Las palabras pueden ser muy hijas de puta y necesitamos recuperar el sentido común. Dos ideas que sobrevuelan la charla con un monstruo con quien siempre es un placer hacerla romper. Monstruo en el buen sentido. Una bestia. Un actor magnético, que lo sería incluso leyendo delante de la cámara las instrucciones de montaje de un mueble de Ikea. Nos sentamos para hablar sobre cine y política, sobre conciencias y lengua, con Eduard Fernández (Barcelona, 1964) protagonista de Mediterráneo, la película de Marcel Barrena que explica cómo un tal Òscar Camps, empresario y socorrista de Badalona, se sintió empujado a viajar a Lesbos después de ver una impactante fotografía que mostraba el cadáver de un niño, Aylan Kurdi, en una playa turca. Un papel por el que ahora ha sido nominado al Premi Gaudí al mejor actor. Camps y su compañero de trabajo, Gerard Canals, cogieron un avión y, armados con un zapato y una alpargata, se plantaron a la isla griega para echar una mano organizando el caos y hacer lo que mejor sabían: ayudar a salvar vidas. Una película notable en muchos sentidos con un reparto en el que también brillan Anna Castillo, Dani Rovira y Sergi López.
Una aventura, la génesis de lo que después sería la ONG Open Arms, que se convierte en una película poderosa, y que tomaría todo su sentido si despertara conciencias. En este sentido, el entrevistador es muestra un poco más escéptico que el entrevistado: "Estamos de acuerdo que tendríamos que buscar otra palabra, porque eso de película necesaria... Es cuestión de hacer cositas pequeñas y constantes. Esto de la película es una más. Es una gota, que si hacemos que sea malaya, entonces tendrá su eficacia," explica. Y continúa, cuando nos cuestionamos la fuerza que puede tener un único individuo ante un problema, un conflicto, enorme: "Podemos decir que las cosas no cambiarán nunca, que no hay manera que la gente tome conciencia, que siempre nos ganarán... O, como decía Òscar, puedes hacer lo que tú sientas, lo que a ti te tenga que hacer sentir bien. Así que hacer una película como Mediterráneo seguro que ayuda, sobre todo, y ahora me ha salido el tono del Casaldàliga (río), porque si tenemos que esperar una movilización, no haremos nunca nada".
No es gratuita la cita y el tono de voz del obispo Pere Casaldàliga que le ha salido casi de casualidad. Fernández lo interpretó en Descalç sobre la terra vermella (2013). Dice que sigue siendo el papel que más le ha marcado en su larga y exitosa carrera. Y, como en el caso de Òscar Camps, demuestra que una persona puede hacer mucho: "Camps fue a Lesbos a ayudar a aquellas personas porque era lo que le salía de dentro. La película incide en eso: Óscar y Gerard fueron a hacer su trabajo. Lo que pasara después en el suelo ya no era cosa suya, el trabajo del socorrista es salvar a la gente de morir ahogada en el agua. Hay un mensaje de esperanza y contra la vagancia: ¿qué puedo hacer yo solo? Pues de momento ponte en marcha y averígualo, en todo caso dormirás mejor y estarás más contento de ti mismo, y quizás eso genera una inercia y más gente se apunta. El resto son excusas y cuando decimos que no se puede hacer nada... alguna cosa siempre se puede hacer", afirma. "Las redes sociales, cuando están bien utilizadas, también contribuyen: creo que la gente va cogiendo conciencia de muchas cosas, y vete a saber, quizás el gobierno de turno puede ir detrás, ni que sea sólo para conseguir más votos".
Los políticos, un obstáculo
¿Pero conseguir votos es la razón por la cual los políticos hacen cualquier cosa, no? "Sin duda, pero son ellos los que tienen los medios. Hay gente en contra de Open Arms, y creo que se equivocan. Creo que cualquiera de los que ponen en duda el trabajo que hace Open Arms argumentando cosas extrañas, si estuviera delante de alguien que se está ahogando, actuaría igual: todo el mundo les daría la mano, les intentaría salvar, todo el mundo. También Abascal de VOX. Por humanidad y, sobre todo, porque somos monos, lo haríamos por el National Geographic, por puro instinto animal".
Continuando con el papel de las instituciones políticas y su pasividad ante el drama humanitario de la inmigración y los refugiados, Mediterráneo mantiene un discurso duro, por ejemplo, hacia la Unión Europea. Fernández opina: "La política es tremenda. Y el negocio. Y cuándo se juntan... Mira que para algunas cosas soy muy puta, pero para otras soy muy ingenuo: con el rey emérito, por ejemplo, hostia tú, ¿todo eso ha hecho? O Jordi Pujol y su familia... ¿todo eso han hecho? Pasa en todas partes, quien puede mucho, mucho. Quien puede menos, menos. Después hay gente buena, también, eh... yo era vecino de Josep Maria Eno de Lasarte y de su mujer, Carme, que tocaba el piano. Y este hombre, que era de Convergència y Unión, era una eminencia, pero lo tenían apartado. Los políticos...".
