"Odio a mi madre". El narrador de la primera novela de Tatiana Țîbuleac (Moldavia, 1978) lo deja claro desde el principio: esta no será una lectura complaciente y reconfortante. Y es que L’estiu que la mare va tenir els ulls verds, que ahora llega en catalán (Editorial Impedimenta, en castellano) después de haber visto la luz en el 2016, explica una relación complicada. Es la del Aleksy, un adolescente que sufre una enfermedad mental, y su madre, que, afectada por un cáncer, decide pasar su último verano con él para reconciliarse. Durante los meses que comparten, habrá espacio para las dudas del pasado, pero también para la compasión. Țîbuleac, periodista de larga trayectoria y establecida ahora en París, ha publicado también en catalán El jardí de vidre (Les Hores, 2021).
✒️Sebastià Portillo y la historia maldita de Ismael Smith, el artista novecentista catalán queer
La novela nos presenta un conflicto contra la tradición: el de un hijo que odia a su madre.
Estoy acostumbrada a que me pregunten mucho por esto, sobre todo a los países religiosos y con tradición patriarcal. De dónde yo vengo, Moldavia, esto también es muy chocante. No se puede hablar del odio hacia tu madre porque es un icono, una santa, la 'santa madre'. Pero creo que durante mi carrera como periodista y también como madre de dos hijos, he conocido muchas situaciones en que este odio existe realmente, sobre todo en los años de adolescencia. El hecho de que no se diga en voz alta no quiere decir que no esté. Y en el libro intento enseñar cómo encontrar remedio.
Madre e hijo, a pesar de este odio, son capaces de reconciliarse.
Sí, creo que todas las situaciones en que estás cerrado en una esquina pueden solucionarse hablando e intentando pasar tiempo con la persona en cuestión. Y eso es lo que les pasa a los dos protagonistas. La mayoría de las cosas pueden ser reparadas, aunque a veces no sea en vida. Como mínimo, revistar ciertas situaciones a través de la terapia o de otras maneras te pueden hacer sentir que estás en paz con una persona.
La mayoría de las cosas pueden ser reparadas, aunque a veces no sea en vida
¿Juega también un papel la enfermedad de la madre en esta reconciliación?
Siempre tiene algún efecto. La enfermedad está porque cualquier cosa entre la vida y la muerte es una vía para empezar a pensar en cosas diferentes. A veces solo cuando estás enfermo te das cuenta de que tienes solo dos meses o tres años... No estás muerto, pero tampoco del todo vivo. Y desde este punto de vista, creo que se puede provocar cambios dramáticos.
La vulnerabilidad de la enfermedad hace que sea más fácil ser compasivos.
Sí, creo que la mayoría del tiempo no somos conscientes de como de difícil es la vida de la gente que nos rodea. Incluso una afectación pequeña, como la dislexia, puede cambiar tu vida. Cuando estás sano es un privilegio y no lo piensas. La enfermedad muchas veces nos transforma y nos hace diferentes. No necesariamente mejores, claro está, a veces también te llena de rabia.
La rabia es precisamente uno de los elementos del narrador, el protagonista adolescente del libro, enfadado con todo. ¿Cómo lo hiciste para encontrar esta voz narrativa tan oscura?
Hace muchos años yo también fui adolescente y creo que fui una adolescente bastante enfadada. No sé por qué en este caso escogí una voz masculina, me salió de forma natural. Hay otra explicación y es que aunque el libro va sobre una madre, no va sobre mi madre, sino probablemente sobre mi padre. Cambié los lugares.
En tu segunda novela la relación entre madres e hijos también es uno de los temas centrales. ¿Qué te interesa de eso?
Puede parecer que estoy muy interesada en este tema, pero no es del todo así. Hay temas que me interesan más, como la muerte. ¿Por qué vuelvo siempre a esta relación entre madres e hijos y entre el amor y el odio? Supongo que es porque fui madre cuando ya era bastante mayor, sobre todo para los estándares de Moldavia, donde después de los 30, si estás soltera, es que eres un caso desesperado. Y creo que llegué a la maternidad con el miedo de no ser suficientemente buena o de no hacer suficiente. Cuando di a luz a mi hijo, alguna cosa dentro de mí se rompió y empecé a tener una relación diferente con estos temas.
Cuando di a luz a mi hijo, alguna cosa dentro de mí se rompió y empecé a tener una relación diferente con estos temas
¿La maternidad te acercó a la ficción?
Fue más bien el aburrimiento. Antes no tenía tiempo para escribir. ¡Trabajaba como periodista y ya me pasaba el día escribiendo y preparando entrevistas, con lo cual cuando llegas a casa lo que te apetece es emborracharte o dormir! Más tarde, cuando nacieron mis hijos, dejé de trabajar y encontré que tenía mucho tiempo e hice lo que podía hacer más fácilmente: escribir. No suena bien porque los escritores tienen que tener una razón de peso para escribir, una vocación casi divina. Pero no fue eso.
