Atención al currículum del interfecto: "De origen alemán (nació en Hannover en 1867. Se llamaba Rudolf Stallmann y se nacionalizó [francés] en 1926), este hombre alto tenía a sus 70 años el aspecto marcial de un vagabundo prusiano. […] En realidad, era un maestro de todo tipo de bandidaje. Obligado a abandonar a su familia en 1897 tras una denuncia, detenido en Niza y deportado en 1902, autor en 1907, en el Transvaal, del asesinato de un comerciante de diamantes, estafador y tramposo profesional en Londres, Ámsterdam y España, bajo el nombre de barón von König, encarcelado en 1910 en Alemania por un escándalo en un casino, arrestado en Londres como von Rosbdel, líder de una banda de estafadores internacionales en la Riviera, líder en 1915 de una milicia civil en Barcelona para reprimir sindicalistas. […] En 1919, 'von König', que se había casado en Buenos Aires con la señorita Lemoine, hija de un conocido médico parisino, estaba al servicio del capitán Février de la R. S. francesa en Barcelona, pero también era agente de Hortwig, un espía alemán. Regresó a París en 1920, donde participó en varios fraudes de gran repercusión, entre ellos un famoso caso de chantaje contra un rajá. […] Detenido en Berlín tras la invasión alemana, fue puesto en libertad por una misteriosa orden y murió igual de misteriosamente pocos días después en Baden-Baden".

Tan rocambolesca biografía la recogió el heterodoxo historiador Jordi Ventura i Subirats en su artículo, publicado originalmente en 1971, La verdadera personalidad del barón König. Se trata de uno de los textos raros e inencontrables que integran La Banda Negra. A sangre y fuego en Barcelona: una antología sobre el pistolerismo y la historia de una banda terrorista dirigida por un falso barón que regó con sangre las calles de Barcelona (durante los años de la Gran Guerra, cuando los industriales catalanes hacían su agosto en una ciudad infestada de buscavidas, vivalavírgenes, vedetes, sicarios y contrabandistas de toda Europa), y a la cual se enfrentaron los mejores pistoleros anarquistas. Un nuevo artefacto de true crime criptohistórico, de esos a los que la editorial La Felguera nos tiene tan bien acostumbrados.

Esta época tiene una dimensión muy bella, en que los personajes reales parecen personajes de ficción, y la cultura pulp se mezcla con los hechos reales

Foto: Una de las pocas fotografías que existen del (falso) barón König. Foto: La Felguera.

Un acto de espionaje editorial

“Somos sobre todo una editorial de ensayo —me cuenta Servando Rocha, escritor y ensayista hiperactivo, amén de agent provocateur al frente de La Felguera, ‘una editorial que, bajo la apariencia de una sociedad secreta, se dedica a revelar los mejores secretos de nuestra época’—, y sabemos bien donde está nuestro público y nuestra potencia: impugnar o darle la vuelta a la historia oficial, a cómo se nos han explicado las cosas, poniendo el foco ahí donde antes había oscuridad. Aquí, a diferencia de otros países como Francia o Inglaterra, se ha despreciado toda la narrativa de lo que se denominó ‘las clases peligrosas’: el proletariado, los apaches, la cultura marginal, la de los bajos fondos. Y la de la Banda Negra es una de las grandes historias de este país. König es un personaje tan folletinesco que parece increíble. Y operaba en Barcelona, al mismo tiempo que Eduardo Arcos Puch, Fantômas, el mallorquín que inspiró uno de los mitos de la literatura criminal del siglo XX. O Buenaventura Durruti, que cuando huyó a Chile atracó el Banco de España oculto bajo un antifaz. Esta época tiene una dimensión muy bella, en que los personajes reales parecen personajes de ficción, y la cultura pulp se mezcla con los hechos reales.”

