El imperio de Emerson es el imperio de América, de la América por antonomasia, que no es la española, a la que llamaban Indias. Más americano que el cowboy o que Hollywood es Emerson. Antes de todo ya estaba Emerson. Las consideraciones de este pensador se confunden con los pensamientos de Estados Unidos de América al igual que los poemas de Verdaguer se confunden con los poemas populares catalanes, al igual que cuando se canta el Virolai no sabemos dónde empieza el escritor y donde termina el gentío, el colectivo, la patria. El diario personal del gran bostoniano es la cantera de muchos de sus pensamientos, algunos de los cuales reconoceremos de inmediato. Quien haya visto La vida de Brian de Monty Python recordará lo difícil que es oponerse al imperio que nos tutela, somos carne de imperio desde los tiempos de los Escipiones, que entraron por Ampurias. Roma y América no nos ha aportado absolutamente nada si exceptuamos un sinfín de mejoras imprescindibles, una lista interminable de tesoros para nuestra sociedad. Nuestra vanidad de europeos se añade al tozudo numantismo local. Y, sin embargo, el Primer Mundo se sostiene porque existe el país de Washington, porque existe desde el punto de vista económico y político, pero también intelectual, a pesar de las grandes escuelas filosóficas europeas y de los siete sabios de Grecia redivivos, continúa hoy siendo la principal fuente de irradiación ideológica. Quizás haya quien todavía crea que Estados Unidos es un país de memos, una conjura de necios, pero mientras suceda esto, la primera nación del mundo sigue elaborando y propagando su credo a ritmo vertiginoso, como una mercancía más, penetrante en nuestra conciencia colectiva como nunca antes lo hizo ningún corpus de pensamiento. Empiezas aprendiendo inglés y se te va girando el cerebro como si fueras del Séptimo de caballería.
Las consideraciones de este pensador se confunden con los pensamientos de Estados Unidos de América al igual que los poemas de Verdaguer se confunden con los poemas populares catalanes
Como es sabido, la desorientación posterior a los atentados del 11 S encaminó a más de un lector hacia las páginas del Corán. No fue un ejercicio injustificado. Sin embargo, no hubiera estado de más echar un vistazo a los Diarios de Emerson (1803-1882), al americano primigenio y fundador de los blanquísimos edificios federales de Washington DC que quieren recordar una Europa grecolatina que nunca existió, tampoco en Ampurias. No es exactamente un filósofo a la manera clásica, de hecho la filosofía entendida a la europea u oriental tiene poca predicación en Estados Unidos, con la excepción de los hare krishna y otros distraídos. La dimensión práctica de la existencia lo devora todo y los primores teóricos y alambicados, o los estetizantes, son poco apreciados, como apuntaba Woody Allen en Un final made in Hollywood. Emerson elabora premeditadamente un pensamiento castizo, y para conseguir ser genuinamente americano corre tras la eficacia y el triunfo de la voluntad, del estímulo personal, de la plasmación sobre lo vivido. El americano va al tajo. Paul Johnson, el célebre historiador de Norteamérica, reconoce, por ejemplo, la obviedad de gran parte de la ideología emersoniana, neoplatónica sin más estorbos, que es el germen de la literatura de autoayuda y de todos los subgéneros de la filosofía. Todo esto es cierto, pero también lo es la potencia y solidez de su credo antielitista, profundamente democrático, irreductible frente a las injusticias. Emerson es un campeón del pensamiento antiesclavista y, por tanto, contrario a la Europa clasista, mafiosa y racista. Piensa como Rousseau en la bondad intrínseca del hombre incardinado en la naturaleza, es enemigo de las castas y de los privilegios, de los derechos de la sangre. La única jerarquía debe ser la del talento, la del valor intrínseco de los humanos. Un talento que el sistema americano se encargará de traducir en dinero, que es la fórmula más objetiva que los humanos hemos podido encontrar hasta ahora, una fórmula que mira hacia adelante y hacia arriba. Ésta es la teoría de Emerson. Mientras en Inglaterra, dirá, cada hombre con el que te encuentras es el hijo de alguien, en América, puede ser el padre de alguien.
Emerson es un campeón del pensamiento antiesclavista y, por tanto, contrario a la Europa clasista, mafiosa y racista
Emerson es quien elabora el fundamento mismo de la democracia americana, tan desinhibido, tan práctico, pero al mismo tiempo tan devoto. El hombre americano vive en una nación y un continente nuevos, y la naturaleza es reivindicada en sus Diarios como el único lugar posible para el hombre, practicando una ecología avant la lettre. La naturaleza bondadosa del hombre debe expresarse con libertad, ya que sólo la libertad puede conectar al ser humano con el cosmos, como si pensando así ya fuera suficiente, con la ingenuidad ante el mal o ante las contrariedades de la injusticia. Emerson es casi un contemporáneo de Marx, y sus libros carecen del aparato teórico, la complejidad y contundencia retórica, política, del pensador alemán. Ni tampoco el resentimiento. Pero mientras la aventura marxista ha fracasado, por fraudulenta, y por injusta, por dictatorial, por impracticable, el espíritu emersoniano gobierna el mundo en el que vivimos. Para nuestro bien y para nuestro mal. Nada es sagrado, decía Emerson, salvo la integridad de tus ideas, para conocer las suyas, nada mejor que una atenta lectura de sus diarios personales. “El miedo brota siempre de la ignorancia”, vale la pena tenerlo presente.