Medina del Campo (Corona castellanoleonesa), 26 de noviembre de 1504. Hace 520 años. Moría Isabel I de Castilla y de León; que había reinado durante treinta años (1474-1504) y que, con su primo y esposo Fernando, había puesto los fundamentos del edificio político hispánico. Pero el camino de Isabel hasta el trono de Toledo había sido muy polémico. Isabel era la tercera en la línea sucesoria, y durante nueve años (1465-1474) recorrió un sórdido camino de violencia en dirección al poder que se había iniciado en Ávila; cuando los enemigos de Enrique IV —el hermanastro mayor de Isabel— celebraron un juicio-farsa, que acusaba y condenaba al rey por su condición de homosexual y decapitaron a un muñeco que representaba al monarca (1465). "¡A tierra, puto!" fue la sentencia de aquel juicio-farsa y el grito de guerra que abriría el camino de Isabel al poder.
Enrique IV el indolente. ¿De dónde venía?
Enrique IV de Castilla y de León, de la casa Trastámara, y que entre otras cosas sería llamado "el indolente" había nacido en 1424 en Valladolid; y era el único descendiente superviviente del rey Juan II de Castilla y de León y de su prima-hermana y primera esposa Isabel de Aragón y Alburquerque (1403-1445), hija de Fernando I, el primer Trastámara en el trono de Barcelona. Durante su infancia, la Corona castellanoleonesa vivió sumida en un clima permanente de guerra civil, que enfrentó a los partidarios de su padre —y más adelante, del mismo Enrique— contra los poderosos primos "catalanes" (los hijos de Fernando I de Catalunya-Aragón); que pretendían convertir a los Trastámara de Toledo en un satélite de los Trastámara de Barcelona. Estas rivalidades, transformadas en tensiones de alto voltaje, presidirían los reinados de padre e hijo.
Enrique IV el impotente. ¿Quién era de verdad?
Enrique IV fue casado con Blanca de Navarra (la hermana pequeña de Carlos de Viana) con un propósito claramente político. Era 1440. Él tenía quince años y ella dieciséis. Pero a pesar de la juventud de los contrayentes, aquel matrimonio no se consumó nunca, y en este punto empezaría la leyenda negra que perseguiría a Enrique durante toda su vida. Durante trece años (1440-1453) no hubo nada de contacto físico y, finalmente, el 2 de mayo de 1453, Enrique y Blanca firmaban el divorcio con el curioso y enigmático argumento "impotencia recíproca a causa de influencias malignas". A partir de aquel momento, al "indolente" se lo denominó, también, "el impotente", pero este pretexto no ocultaba lo que era un secreto de dominio público en la corte de Toledo: Enrique era homosexual y eso, en aquel contexto histórico y cultural, representaba un problema político de gran alcance.
Un sodomita en el trono
La condición homosexual de un rey no era un hecho nuevo. Un siglo antes, Eduardo II de Inglaterra (1284-1327) —un antepasado lejano de "el impotente" — había convertido su reinado (1307-1327) en un gran escándalo. De nada había servido que lo casaran con Isabel de Francia, llamada "la Loba de Francia" y considerada la mujer más atractiva de su época. Eduardo tuvo tórridas y escandalosas relaciones con sus ministros Roger Mortimer y Hug Le Despenser. Pero tuvo la descendencia que garantizaba la continuidad y la estabilidad del sistema; que era lo que, en definitiva, preocupaba al poder. Y eso esperanzó a los estamentos del poder castellanoleonés. En 1454, el año siguiente al divorcio "por impotencia", moría Juan II y Enrique IV se sentaba en el trono. Y en 1455 lo casaban con Isabel de Portugal, una de las mujeres más atractivas de la realeza de la época.
Enrique IV de Castilla y de León... y de Barcelona
Con la atractiva portuguesa, Enrique IV fue, por fin, capaz de engendrar descendencia. El 28 de febrero de 1462 nacía Juana. En Toledo —a diferencia de lo que pasaba en Barcelona— no había ninguna ley (escrita o no escrita) que impedía a una mujer ser coronada como reina-titular; y, con Juana, la sucesión y la estabilidad parecían aseguradas. Pero Enrique IV cometió un error que puso fin a la paciencia que habían tenido con él. El estamento nobiliario catalán se había rebelado contra el rey —que, interesadamente, daba apoyo a los revolucionarios remensas—; y la Generalitat —en aquel momento controlada por las oligarquías feudales— le ofreció el título de conde de Barcelona. Enrique IV lo aceptó; pero aquello que, aparentemente, podía ser la sentencia a los primos "catalanes" se convirtió en una grave amenaza a la estabilidad castellanoleonesa.
