Querido Confinamiento,

Lo sabe todo el mundo y es profecía que cada vez estás más cerca, ya que el miedo y el temor a que vuelvas a hacer acto de presencia desplegando tu furia se palpa en todas las cosas. Sin ir más lejos, quien te escribe hace tres semanas fue al Museu Can Framis, de la Fundación Vila Casas, para ver 100 cápsulas de confinamiento, la exposición comisariada por Àlex Susanna y Mercè Vila Rigat, basada en un centenar de obras de 100 artistas de Catalunya sobre los efectos de la pandemia, pero de forma ingenua creí que aquello que se exponía me quedaba lejos o, directamente, era cosa únicamente del pasado. En tres semanas este país ha pasado de tener bares llenos y anunciar que en la Sala Apolo se celebraría un concierto sin mascarillas a tener que llegar a casa antes de las diez de la noche por culpa de un toque de queda nocturno, por eso anteayer decidí volver a Can Framis, revisitar la exposición y darme cuenta de una cosa terrible: aquellas obras ya no me interpelaban en pretérito, sino que eran una premonición de tu inminente llegada.

100 cápsulas de confinamiento. Arte y pandemia en Catalunya se puede disfrutar hasta enero del 2021.

Mira, ya que nos tuteamos, te lo diré sin miedo de engordarte el ego, querido Confinamiento: cuando apareciste por primera vez, en marzo, nos lanzaste un puñetazo que supimos soportar dignamente, manteniéndonos de pie sin caer juntos encima del ring. Ahora, en cambio, aunque todos sepamos que tu aparición está cada vez más latente, nadie duda de que tropezarse contigo de nuevo será más doloroso que enfrentarse a una cirugía sin anestesia. Por suerte, la gran diferencia entre la Covid-19 y tú es que todos ya te hemos sufrido como mínimo una vez y, por lo tanto, no eres invisible ni desconocido como el maldito virus. Por eso paseándome por segunda vez entre todas aquellas obras conceptuales, pictóricas, fotográficas o escultóricas recordé que cara tienes, la mala leche que gastas o tu gamberrada de ciencia-ficción, ya que en aquellas tres salas de la Vila Casas no se puede descubrir demasiado nada sobre el coronavirus, pero se puede hacer una cosa mucho mejor: a través del arte, dar forma a aquello que el coronavirus ha provocado en nosotros.

Mateo, de Marco Palazzi, una obra costumbrista sobre uno de los hits del confinamiento: cortarse el pelo en el lavabo de casa.

Tú quizás no eres consciente, pero tu aparición provoca que la gente haga cosas que nunca había creído que haría: tener que cortarse el pelo en casa, hacer reuniones a través de una cámara con los pantalones del pijama puestos o ver el cielo, desde la ventana del comedor, y tener envidia de la libertad de aquellos gorriones que extienden las alas. Durante el confinamiento de marzo, la Fundación Vila Casas impulsó las Cápsulas de confinamiento, un proyecto colectivo basado en las miradas de centenares de artistas explicando la experiencia de su confinamiento a través de un texto y una foto; de aquella iniciativa virtual ha nacido, meses después, la exposición que te estoy explicando y donde tú, querido Confinamiento, eres el protagonista camaleónico absoluto.


¡Morgen! es una obra en la cual Jesús Galdón reflexiona sobre el peso del paso de los días durante el confinamiento.

Salvador Dalí dijo que era mucho más sencillo pintar a Jesucristo que a Dios, ya que el segundo podía tener la forma de todas las cosas y el primero era un tipo con barba, quizás por eso tú, maldecido Confinamiento, tanto te puedes ver representado con forma de bomba orsini, como hace Francesca Llopis a Hoy no puedo más, como con los dos cielos confrontados cara a cara que Jesús Galdón dibuja en Morgen!. ¿Sabes qué? Otra manera de tener la sensación de que el cielo nos cae encima, fuera el marzo pasado o desgraciadamente ahora, es abriendo el televisor, poniendo las noticias y viendo día tras día que el coronavirus ha convertido las personas en simples cifras: sí, tú quizás no te das cuenta, pero somos números rojos en una pantalla y los muertos se barren como figuritas de plástico a paladas, como denuncia Francesc Torres a Seiscientos de nosotros.


Seis cien de nosotros, una obra cruda y chocante de Francesc Torres.

