Núria Bendicho Giró (Barcelona, 1995) es la voz del momento en el ecosistema literario catalán. Finalista del premio Llibres Anagrama 2020 (los segundos serán los primeros en el reino de la prosa) con la novela Terres mortas (Anagrama, 2021), es uno de los debuts más excitantes y conmovedores en mucho tiempo. Relato absorbente, radicalmente moderno, con un acento que recuerda la declinación de clásicos como Rodoreda, Faulkner, Víctor Català, Bernhard..., la escritora barcelonesa ha dado vida a un drama rural extremo de fuerza demoledora. No digas que no te hemos avisado.
¿Cuál fue el primer libro que leíste?
Cuando tenía 15 años, mi abuelo me invitó a acompañarlo en uno de sus viajes. Un mes y pico vagando por Ecuador. En Loja, una ciudad del sur, nos alojaron unos amigos. En la biblioteca de su casa topé con Caín, de José Saramago. Lo devoré.
¿Qué te cautivó?
Me encantaba la manera como hacía aparecer a Dios por cualquier parte. Entonces decidí que escribiría una novela donde Dios estuviera muy presente.
¿La has escrito?
Pasó que, entonces, de repente, ¡el suelo tembló! Acto seguido lo hicieron las sillas, la mesa, los jarrones, los platos...
¿Una señal divina?
Vivimos un terremoto de los grandes. Fue muy épico.
Mantengo una relación muy complicada con la escritura. Me hace sufrir mucho
¿Qué te gusta más, leer o escribir?
Mantengo una relación muy complicada con la escritura. Me hace sufrir mucho. Es una tarea hercúlea que me deja agotada.
La lectura es disfrute y reposo.
La lectura siempre ha sido una fuente de placer. A menudo tengo un libro en las manos y hay muchos autores a quienes recibo como amigos cada vez que vuelvo a ellos. Muchos me han regalado reflexiones y análisis que me han permitido observar con ojos más precisos todo lo que me pasa.
¿Recuerdas la primera vez que escribiste un texto con vocación literaria?
Unos poemas nefastos inspirados en la obra de Vicente Aleixandre y de Manuel Altolaguirre, dos autores con quien disfruto mucho.
Pero imposibles de imitar.
Mis poemas eran francamente malos y me di cuenta de que la poesía no era mi fuerte.
¿Cuáles son los nombres que más te han marcado a la hora de escribir?
Tengo devoción por William Faulkner. Es el autor que más he leído y que más me ha influenciado. Muchas de sus obras, como ¡Absalom, Absalom!, las he leído cinco o seis veces. Nunca me agota ni me aburre. También me obsesiona Thomas Bernhard, un autor con quien me río mucho y comparto muchas reflexiones críticas sobre mi entorno.
Más...
He leído unas cuantas veces La mort i la primavera, de Mercè Rodoreda; Josafat y Violeta, de Prudenci Bertrana, o Réquiem por un campesino español, de Ramón J. Sender.
¿Escribes por el placer de construir universos propios o para descodificar el universo en que vivimos?
Escribo porque se me aparecen imágenes y escenas de manera persistente que no pierden intensidad si no acaban impresas.
Me gusta descubrir libros en las bibliotecas que no han sido impuestos por ningún plan docente ni por ninguna institución
Estudiaste Filosofía.
Cuando empecé no sabía exactamente dónde me metía. Recuerdo caminar distraída por Barcelona, preocupada por cuestiones de metafísica aristotélica.
Los típicos pensamientos que embelesan a una adolescente.
Era demasiado inocente. Después llegaron los modernos, sobre todo Kant, por quien siento especial predilección. Y, por suerte, los contemporáneos, que me ayudaron a tomar posiciones políticas. Al menos, a hacerlo con más fundamento.
¿Ibas mucho a la facultad?
No. Desconfío de cualquier sistema educativo que presuponga que todas y todos necesitamos una misma vía educativa. Las instituciones académicas nos crean como sujetos y, al mismo tiempo, nos limitan, porque nos impiden ser y pensar de otra manera. Siempre me ha resultado bastante complicado que me digan qué tengo que pensar, cómo lo tengo que pensar y, por descontado, cuándo lo tengo que pensar. Los horarios fragmentados de los cursos académicos son incompatibles con la obsesión que necesita a una persona que quiera conocer con profundidad cualquier cosa.
Y tú buscabas el conocimiento en las bibliotecas.
