Con el Pallars de nuevo como escenario, Maria Barbal (Tremp, 1949) vuelve a estrenar novela. Después de recibir el año pasado el premio Josep Pla y el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes, la autora trempolina presenta Al llac (Columna), una novela íntima y preciosista atravesada por la nostalgia. Dos familias visitan un lago de montaña y pasan los domingos de verano bañándose con calma. A través de varios puntos de vista narrativos y las intrusiones del futuro, Barbal construye un canto de amor al paisaje de su infancia y a la felicidad infantil y juvenil. "Sólo los humanos somos capaces de transformar espacios minúsculos en caminos que se abren hacia allá", afirma.

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Al llac parece un libro reducido a los elementos esenciales, a sólo lo que es necesario. ¿Está escrito con esta intención?
El impulso de la historia es en realidad la idea que hay al final del libro: conservar la belleza de una situación, de un momento de la infancia, de un paisaje. A la hora de enfrentar el trabajo narrativo, claro está, salían unos personajes que exigían una profundidad aunque no había que ir muy hacia allá. Para mí no era un proyecto de crear una historia larga o con muchas derivaciones de cada uno de los personajes. No la preví del todo concentrada, pero sí que me salió así.

"Ni sabria quantes vegades després d’aquell estiu ella s’havia demanat on quedava aquell temps i aquella bellesa". La novela retrata la transición entre la adolescencia y la edad adulta de un personaje, la Nora. ¿Es un cambio en que siempre queda la nostalgia?
En la novela hay dos voces, una que explica el presente de los viajes al lago en día de fiesta y una voz más distanciada, con una perspectiva que entendemos que es de años más tarde. Y claro está, en esta segunda voz hay un tanto por ciento muy elevado de nostalgia. Representa que la Nora ya ha pasado no sólo la infancia sino también la adolescencia y nos encontramos con probablemente una mujer joven que recuerda con nostalgia el momento de ir al lago, aquella belleza del paisaje y sus sensaciones.

El impulso de Al llac es conservar la belleza de una situación, de un momento de la infancia

¿Qué es lo que echa de menos?
No sé si le tendría que preguntar al personaje eso (río). Yo creo que echa de menos la ilusión de aquel momento, de una actividad tan simple como coger el tren e ir al agua del lago. Probablemente, ella ya no vive cosas parecidas, sino cosas más elaboradas y más complicadas. Y echa de menos aquella alegría sólo de bañarse y de tener el día allí sin los padres y con una libertad extra.

¿Sentir nostalgia por el mundo sencillo de la infancia es inevitable cuando nos hacemos adultos?
La infancia puede no haber sido una buena época, aunque tradicionalmente lo es. Te sientes protegido y no te tienes que preocupar de las cosas básicas ni de muchas otras. Y sobre todo porque los adultos intentan complacerte. La otra cuestión es que lo consigan. Pero yo creo que como niño tú te sientes privilegiado. Es normal que a medida que nos hacemos adultos y que la vida se hace más complicada, tengamos una mirada idealizada hacia el tiempo de la infancia.

Al llac es la nueva novela de la escritora Maria Barbal / Foto: Montse Giralt

Tenemos acceso a la interioridad de los personajes a través de pequeños monólogos interiores que empiezan cada capítulo. ¿Cuál era la intención de eso?
La intención es profundizar en cada uno de los personajes. Es una situación en principio muy simple –un grupo que se reúne para ir a bañarse– donde sobre todo un personaje, la Lídia, aglutina al resto. Quizás también la Nora, que es una niña con los ojos ya bastante abiertos. Pero los otros personajes quedan un poco en la oscuridad. Me pareció atractivo poder profundizar en cada uno de ellos y crear este interior. Las relaciones se hacen más densas y comprensibles.

Lídia es un personaje que invierte el movimiento más típico que es emigrar del pueblo a la ciudad. Ella se traslada de Barcelona a un pueblo del Pallars.
Es un movimiento infrecuente, lo era ya a los años 60, pero que siempre, mucho o poco, se ha producido. La mayoría de gente, como en el pueblo no se puede vivir como es debido, emigra a la ciudad y cambia el campesinado o un oficio por un trabajo más de fábrica. Y, en cambio, este ir hacia el pueblo desde la ciudad creo que en general podía tener una causa sentimental, cómo es el caso de la Lidia en el libro, o bien una herencia o alguna cosa así. Pero no tanto un cambio de trabajo, como ahora sí que se produce: gente que en la ciudad no encuentra el trabajo que le gusta o no se encuentra bien y decide hacer este paso a la inversa.

Para el personaje de la Lidia, ir a un pueblo de montaña desde la ciudad la convierte en alguien especial, que llama la atención.
Sobre todo antes, hasta los 80, en los pueblos estaba el atractivo de la persona que venía de la gran ciudad, que se manifestaba probablemente de forma más abierta a la hora de comunicarse, que iba a la moda, que no le importaba llevar vestidos no muy vistos en el pueblo, etc. Es todo una manera de vivir diferente que la gente del pueblo admiraba en la gente que venía de fuera. Incluso el acento. Y la Lídia de alguna forma representa eso, independientemente de su carácter. Eso también provoca un cierto rechazo, claro está. En el resto supongo que aquella persona les parece incluso un poco irreal, por ir bien vestida y ser despreocupada.

