Cuando, en 2017, se llevó los dos Goya a los que estaba nominada, por Julieta y por La propera pell, Emma Suárez (Madrid, 1964) llevaba varios años sin hacer cine. Antes, había sido todo un icono de la modernidad cinematográfica que representaban Julio Medem (con quién rodó Vacas, La ardilla roja y Tierra) y toda aquella generación que llevó frescura y riesgo al cine español de los años 90. Había ganado otro premio Goya con El perro del hortelano (1997) y tenía una carrera interpretativa incontestable. Pero la industria es caprichosa y volátil, y Suárez ha vivido los vaivenes de una profesión que no entiende de normas.
Emma Suárez ha vivido los vaivenes de una profesión que no entiende de normas
Ha rodado un centenar de películas y series, a las órdenes de Pilar Miró, Isabel Coixet, Mario Camus, Jaime Chávarri, Isaki Lacuesta o Pedro Almodóvar. Ha representado decenas de obras teatrales, y ha sido, y es, una intérprete fabulosa. Ahora, Emma Suárez estrena Alguien que cuide de mí, que, codirigida por Daniela Fejerman y la escritora Elvira Lindo, cuenta la historia de tres generaciones de actrices, abuela-madre-hija, que conviven con los secretos y mentiras de cualquier familia y añaden las toneladas de ego y las insatisfacciones propias del mundo del espectáculo.
Así de desmemoriada y cruel es la industria del cine, en la ficción de Alguien que cuide de mí y en la realidad
En el film, el personaje que encarna nuestra entrevistada vivió sus momentos de gloria en los años 80, los de la Movida y los excesos, también los arrasados por el sida que tantas vidas se llevó, y ahora sufre un cierto olvido. Así de desmemoriada y cruel es la industria del cine, en la ficción de Alguien que cuide de mí y en la realidad.
En la primera escena de la película vemos a una joven actriz, que interpreta Aura Garrido, ganando un Goya y dedicándoselo a su abuela y a su madre, tu personaje, de la que dice que es una superviviente. ¿Compartes el término? ¿Eres también una superviviente de esto?
Yo he aprendido a convivir con la incertidumbre y con la inestabilidad. Este es un trabajo sin garantías de que en los próximos cinco años vayas a tener un proyecto entre manos, no sabes si vas a trabajar. Esa incertidumbre es algo que una se tiene que trabajar constantemente, y que no depende de ti ni de tu talento, aunque sí del éxito que tengan las películas en las que has participado... Aprendes a convivir con eso, no te queda otra. Y lo descubres cuando ya llevas un tiempo trabajando, eso es así y no hay nada que lo vaya a cambiar. Va a ser así siempre. Y da igual lo que hagas, es así como funciona. Pasarás por momentos en los que todo funcionará mejor, y tendrás muchos proyectos, pero inevitablemente habrá otros momentos en los que eso no ocurrirá. No hay garantía de nada.
Una montaña rusa...
Sí, y son esos momentos en los que se pasa mal cuando te planteas qué puedes hacer: si no me dedico a esto, ¿para qué sirvo? Y es ahí cuando sientes el pálpito de la vocación, ¡es que esto es lo que yo quiero hacer! No puedes hacer otra cosa que aguantar, o que reinventarte, o que montar cosas con amigos de la profesión... A mí me ha pasado, hubo una época en la que prácticamente no hacía cine, aunque sí mucho teatro, y me junté con dos amigos maravillosos, un director y un iluminador: nos reuníamos algunos fines de semana, escogíamos un poema, y, a partir de lo que nos sugería a cada uno, rodábamos improvisaciones. Eso nos mantenía atentos, en un estado vital de ilusión, de entusiasmo...
¿Es la época previa a aquel 2017, cuando ganaste dos Goya en la misma edición?
Sí, en aquel momento no hacía nada de cine. Y de repente rodé Falling en República Dominicana con Birol Ünel, un actor maravilloso que falleció. Empalmé con La propera pell, de Isaki Lacuesta e Isa Campo. Y ese mismo año me encontré con Pedro Almodóvar en el Festival de San Sebastián y me propuso hacer Julieta. De pronto, todo cambió. ¿Por qué?
En esa incertidumbre de la que hablábamos, supongo que debe ser muy chocante esa primera vez en la que descubre que el éxito que has tenido es efímero.
