Explica Audrey Diwan que nunca vio entera a la Emmanuelle de Just Jaeckin. Es normal, porque la cineasta francesa, que se llevó el León de Oro en Venecia en 2021 después de adaptar el libro de Annie Ernaux en la conmovedora El acontecimiento, todavía no había nacido cuando aquella película era un fenómeno global, que acabaría con más de trescientos millones de espectadores en todo el mundo. Una bomba que, en París, se proyectó en un cine de los Champs Elysees durante once años y medio. Y que, en nuestra casa, se tradujo en excursiones al otro lado de los Pirineos, con Perpinyà convertida en la Meca de los espectadores que no habían visto nunca un pezón en la pantalla, cosas de la dictadura católica, apostólica y romana. No solo Emmanuelle (1974), también el otro gran título icónico del peregrinaje catalán y español en el sur de Francia: El último tango en París (1972), la de Marlon Brando y la mantequilla y la pobre Maria Schneider marcada para siempre por el engaño orquestado por Bernardo Bertolucci.

Explica Audrey Diwan que nunca vio entera a la Emmanuelle escandalosa que convirtió a Sylvia Kristel en mito erótico, y que no permitió que la actriz se sacudiera nunca la etiqueta de ninfómana burguesa de su personaje. Eran otros tiempos, los que señalaban con agresividad a cualquiera que se atreviera a reivindicar el derecho al placer de las mujeres. No diríamos que la película de Just Jaeckin se esforzara en defender ninguna causa feminista, todo lo contrario. El filme aportaba una estética saturada y estridente, pretendidamente sofisticada, a un puñado de atrevidas escenas eróticas que servían, fundamentalmente, para provocar las erecciones de señores calenturientos, que babeaban como verdaderos objetivos a satisfacer. Esta era la mirada heteropatriarcal imperante entonces, y algo menos, no tanto como sería deseable, hoy.

Ahora Audrey Diwan vuelve a la novela que lo puso en marcha todo. En la nueva Emmanuelle, que llega a los cines este viernes, la directora marca la diferencia: "En la anterior película, ella era un objeto, y no, como ahora, el sujeto de su historia". En la época post-MeToo, y en manos de una cineasta tan comprometida con el movimiento feminista, a la nueva adaptación del libro de Emmanuelle Marsan se le presuponía una lectura actualizada mucho más dirigida a liberar el deseo de una mujer, a explorar un placer sexual históricamente castrado.

Hay también alguna cosa de reto al presentar ahora una película como esta, que indaga en el erotismo en un momento de sobreexposición de imágenes sexuales en todo tipo de pantallas. En la nueva Emmanuelle hay escenas de alto voltaje sexual, reproduciendo alguna de tan icónica como el polvo en el lavabo de un avión (que en el anterior filme inspiró a algunos aventureros empeñados en imitarla, para susto de las compañías aéreas). Y también brilla una factura visual abrumadora. Además, cuenta con una sensacional protagonista, la francesa Noémie Merlant, que ya tiene una sólida carrera a las espaldas (la recordaréis en Retrato de una mujer en llamas o en Un año, una noche), y que no sufrirá nunca todo lo qué sí vivió su antecesora Sylvia Kristel.

La maldición de Emmanuelle

Fallecida en 2012 con solo 60 años, la actriz neerlandesa sufrió la maldición de interpretar a Emmanuelle. Había sufrido abusos cuando era una niña, en un escenario familiar roto y sin una figura paternal que siempre buscó por todas partes, y, ya de adulta, luchó contra sus adicciones a las drogas y al alcohol, que a menudo eran el refugio para una fama que venía acompañada de los prejuicios y los estigmas que le colgaron después de protagonizar las atrevidas escenas altamente sexuales en el filme que nos ocupa.

Kristel había llegado al cine después de ganar un par de concursos de belleza, y enseguida, en Because of the Cats (1973) ya apareció desnuda. Costó verla vestida en la pantalla después de Emmanuelle, y de la sobreexplotación en un buen puñado de secuelas y sucedáneos, que ella misma confesó aceptar para pagarse la cocaína. Apareció en otros filmes eróticos, como El amante de Lady Chatterley (1982, de nuevo a las órdenes de Just Jaeckin) o Mata Hari (Curtis Harrington, 1985), y solo pudo mirar de reivindicarse con cineastas como Claude Chabrol (en Alicia o la última fuga) o Alain Robbe-Grillet (en Le jeu avec le feu). "En el mundo del cine solo hay gente repugnante y vanidosa", dijo en una entrevista, cuándo ya había abandonado los rodajes y se cobijaba en la pintura.

La escritora fantasma

Tan chillona como la historia de Sylvia Kristel lo es la de Emmanuelle Marsan, la supuesta escritora de la novela que lo originó todo. Publicada en 1959 y distribuida clandestinamente en Francia sin citar ninguna autoría, el nombre de Marsan aparecería en sucesivas ediciones, multiplicando las teorías que apuntaban al componente autobiográfico del texto. Pero se trataba de un seudónimo: bajo el nombre de Emmanuelle Marsan se escondía supuestamente Marayat Bibidh-Virajjakar, una mujer tailandesa casada con el diplomático francés establecido en Bangkok Louis-Jacques Rollet-Andriane. Y decimos supuestamente porque hoy sabemos que, muy probablemente (todavía hay quien lo pone en duda), era él, el bueno de Louis-Jacques, quien escribió la novela. Esta y otras, como La antivirgen o Néa. Y también conocemos que la inspiración le habría llegado después de experimentar con los intercambios de pareja y las orgías. De hecho, ya en los años 80 y establecidos en Francia, los Rollet-Andriane acabaron formando un trío con la antigua secretaria y amante de él.

Volviendo a la nueva Emmanuelle, resulta bastante relevante escuchar las palabras que Audrey Diwan expresaba en la rueda de prensa de presentación del filme en el Festival de San Sebastián: "Con esta película quería establecer un debate sobre el lenguaje del erotismo, que es aquello que muestras y ocultas al mismo tiempo. Si la gente quiere ver escenas de sexo ya tiene internet", decía la cineasta. Y continuaba: "Pensando en Emmanuelle, un día me pregunté sobre el placer en la sociedad, sobre cómo lo tratamos y cómo lo buscamos en nuestras vidas. Y sobre cómo nos exigen llegar al clímax. Por eso, cuando nuestra Emmanuelle deja de pensar en los otros y empieza a pensar en sí misma, en su cuerpo y en su placer, es solo entonces cuando vuelve a la vida. Esta película es como una fantasía, pero no solo para las mujeres, sino para todo el mundo".