Parece que con la pandemia sí que ha estado la tendencia a marcharse de la ciudad hacia el campo, ahora que lo dices.
Sí, sobre todo tuve esta sensación inmediatamente después de la pandemia. La sensación es de gente que tenía un apartamento en un pueblo del Pallars, ponemos por caso, y que te decían que se habían quedado a vivir. Lo que no sabías era si este "quedarse a vivir" era ya para siempre o no.

¿Paralelamente, puede ser que los escenarios rurales se estén volviendo en una materia prima relevante para la ficción últimamente, como pasa en Alcarràs o a Mamut?
Yo noto que hay una cierta creación ahora que recupera escenarios rurales, que los encuentra tan válidos como cualquier otro para explicar una historia. Eso me hace pensar justamente en mis inicios; cuando publiqué Pedra de tartera, el año 85, el libro creó malestar por estar ubicado en un ambiente rural y en el pasado. Causó extrañeza que fuera la historia de un pueblo. Hubo un sector de la crítica que se sintió incómodo y eso a mí me sorprendió mucho porque tengo la idea de que la literatura es un espacio de libertad impresionante. Y, en cambio, hoy día no hay esta preocupación. La recepción puede ser buena o mala independientemente del ámbito donde se sitúe.

Cuando publiqué Pedra de tartera, el año 85, el libro creó malestar por estar ubicado en un ambiente rural y en el pasado. Causó extrañeza que fuera la historia de un pueblo

¿Por qué causó malestar?
Creo que entonces importaba mucho la idea de que la literatura catalana tenía que ser moderna y que quizás eso la retrotraía o hacía que no lo pareciera. Pienso que fue eso, aunque yo creo que la literatura no pone ninguna barrera en nada.

En tu caso, escoger el escenario del Pallars para ambientar tus novelas se explica porque es el lugar donde creciste.
Evidentemente. Creo que la experiencia es una de las fuentes más importantes para el escritor, porque se siente seguro. Cuando tú has vivido una cosa y conoces un paisaje es difícil que te equivoques. En cambio, si buscas un paisaje que te es muy lejano, aunque te informes, siempre hay alguna cosa que no se ve y que está en la vivencia. Es eso lo que muchas veces buscamos.

La escritora Maria Barbal en el Hotel Presidente de Barcelona / Foto: Montse Giralt

¿Los lagos, como pasa en el libro, son espacios de ocio importante en los pueblos de montaña?
¡Y tanto! Lo fueron mucho en mi generación. La generación anterior vivía el ir a bañarse a un lago como un ocio excepcional o poco frecuente. La generación de mis padres iban y de jóvenes aprendieron a nadar, pero para la mía ya es claramente un espacio de ocio que la mayoría usaba. Y eso hoy todavía perdura.

¿La generación anterior a la tuya en un entorno de montaña sabía nadar, por ejemplo?
En torno a la montaña la gente, en general, no sabía nadar. Una cosa es el río, en qué saber nadar te puede ayudar si estás en una balsa, pero para el resto normalmente no te hace falta. Lo que te ayuda es la agilidad de salir cuando las cosas van mal o de cogerte a una piedra. Supongo que también aprendieron de una manera muy aproximativa y primitiva.

La experiencia es una de las fuentes más importantes para el escritor, porque se siente seguro

El lago de la novela, que en realidad es un pantano, es de aquellos que crea la construcción de una presa y que entierra un pueblo.
Sí, soterra un pueblo que curiosamente tiene el nombre de Susterris. De este todavía se puede ver la iglesia de Sant Antoni, hoy en día. Hubo alguien que hace poco hizo el trabajo con tecnología moderna de reproducir lo que había antes de poner el agua: los trozos, las tierras, las aldeas, las casas... Inundar un pueblo es una cosa que ha pasado muchas veces, como en el caso de Mequinenza, y que supongo que seguirá pasando. Tiene mucho impacto cuando te pones a pensarlo: es un lugar donde había una vida y las personas se movían y había una economía, por muy pequeña que fuera, y de repente ya no es. Desaparece el paisaje de nuestra vida y es interesante pensar en qué medida nosotros quedamos disminuidos.

¿Hay una mirada crítica sobre el papel secundario o sumiso de la mujer en Al llac o es más bien neutra?
Yo creo que la mirada es más bien neutra, en el sentido de que eso era la norma en aquel momento, los años 60. Era lo que acostumbraba a haber: aquella idea del personaje del dependiente pensante que la madre ya se cuidaría de su hijo y que ya lo hará comer algún día. No se siente implicado. Y aquí eso también delata una falta de comunicación.