que todo parta de una cosa verídica, y puedo decir que Mammalia es un bálsamo comparado con lo que pasa en la vida real. Stephen King decía que el terror es una alegoría de la realidad, una página de ficción que le pones a la realidad o a un monstruo dentro tuyo, y que la ficcionas para que sea más agradable de consumir.
Entiendo que te quedaste de piedra buscando información.
Mucho. Los tipos de contratos que hacen con las gestantes, las casas donde viven, que parecen granjas de embarazadas. O el caso de un matrimonio de Australia que recurrió al vientre de alquiler: eran gemelos, uno de ellos tenía síndrome de Down y no se lo quedaron, solo se quedaron a la niña. Es que todo, todo, todo es terrible.
La realidad de los vientres de alquiler es durísima; Mammalia es un bálsamo comparado con lo que pasa a la vida real
¿También hay algo a de eso en las clínicas de reproducción asistida?
Sí, porque para ellos eres un producto. Es un negocio. Te enseñan el catálogo, con los precios, los intentos y qué puedes hacer si no funciona. Y después está el tema económico, que hace que no te lo puedas permitir. Yo tenía 29 años y me podía permitir solo un intento, y valía 8.000 euros. Hice uno con fecundación in vitro que no funcionó, y cuando estaba a punto de hacer el segundo me quedé embarazada de manera natural.
¿Y te encontraste con esta deshumanización?
Clarísimamente. En la mercantilización de mi cuerpo, con dinero y hormonas de por medio. Pero también al entender el cuerpo como un recipiente. Cuando tuve el primer aborto fue porque el embrión se iba a parar, tuvieron que provocarme el aborto y hacerme un raspado. Te llevan a una sala con muchas más mujeres que están abortando, en un box con cortinas —donde no despliegan ni las cortinas— y, además, te dan oxitocina para poder tener contracciones y el raspado sea más fácil. Yo he tenido más dolor con estas contracciones que cuándo parí. Supongo que porque el dolor es tan bestia, es un dolor emocional de no entender porque tengo que tener contracciones para parir un embrión muerto. Es terrible. Y sin ningún tipo de cuidado ni de acompañamiento, para ellos era como un trámite. Era una clínica pública y me han dicho que ahora ya no es así, y tengo esperanza en que haya cambiado. Pero es el lado oscuro de la maternidad, lo que no se explica, y eso tiene que cambiar.
¿Aunque se hable más de ello, las mujeres podemos erradicar el sentimiento de culpa?
Es muy complicado deshacerte de un pensamiento colectivo como la culpa. Creo que tardará mucho en marcharse. Pero intento ser optimista porque veo cambios. Tengo amigas que han hecho 40 años y no quieren ser madres y no tienen culpa. Más que culpa, tienen miedo a arrepentirse. Eso pasa con todo en la vida, pero sí que con la maternidad hay un factor irreversible, porque con 50 años ya no lo puedes ser.
Pones encima de la mesa el mundo de las adopciones y la realidad de las personas adoptadas, pero no se habla mucho de esto, ni en la vida real ni en las ficciones. ¿Por qué?
Es una vía para ser madre. Cuando no puedes serlo, te dicen mucho eso, que puedes adoptar. Pero ostras, es que la adopción es un proceso, no es la opción B cuando no puedes ser madre biológicamente. Es muy complicado, hay mucho dinero de por el medio, mucho tiempo y muchas familias que no se lo pueden permitir. Míriam Aguilar (@holasoymir) lo explica muy bien. Ella estuvo 8 años intentando ser madre, y cuando llevaba este tiempo le preguntaban que por qué no adoptaba, pero ella tenía claro que no era el tipo de maternidad que quería.
¿Eso conecta con la idea de que ser madre es un derecho, más que un deseo?
Yo he pasado por muchos estadios, soy un poco montaña rusa con eso. Cuando lo estaba pasando muy mal porque no podía ser madre, me venía a la cabeza que yo tenía derecho a serlo. Solo veía a la gente que podía serlo de manera fácil, y como era algo de lo que no se hablaba, sentía esta rabieta. Recuerdo que una amiga me decía que no tenía derecho a ser madre, sino que el derecho lo tenía la criatura a tener una familia. Eso es un derecho básico y fundamental, y ser madre es un deseo. Pero me abrió mucho los ojos Elena Crespi. Me dijo que tenía derecho a poder tener una maternidad digna y a una búsqueda de la maternidad digna sin aguantar cuatro años de espera. O a que si las analíticas hormonales te salen mal, no te expulsen de la sanidad pública. Y entrar en procesos dignos de esta fertilidad. No quiero criticar las clínicas de fertilidad, tengo amigas que han sido madres gracias a eso. Y no estoy en contra de la reproducción asistida, sino de los malos usos que se hace en los cuerpos de las mujeres. No existe el derecho a ser madre a toda costa, explotando el cuerpo de una mujer; el derecho es a tener una búsqueda digna sin explotar ningún cuerpo.
Y cada vez las mujeres son madres más mayores y se acude más a las clínicas.
Claro, y tampoco tenemos que juzgar el hecho de querer ser madre de mayor. Yo me he tenido que sentir juzgada por lo contrario, porque cuando lo quise ser era relativamente joven dentro del estándar actual. Incluso el ginecólogo me dijo que tenía mucha vida por delante, que ya iríamos haciendo intentos. Me sentí muy infantilizada. Tanto si eres mayor como si eres joven, al final te acabas sintiendo juzgada.
No estoy en contra de la reproducción asistida, sino de los malos usos que se hace en los cuerpos de las mujeres
Tú eres profesora de Secundaria. ¿Cómo piensan las maternidades los que suben?
Por lo que veo, las chicas no tienen tan marcado este discurso de que han venido al mundo para ser madres. Ven que quizás no lo son y que no pasa nada, y eso me gusta. Quizás no hablan tanto de si quieren serlo o no, pero se desprende la sensación que no tienen por qué serlo y arrastran mucha menos presión. También los chicos, creo que son más conscientes de qué es una maternidad y de lo que supone.
¿Tienen algún tipo de educación sexual en el instituto?
Sí, sí. En la ESO tienen una enfermera una vez a la semana, a quien durante algunas franjas pueden ir a preguntarle dudas sobre el tema que necesiten. En tercero de ESO también tienen un taller que se hace tres veces el año para hablar de sexualidad, o para hablar de la pornografía, que también preocupa mucho por el acceso que tienen desde pequeños a los ordenadores. Es útil y se nota. En mi época, cuando tenías la regla te escondías la compresa para que los demás no la vieran; ahora tenemos un lavabo especial para que puedan cambiarse, y cuando lo necesitan me gritan "profe, dame las llaves del baño", y van con el tampón en la mano sin ningún tipo de tabú ni vergüenza. Hablar tan abiertamente del propio cuerpo y de la regla ha hecho que no tenga ningún pudor con eso.
Veo que te lo dicen en castellano.
En mi instituto oigo a alguien hablar en catalán y pienso: ¿en qué pueblo estoy? Quizás hay uno, y es "el que habla catalán de tercero de ESO". Incluso mi hijo, que tiene seis años, habla en castellano en la escuela, aunque en casa todos somos catalanes y no escucha el castellano por ningún sitio. Tienen el castellano súper integrado.