Me gusta descubrir libros en las bibliotecas, libros que no han sido impuestos por ningún plan docente ni por ninguna institución. ¡Y allí también se hacen buenos amigos lectores!
¿Cuál es tu biblioteca favorita?
La del Ateneu Barcelonès. Allí me siento como en casa.
También has buscado el conocimiento viajante.
He nacido en una familia muy especial que siempre me ha aconsejado salir por ahí. Cuando estás sola en otro país te das cuenta de que no eres nadie, que podrías empezar de nuevo en otro rincón del mundo. Este descubrimiento calma el egocentrismo y los propios problemas. No siempre han sido viajes placenteros. He sido inmigrante en la Dinamarca rural y esa experiencia me hizo sufrir de una forma brutal, como nunca, la lucha de clases, y provocó que me radicalizara políticamente.
¿La Dinamarca rural?
Cuba también ayudó a que me familiarizara a un poco más con el comunismo.
¿Cuál es la persona más fascinante que has conocido en estos viajes?
La primera que me viene en la cabeza es un joven indígena ecuatoriano a quien llamaban Pachakutik. Un día, charlando, me preguntó por qué en mi tierra creíamos que estudiamos biología si no tocábamos la vida: ninguna hoja, ningún animal.
¿Qué le dijiste?
Yo era adolescente y esa pregunta me impactó mucho.
Terres mortes es una novela claramente feminista
¿Qué sentiste al terminar de escribir Terres mortes?
Terres mortes avanza por caminos oscuros y puntiagudos donde a veces es inevitable salir un poco dolido. Al acabar la novela sentí mucha tranquilidad. Por fin me había liberado de la obligación de escribirla. Por otra parte, es inevitable volver a la obra una vez publicada porque los lectores la viven de una manera muy personal y te permiten apreciarla desde diferentes vertientes.
Terres mortes tiene una latente pulsión feminista.
Cualquier creación artística desmenuza la rigidez de la realidad y abre una rendija de luz desde donde cuestionarla. Así que sí, Terres mortes es una novela claramente feminista. La polifonía de voces me ha permitido mostrar la dominación ideológica que sufrimos las mujeres, es decir, las representaciones sesgadas de la realidad que tenemos como ciertas porque hacen más soportable la propia esclavitud. En el capítulo de Dolors, por ejemplo, se aprecia como ella pone a Jaume en el centro de su vida, pero él ni la menciona.
La violencia no nos atrae. La violencia nos encarcela
En algunos momentos la novela es extremadamente violenta.
Cuando escribes, llega un momento que te das cuenta de que el argumento y los acontecimientos tan sólo pueden ser de una manera y entonces sólo tienes que trasladarlos al papel.
¿Nos atrae la violencia?
La violencia no nos atrae. La violencia nos encarcela. El problema es que estamos acostumbrados a vivir en un Estado que tiene la legitimación de la violencia y en el que cualquier disidencia es exterminada al instante.
¿Escribir también es un acto político?
Vivimos ahogados por alquileres inasequibles, en casas que se han convertido en mercancía; estamos encarceladas por cánones de belleza que nunca alcanzaremos... En este panorama, la rebeldía no es violencia, sino una obligación política y moral. Tenemos que alejarnos de la violencia real.
Vivimos en un Estado que tiene la legitimación de la violencia y donde cualquier disidencia es exterminada al instante
¿No has usado nunca la violencia?
Yo no me considero una persona violenta. Me considero una persona muy crítica con mi entorno que no rehúye el conflicto. Nuestra sociedad es muy rígida y está llena de opresiones invisibles y escondidas bajo una supuesta paz. Cuándo alguna persona rompe esta paz tramposa y pone la brutalidad sobre la mesa, entonces molesta y se la tilda de violenta.
¿Qué piensas de la polémica vivida con el discurso de Pol Guasch en Sant Jordi?
Me parece maravilloso que alguien que tiene la oportunidad de hablar ante tanta gente lo haga con la fuerza con que lo hizo Pol. Nunca es mal momento para sacudir las instituciones y cuestionar el funcionamiento de las cosas.
¿Cuántas novelas más tienes en el cajón?
Ninguna. Nunca había escrito un texto en prosa antes de Terres mortes. No tengo costumbre de empezar ninguna obra que no pueda acabar, porque así me ahorro tener mil proyectos al mismo tiempo y me obligo a satisfacer el deseo de cerrar lo que me motiva.
¿En qué trabajas ahora?
¡Ahora descanso!