Isabel la Católica no era la persona designada para suceder al rey. De hecho, era la tercera en la línea sucesoria, después de su sobrina Joana —la hija del rey— y de su hermano pequeño Alfonso —que ocupaba un sitio prioritario por su condición de género. Alfonso e Isabel eran hijos de un segundo matrimonio del rey y no tenían posibilidad de reinar. Pero la actitud vacilante del rey, que cada día que pasaba acumulaba nuevos enemigos, y la sospechosa muerte de Alfonso, colocaron a Isabel en una posición privilegiada. Su sentido de la estrategia y sus poderosos aliados harían que, contra todo pronóstico, acabara sentada en el trono.