¿Tu carrera previa como periodista te ha creado como escritora?
No, en realidad no. He sacado muchos temas de allí. Pero precisamente por haber sido periodista durante tantos años, trato la literatura como un patio o un espacio de juego más grande. ¿Si tuviera que hacer literatura de la misma forma en que he hecho el periodismo por qué hacerlo? No quiero hablar con la gente para tener sus opiniones y crear un personaje así. Quiero ser alocada y jugar e incluso ser injusta. La literatura no tiene que ver con tener una fuente de información u otra, sino con no tener normas y crear algo nuevo.
La literatura no tiene que ver con tener una fuente de información u otra sino con no tener normas y crear algo nuevo
El libro también reflexiona sobre la presión que reciben las madres por parte de la sociedad, una cierta obligación para ser perfecta. ¿Lo has experimentado tú también?
Es una presión que depende de cada sociedad. En este sentido, la sociedad española es bastante similar a la del país donde yo crecí: las mujeres tienen que ser una buena madre, una buena esposa, lo tienen que hacer todo y ser buenas en todo. Y no hay espacio para decir que no puedes hacer una cosa o que te dejen en paz. Pero si vas a los países escandinavos no sientes eso. Las mujeres están más a cargo de su vida y no les importa lo que diga la sociedad. Es difícil decir cómo los diferentes lectores se sienten sobre el libro porque todos lo filtran a través de su propia experiencia. Creo que en el Este de Europa sí que hay una gran presión, empezando en la juventud, cuando todavía somos chicas y tenemos que vigilar cómo nos comportemos por una etiqueta que nos pone la sociedad. Tenemos que luchar por todo: estudios, tener un buen trabajo, cobrar lo mismo, etc. Y las mujeres también necesitan ayuda constantemente: durante el embarazo, cuando dan a luz, necesitan cuidarse de su salud mental. Eso es muy importante porque de ello depende el futuro de las nuevas generaciones.
En el libro, dibujas el conflicto entre la madre que tiene que pasar el luto por la muerte de su hija y las necesidades de su otro hijo, que ha sobrevivido.
Dos de mis hermanas murieron. He crecido en una familia en que la muerte siempre estaba allí. A veces creo que el miedo a perder a un hijo lo heredé de mi madre. Es un momento difícil en la vida de una familia cuando uno de los hijos muere; difícil para los adultos, pero también para los hermanos. Y también lo es para los padres, no solo las madres, a veces nos olvidamos. Recuerdo hablar de mis hermanas siempre con mi madre y mi abuela. Y la vez que lo hablé con mi padre me sorprendió cuánto dolor había acumulado durante los años y nunca había expresado. Creo que en nuestra época tenemos que entender que no es vergonzoso pedir ayuda. Sobre todo, a las mujeres nunca se las anima a pedir ayuda. Crees que eres débil e inútil cuando lo haces y como sociedad, si tenemos que cambiar alguna cosa, creo que tendríamos que empezar por allí.
Dos de mis hermanas murieron. He crecido en una familia en que la muerte siempre estaba allí. A veces creo que el miedo a perder a un hijo lo heredé de mi madre
El libro también retrata un universo lleno de misoginia y de violencia.
Sí, es una cosa que todavía existe. En muchas sociedades si una mujer es violada es culpa suya. Nuestras sociedades son todavía misóginas. Estamos progresando, pero el progreso no es igual. Estoy interesada en esta realidad porque he crecido así y desgraciadamente después de muchos años, si vuelvo a Moldavia o Rumania, veo que todavía lo es.
¿Cómo ha sido la recepción del libro en este entorno?
El libro es conocido en Moldavia y estoy sorprendida. No pensaba que tuviera éxito por el tema que trata. Obviamente, hay gente a quienes no le ha gustado nada y que lo han devuelto después de quince páginas. Pero no lo escribí pensando en el éxito, simplemente quería poner ciertas cosas en encima la mesa.
No hay una forma correcta o equivocada de acercarse a la maternidad
¿Crees que te acercas a la maternidad desde una perspectiva feminista?
Si lo que he dicho hasta ahora es una perspectiva feminista, sí. Pero creo que la pregunta sobre si eres o no feminista ha cambiado durante los últimos años de formas que no siempre entiendo. Para mí ser feminista significa querer la igualdad, no que nunca tengas hijos, que no te cases o que odies a los hombres. El feminismo también es para los hombres y no es de dominio exclusivo de cierto tipo de mujeres. Es cuando nos ayudamos los unos a los otros y desde esta perspectiva, mi abuela también era feminista porque la vi toda la vida con muchas más mujeres en el patio de su casa hablando de cómo podían hacer cosas juntas. No hay una forma correcta o equivocada de acercarse a la maternidad.