Parecía que el calor iba a dar tregua pero es llegar el Cruïlla a la ciudad y sube, sube la temperatura. Hacía un sofoco de julio desproporcionado en el Fórum y las cabezas empezaron a brillar acordes a la época, con miles de gotitas saltando al compás de los ritmos caribeños, en otro jueves que agrupó a las masas latinas alrededor de un macro espectáculo de fuego y que no cesó en la reivindicación de polis multicultural que este festival de Barcelona lleva plasmado en la frente. El Cruïlla lleva años consolidando su apuesta por géneros y estilos heterogéneos que puedan representar a diferentes segmentos de la población, y se ha subido a la cúspide cumpliendo con el cometido sin incurrir en la expropiación barata. Así fue como varios nombres propios se volvieron a tejer en una singular red de musicalidad para exportar sus raíces con gracia y salero, con ese acento suave que tanto caracteriza a los del sur americano.
Chucho Valdés fue el encargado de inaugurar la segunda sesión del certamen y con sus manos acostumbradas al delirio ya se pudo presagiar por donde irían los tiros de la jornada. El pianista cubano, hijo del imprescindible Bebo Valdés, lideró la banda con holganza y soltura pese a sus 82 años y ratificó pertenecer a la generación de artistas que solo saldrán del escenario con los pies por delante. Ni su identificable boina ni los dibujos estampados en su camisa blanca desviaron la atención del sonido de su instrumento, que ensimismó a la muchedumbre en un santiamén con ese jazz latino que bebe de Irakere, la banda que marcó un antes y un después fusionando la música ritual afrocubana con las músicas populares de Cuba y otros géneros. Y en el escenario, Ramon Alvarez en la voz y casi una decena de músicos armados —entre ellos Julián, el hijo de Valdés, a la percusión, extendiendo la estirpe— defendieron este proyecto homenaje 50 años después de la creación de la orquesta original, dejándose el alma en cada nota.
La cenefa latina siguió en el escenario principal con la esencia de Olga Tañón y sus ganas de demostrar por qué se la conoce como La Mujer de Fuego, como si con haber vendido millones de discos no tuviera suficiente para revalidar su posición de cantautora pasionaria. La puertorriqueña pisó el Cruïlla por primera vez con esa voz potente que tiene y encandiló a los presentes sin casi pestañear, visiblemente emocionada. Antes la precedieron la salsa de los colombianos Grupo Niche y el venezolano Yadam, referente de lo queer y compositor de canciones que visibilizan los derechos LGBTI en un universo latinoamericano todavía con muchas mentes por abrir.
Iba pasando el rato, y por el Fórum se paseaban miles de transeúntes buscando su escenario favorito, cerveza en mano y con la sonrisa puesta, mientras el sol se escondía para dejar paso a la noche tropical. El talento catalán también sacó la cabeza con la gracia genuina de Albert Pla y su innegable capacidad de imaginar universos. El cantante ofreció otra juerga catalana bajo el nombre de Rumbagenarios, su nuevo espectáculo junto a The Surprise Band, y puso a mover las caderas a un buen puñado de cortesanos. Con más de medio siglo de trayectoria a sus espaldas, Pla continúa alimentando su faceta de inconformista y de revolucionario, con un talante encima del escenario que le convierte en un ser casi mitológico, de otro mundo.
Ladilla Rusa puso el colofón a un jueves laborable con su charneguismo canalla, exportando el petardeo de barrio por doquier. No faltó Kitt y los coches del pasado, seguramente su canción cumbre, y se dejaron la piel en demostrarle al Cruïlla que hay mucha dignidad y orgullo en el extrarradio. Y La Plazuela, recién llegada de su Granada natal con Manuel Hidalgo y Luis Abril al timón, se acabó de consolidar como uno de los grupos emergentes más interesantes del panorama español, con una propuesta que mezcla pop, rumba, funky y flamenco y que es plato de buen gusto para todo el moderneo de la ciudad, como se hizo notar entre la euforia del público. Justo después, el venezolano Oscar D’León le echó el cierre a la segunda jornada del Cruïlla, que volvió a presumir de ser una experiencia vital recomendable y de tener un selectivo gusto musical adaptado a todos los públicos.