Tienes tanto poder que los políticos que nos gobiernan hace días que juegan al escapismo y hacen uso de eufemismos para hablar de ti sin mencionarte, pero más allá de lo que todos recordamos por culpa de tu tiranía, de aquella extraña sensación del eterno domingo apático mezclada con la locura de vivir en un perpetuo lunes lleno de llamadas y quebraderos de cabeza que no te dejan ni hacer un triste café a media mañana, la palabra confinamiento va asociada a la idea de tener que buscarse la vida como sea para adaptarse en el nuevo entorno. Si las reuniones de sopetón son con Zoom, los estrenos de cine son en plataformas digitales o incluso el 'colmado' de mi pueblo donde todavía puedes comprar sin pagar y apuntar la deuda se atreve a hacer pedidos en línea con reparto a domicilio, es lógico que también los artistas se reinventen, sea por voluntad o por necesidad. ¿Qué pasa cuando eres pintor pero no tienes ningún lienzo porque la tienda donde compras las telas está cerrada? ¿Cómo te lo haces cuando el lugar donde vas a buscar papel del tamaño con que creas tiene persiana bajada? Todo eso también es cosa tuya, malvado Confinamiento, y es el que le pasó a Mario Pasqualotto, por ejemplo, que expone en la Villa Casas una obra titulada Diario de confinamiento, casa-nido donde dibuja un nido de espinas encima de un plato porque, literalmente, era el único elemento blanco que le quedaba en casa encima del cual dibujar. El caso de Francesc Ruiz Abad es todavía más curioso: el estallido de la pandemia lo pilló con el taller sin demasiado material y acabó dibujando cielos encima de lo que podía, como por ejemplo la caja de cartón de unas manzanas del Empordà.


10.04, de Francesc Ruiz Abat.

Hay quien, ante el temor de tu llegada inminente, querido Confinamiento, van al supermercado a comprar papel higiénico, corre a cortarse el pelo a su peluquería de confianza o se compran una bicicleta estática para hacer deporte en el comedor de casa. Yo, en cambio, decidí volver a Can Framis después de haber ido una primera vez, quizás porque el arte no es sólo una forma de evasión, sino también de interpretación de quién somos, quiénes fuimos y quiénes podemos volver a ser. Entre tú y yo, sin embargo, déjame hacerte una confesión: de todas las obras, hubo una que no se me había llamado nada la primera vez que la vi y que ahora, en cambio, me fascinó: la que encabeza esta carta y que te vuelvo a adjuntar aquí bajo, la primera fotografía que Patricio Reig hizo, a finales de abril, cuando salió a la calle por primera vez después de dos meses cerrado en casa, en Milán.


Bramante, usted y yo, de Patricio Reig.

¿Te preguntarás quién es, sin embargo, este gentiluomo? Sólo sabemos que pasea cerca de Santa Maria delle Grazie, allí donde está La última cena de Da Vinci, que viste de etiqueta con una americana cruzada perfectamente abrochada y que anda con un documento debajo el brazo, quién sabe si unos resultados médicos, el manuscrito de una novela escrita durante el confinamiento que dialoga con la obra de Manzoni o un contrato de compra venta de una villa toscana cerca de Prato. No sabemos nada, incluso no sabemos ni si él sabe que su mirada se ha convertido en una obra fotográfica o si desconoce absolutamente que es protagonista del catálogo de una exposición a Barcelona, a miles de kilómetros de su casa. Sabemos, sólo, que no sería descabellado pensar que se dirige a hacer un espresso al Caffè Motta, que esta noche irá a la Scala a ver una ópera de Puccini o que comerá tagliatelle ay funghi porcini, ya que lo único que sabemos es que la elegancia y el gozo de vivir indiscutible que desprende, mientras camina por una calle empedrada por la cual querríamos pasear cien días seguidos, es la de alguien que vive una vida agradable, libre y sin temores, pero con mascarilla sanitaria. Si te hablo de él es porque esta segunda vez en Can Framis supe, indudablemente, que el misterioso dandi de la Villa Casas era una metonimia de la Nueva Normalidad. Es decir, de la vida ligeramente excepcional pero placentera que creímos que viviríamos y que ya te aviso, maldito Confinamiento, no nos cansaremos de persiguir, te pongas como te pongas.