Nos hemos hartado de ver cómo la llegada de personas que huyen de casa y llegan a las playas europeas en patera pasa de drama humanitario a arma arrojadiza en el Congreso o en cualquier institución política. "Las palabras son maravillosas, pero también pueden ser muy hijas de puta. Yo estuve cuatro años en Els Joglars y sé cómo se puede argumentar, con la misma lógica, una cosa y la contraria al mismo tiempo. Los políticos también lo hicieron con ETA y sus víctimas. Hóstia, es que se tendría que recuperar una cierta ética. De hecho, los políticos tendrían que recuperar tantas cosas... Para empezar, el sentido común, que es una cosa que tendría que mandar incluso dentro del Código Penal. A las sentencias se tendría que tener en cuenta el sentido común, tendría que ser un elemento imperante. Porque hay cosas que claman en el cielo. Y con el tema de los refugiados se dicen auténticas burradas".
Òscar Camps, un hombre poliédrico
Camaleón de enorme talento, Eduard Fernández consigue que en Mediterráneo se confundan el actor y el personaje. Y vemos un Òscar Camps que, y esta era una de las claves del trabajo del intérprete, no es ningún santo. "De hecho, Òscar siempre me dice que lo he sacado muy antipático (río). Con él tenemos muchas cosas en común: los dos tenemos una cierta timidez, una edad similar, somos barceloneses... Y, aparte de la barba, físicamente le cogí el aire. Recuerdo un día que su novia lo abroncaba para fumar cuando era yo quien lo hacía y no él (ríe). Pero sí, se trataba de encontrarle los contrapuntos al personaje. Yo siempre digo que una cosa es lo que sabe el personaje sobre sí mismo, y la otra es lo que el actor sabe sobre el personaje y lo que él ignora. Son detalles que permiten darle color a un personaje. En caso de Óscar, el personaje parte de su impulsividad. Es alguien que no puede estarse quieto, vete a saber por qué. Y desde esta impulsividad, vemos cómo eso afecta a su vida personal y familiar. O vemos también la relación con su hija, que se arregla gracias a compartir la profesión, eso es bonito".
¿Interpretar a alguien real y vivo, que además estaba presente en el rodaje, es particularmente complicado? "El Óscar siempre ha sido muy respetuoso, se lo ha mirado todo desde fuera, es un mundo que se le escapa. Hemos hablado muchísimo, de todo y sin ambages. Y hay cosas señaladas en la película, cosas que el actor coge para construir al personaje: por ejemplo, esta impulsividad de la cual hablábamos y esta voluntad de ayudar a los otros, que quizás tiene que ver con un vacío para llenar un malestar personal...".
Eduard en serie
Volviendo a los políticos, a las palabras hijas de puta y a la falta de sentido común, le preguntamos a Fernández por como ve la Mesa de Diálogo y, en general, el presente de la relación Catalunya-Espanya, ahora que el actor se ha instalado en Madrid. "Ui, con la iglesia hemos topado (ríe). En Madrid es un tema que está menos presente que en Catalunya. La gente está cansada, aburrida del tema. E igual que te digo que en los juicios un error de forma puede dejar libre a alguien que todos sabemos que es culpable, también creo que en Catalunya todo el mundo se está cogiendo a la letra pequeña, a la palabra, a la coma, en lugar de utilizar el sentido común. El otro día, en la mesa de negociación, Convergència, se diga como se diga ahora, se elegía quién tenía que asistir, que si Jordi Sánchez que si no sé quién... No juguéis más con las palabras. ¿Os queréis cargar la mesa? Decid las cosas como son. Escuchas cómo dicen que el Gobierno quiere anular Catalunya, que pase el tiempo... Dicho con otras palabras, todos quieren lo mismo: ampliar la base. Unos hacia un lado, y los otros hacia el otro. Y después son iguales en todo, me parece a mí. Cuando un independentista te llama unionista, lo hace con un tono de insulto. Yo no soy independentista, en principio... porque vete a saber. Pero tengo claro que los independentistas también son unionistas: o imaginamos que si en Barcelona, en un referéndum, saliera el no... ¿querrían separarla de Catalunya?".
Eso sí, Fernández, que no es amigo de las banderas ("como mucho, sólo la blanca cuando la cosa está muy mal, y siempre que no sea la del Real Madrid", dice entre risas), también tiene claro que los nacionalismos van por barrios: "Hay una cosa que no soporto, aunque tiene su parte buena: en Madrid empiezan a tener claro que existe el nacionalismo madrileño, hasta ahora ellos no sabían que lo eran. Y lo eran mucho. Y eso es gracias a Ayuso". Una de las partes buenas es no encontrarte tu ex: "Hóstia, es que el Ayuso es...", y vuelve a reír.
Nos despedimos de Eduard Fernández preguntándole por un futuro marcado por las series. Rodará una de la que no puede explicar nada. Y los ojos le brillan en medio del silencio cuando le preguntamos por la segunda temporada de 30 monedas, la producción de Álex de la Iglesia para HBO. Y sigue sonriendo cuando, ahora sí, puede explicar lo que puede explicar: "Haré un monólogo en el teatro, el primero de mi carrera. Lo estrenaremos en enero de 2023. Lo dirigirá Andrés Lima, es un texto que se llama Todas las canciones de amor, y donde haré de una señora. Quiero enfocarlo como un pequeño homenaje a mi madre, que sufrió alzhéimer y murió durante el confinamiento. Y también he escrito y dirigiré uno corto, que es otra cosa que también tengo muchas ganas de probar".