"¡¡¡A tierra, puto!!!"
Sus tradicionales apoyos (la aristocracia militar y las jerarquías eclesiásticas castellanoleonesas), totalmente contrarios a cualquier acercamiento con los Trastámara de Barcelona (por los vínculos que los unían con las clases mercantiles catalanas y valencianas); se le giraron, radicalmente, en contra. En Ávila (1465), los clanes aristocráticos Villena, Plasencia y Benavente; y las mitras de Toledo, de Santiago, de Sevilla y de Burgos, decapitaron un muñeco que representaba al "impotente" al grito de "¡A tierra, puto!", mientras giraban su mirada hacia Alfonso e Isabel —la futura Católica—, dos niños de once y de trece años, hermanastros pequeños de "el impotente". Juan II, el padre de "el impotente", se había casado en segundas nupcias con Isabel de Braganza y había engendrado dos "recambios" al trono, que en aquel contexto adquirían una extraordinaria importancia.
Alfonso el Inocente
El viejo partido de Enrique IV (los contrarios al intervencionismo de los primos "catalanes" del rey) se fijó en la figura de Alfonso, el hermano de la futura Católica y que era nombrado "el inocente". Aquel niño de solo once años; huérfano de padre y de madre y con un único referente familiar en su hermana Isabel; se convertía en "la esperanza blanca" de la nobleza castellanoleonesa, aterrada de la posibilidad de que las élites mercantiles catalanovalencianas (en buena parte de origen judeoconverso) se convirtieran en el auténtico poder en Toledo. Pero "el inocente" murió inesperadamente y enseguida se comprobó que había sido envenenado. Era el 5 de julio de 1468. I... ¡oh, sorpresa!!!, solo dos meses y medio después, el 19 de septiembre de 1468, Enrique el Impotente retiraba la condición de heredera a su hija Juana y elegía a Isabel, hermana del difunto.
Isabel, la solución de compromiso
La muerte de Alfonso el Inocente y lo que pasa a continuación genera una serie de grandes interrogantes. ¿Por qué Enrique IV, que se había librado de la amenaza de "el inocente", nombra heredera a Isabel? ¿Por qué Enrique IV tomó una decisión tan trascendente como apartar a su hija del camino de la sucesión? ¿Por qué Isabel aparece en escena? ¿Heredó los apoyos de su difunto hermano? Y la respuesta la tenemos en los mismos hechos. Después del juicio-farsa de Ávila, Enrique IV había derrotado militarmente a sus opositores (Olmedo, 1457). Pero el equilibrio de fuerzas entre contendientes se mantenía y la probable muerte intencionada de "el inocente" se interpretaría más como una oportunidad que como una tragedia. Isabel, hermana del desaparecido "inocente" y futura reina Católica, aparecía en escena y se convertía en la solución de compromiso de las partes en conflicto.
Isabel y Fernando
Con su proclamación como heredera (Guisando, septiembre, 1468), surge la auténtica dimensión del personaje. Hasta entonces, discretamente oculta en la sombra de la figura del desaparecido "inocente", Isabel asume la posición y el protagonismo que le corresponde y se revela como una política calculadora y despiadada. Prescindiendo de todo y de todo el mundo (de su hermanastro Enrique IV, que se había humillado públicamente desheredado la hija, y de los partidarios de su difunto hermano, que le habían brindado toda la confianza política). Y sin encomendarse ni a Dios ni al demonio, gira la mirada hacia Barcelona y pacta con el partido de los primos "catalanes". Apenas cinco meses después de Guisando (la proclamación de Isabel como princesa de Asturias), sus negociadores y los de Fernando firmaban las Capitulaciones Matrimoniales de Cervera (5 de marzo de 1469).
Isabel, la "catalana"
La historiografía castellana había sostenido que el papel que Isabel le había reservado a Fernando era el de un "condotiero" (un jefe militar al servicio político de la nueva reina). Pero eso se ha demostrado falso. La idea de la unión dinástica hispánica es de fábrica catalanovalenciana. Otra cosa es la transformación de esta idea en la España atávica y eterna, de fábrica borbónica y de expresión castellana. Pero en el trascendental momento en que Isabel tiene que escoger un camino, pone su futuro en manos de los primos "catalanes" y de sus poderosos aliados, las clases mercantiles catalanovalencianas; que son los que la convencen de que no solo han tenido la fuerza para fabricar y alimentar el escenario de inestabilidad y crisis en Castilla —con un evidente propósito político— sino que, además, son los únicos que pueden hacer realidad su ambición. "¡A tierra, puto"!