Es que... ¿cuándo es la primera vez? No es una cuestión de contrastes, es algo que va sucediendo, que va pasando, que vas aprendiendo y descubriendo. Es que hacer cine es muy complicado, levantar una película es algo muy difícil para los directores y los productores, encontrar financiación... Mira, hacer El perro del hortelano fue complicadísimo, una aventura tras otra. Nos costó muchísimo terminarla, el rodaje se cortó a la mitad, Pilar Miró lo pasó fatal. Y a mí me dieron un Goya y ahora esa película se proyecta en los institutos. Nadie creía en ella. Yo le decía a Pilar que me parecía muy inteligente llevar al cine una obra de Lope de Vega. ¡Con el Siglo de Oro que tenemos! Los ingleses ruedan Shakespeares, te hacen Mucho ruido y pocas nueces, ¿y nosotros? Nadie creía en El perro del hortelano, y fue un éxito. No hay una regla matemática en este oficio: hablamos de creatividad, de algo intangible, de apuestas, de riesgo, de aventuras, de desafíos. Entonces te dedicas a esto porque te apasiona, porque sientes una necesidad interna que forma parte de ti, de tu forma de ser. La necesidad de expresarte a través de los personajes y las historias. Y lo mismo les ocurre a los directores, a la gente que forma parte de esta industria. En realidad, todas las expresiones artísticas son vocaciones, son entregas. Y los artistas no suelen pasarlo muy bien, y quizás no son reconocidos hasta mucho después, al cabo de los años, o de los siglos (risas).
Con el paso del tiempo, ¿cómo recuerdas aquel momento en que, gracias a las películas de Julio Medem, te convertiste en todo un icono de modernidad?
Bueno, lo de icono era algo que me colgasteis vosotros, la prensa. Pero yo no lo veo desde fuera, lo veo desde dentro. Yo viví todo aquello de otra manera, y lo que se proyectaba de aquello era otra cosa. Esa fue una época de mucho entusiasmo, de muchas ilusiones, de muchas ganas. Es memoria de mi juventud. Un momento de coincidir, de empatizar, con la creatividad de personas con las que trabajé: Medem, Carmelo Gómez, Karra Elejalde, Carles Gusi, Nancho Novo... una serie de compañeros y compañeras, delante y detrás de la cámara, con los que me entendía muy bien. No éramos nada conscientes de la repercusión que todo aquello iba a tener. Tampoco lo hacíamos con esa motivación, más bien por la necesidad de compartir, por la química que teníamos. Recuerdo aquellos tiempos con mucho cariño, y con mucho agradecimiento de haber podido participar en aquel nuevo cine, con directores como Julio Medem, sí, pero también con toda una generación que transformó el lenguaje audiovisual, los Juanma Bajo Ulloa, Enrique Urbizu, Álex de la Iglesia...
Decías que cuesta mucho levantar una película, pero después se estrena y dura un suspiro en cartelera. Todo es extraordinariamente efímero, incluso los éxitos. ¿Qué motivación se encuentra, más allá de la vocacional, ante este panorama?
Bueno, solamente puedes pensar en positivo, porque si dedicas meses o, en el caso de los directores, incluso años de tu vida en preparar un proyecto, y piensas que no lo va a ver nadie... es un punto de partida muy frustrante. Como actriz debes de aprender a respirar, a estar en silencio, hay que parar el tiempo, porque todo va a una velocidad vertiginosa que te acaba envolviendo. Ahora ocurre que, con las plataformas, hay muchísimos proyectos, todo ha cambiado muchísimo. Antes todo era mucho más familiar, empecé muy joven en un cine con equipos que se conocían, no había muchos sonidistas o eléctricos... Afortunadamente ahora hay muchos más profesionales, más proyectos, más productoras y muchas más mujeres integradas en todas esas profesiones, antes solo estaban las maquilladoras y las scripts. Todos esos cambios van a mucha velocidad, y no nos damos cuenta... También hay más papeles para las actrices, y muchas más directoras. Cuando empecé, apenas dirigían Pilar Miró, Josefina Molina y Cecilia Bartolomé. Y poco después, Isabel Coixet, con la que hice su primera película, Demasiado viejo para morir joven. O Chus Gutiérrez, Icíar Bollaín, Maria Ripoll y pocas más.
Vuelvo a 2017, el año del doblete en los Goya. 20 años después del primero que te habías llevado con El perro del hortelano. Es una demostración de que ahora hay más personajes para actrices a partir de una determinada edad.
Sí, es que hay muchas más mujeres maravillosas dirigiendo y escribiendo, y eso va a favor de que haya más personajes femeninos y mucho más consistentes. Se nota, y no solo para actrices de mi edad, también para las de cualquier generación. Cuando iba al cine a las cuatro de la tarde, la mayoría de los espectadores eran mujeres y de 40 años para arriba, y siempre he pensado que había una bolsa de público muy potente ahí. Me parecía muy curioso que no se hicieran películas con personajes como ellas, cuando ese era el público mayoritario. Y son, además, personajes muy ricos, con conflictos muy interesantes. ¿Te acuerdas de aquella película de Woody Allen, Otra mujer, con Gena Rowlands? Pues eso...