Barcelona fue la ciudad de Europa que sustituyó al París finisecular, y a ella acudieron como moscas todos los acaudalados europeos que querían seguir dilapidando su fortuna en banquetes, cabarés, mujeres fatales, champán y farlopa

Como enmienda una nota al pie de la correspondiente página, el informe que recogió Jordi Ventura se equivocaba, pues se avanza en cuatro años a la llegada real de König a Barcelona, en 1918. Pero pongámonos primero en antecedentes: Durante los años de la guerra mundial, los ricos se corrieron en Catalunya una juerga desenfrenada que se alargó varios años (de hecho, las clases populares todavía sufrimos la devastadora resaca). A causa de la necesidad de productos manufacturados por parte de los países Aliados, las fábricas catalanas trabajaron a toda mecha, produciendo sin escrúpulos toda suerte de productos de baja calidad que vendían a precio de órgano de la vista. Barcelona fue la ciudad de Europa que sustituyó al París finisecular, y a ella acudieron como moscas todos los acaudalados europeos que querían seguir dilapidando su fortuna en banquetes, cabarés, mujeres fatales, champán y farlopa (que a la sazón entró a espuertas, como explica Francesc Madrid en uno de los opúsculos que integran el libro). Todo el famoseo, desde ebónicos campeones de boxeo y estrellas del espectáculo a dandis de la alta sociedad, acudía sin tasa a esta soleada ciudad mediterránea donde aún era posible pegarse la gran vida. 

La Banda Negra no solo apuñalaba o mataba con pistolas, también ponía bombas

Ahora bien (¡sorpresa!), cuando los obreros que producían esas cosas deficientes que los patrones colocaban en el mercado a precios estratosféricos quisieron colarse en la fiesta, ni que fuera asomarse un poco, así de lejos, la burguesía les cerró la puerta en las narices. ¡Qué se habían creído! Así que regresaron a las fábricas cabizbajos y con el matasuegras roto, a seguir viviendo en las mismas condiciones miserables del siglo anterior. Y cuando estos, al fin, se organizaron para protestar por tan adusto trato, y organizaciones como la CNT, nacida unos años antes, se hicieron fuertes, la Patronal contrató a un advenedizo y fraudulento barón para que, bajo la tapadera de una agencia de detectives privados sita en las Ramblas, reclutara en los bajos fondos del barrio Chino a un grupo de oscuros pistoleros “blancos”, la Banda Negra, que —en connivencia con la policía y las autoridades barcelonesas— asesinó impunemente a los sindicalistas más significados y protagonizó atentados terroristas para justificar la represión salvaje de las huelgas y el movimiento obrero.

Foto: Interior del explosivo artefacto literario. Foto: La Felguera.

Han shot first

"Hay una pregunta que ni hoy en día los historiadores del movimiento libertario saben responder —prosigue Servando—: ¿Quién disparó primero? La Banda Negra fue una reacción al poder de la CNT en las fábricas. Hasta la fecha, cuando había una huelga, la patronal ponía en la puerta a cuatro matones que la reventaran. Pero de pronto los anarquistas pasan a ser miles, y están organizados, tienen una fuerza tremenda. Entonces llega el barón König y asegura a los amos que en un par de semanas limpiará Barcelona de obreros díscolos. De repente, los trabajadores ya no tienen que enfrentarse a matones, sino a asesinos profesionales. ¿Y qué hacen los anarquistas? Pues armarse en grupos de autodefensa para enfrentarse al terrorismo organizado, porque la Banda Negra no solo apuñalaba o mataba con pistolas, también ponía bombas. Es importante que el lector pueda entender el curso de los acontecimientos, y no solo caer en los discursos a favor o en contra del terrorismo".

La Banda Negra. A sangre y fuego en Barcelona, además de los textos antedichos, incluye una apasionada condena de los abyectos hechos perpetrados por Köing y su pandilla, publicada, en tiempos de la República, por Casal Gómez, un ambiguo inspector de policía que años después pasará a alabar la dictadura franquista. También las catorce entregas de Memorias de un terrorista, con sus fascinantes portadas reproducidas en el libro a todo color, firmadas por un tal Francisco de Paula Calderón, sinónimo bajo el cual se ocultan las crónicas vitales de un recalcitrante carlista barcelonés, un terrorista blanco, al servicio de la patronal, que engrosó las filas del mal llamado Sindicato Libre para enfrentarse al Sindicato Único. “Nos pareció interesante una cosa que es muy poco habitual: dar voz al enemigo. Muchas veces no hemos leído a aquellos a los que detestamos”, concluye Rocha. Por cierto, una de las pocas obras, digamos, positivas —quizás la única— que se le conocen a este barón detestable es el haber ejercido un papel determinante en el desciframiento de la máquina Enigma, la rotativa portátil para encriptar y desencriptar mensajes desarrollada por los nazis, ayudando así a impedir —no desinteresadamente— que Hitler dominase el mundo. Enigmas de la historia (o de la contrahistoria).

Foto: Portada de una de las entregas de las memorias de un terrorista “blanco”. Foto: La Felguera.