Lleva 60 años en los escenarios, bajo los focos mediáticos, sin dejar indiferente. Es una leyenda, el Sinatra de Linares, dicen del hombre a quien una crítica de la revista Variety comparaba con Elvis Presley, Bob Dylan y Tom Jones. El artista que actuó en el Olympia de París, en los mejores casinos de Las Vegas, y en el mítico show televisivo de Ed Sullivan. Inimitable, aunque imitarlo sea un clásico en espectáculos humorísticos o en los karaokes en pequeño comité.
Raphael se ha paseado estos días por el Festival de San Sebastián para presentar Raphaelismo, una serie documental que produce Movistar y que se estrenará el próximo año. Dirigida por Charlie Arnaiz y Alberto Ortega (directores de Anatomía de un dandy, sobre la figura de Francisco Umbral), y con una factura magnífica, explica la trayectoria personal y profesional de Rafael Martos Sánchez, del hombre que inmortalizó temas como 'Yo soy aquel', 'El tamborilero', 'Qué sabe nadie' o, evidentemente, 'Mí gran noche'. Entrevistamos a un cantante consciente de su grandeza: "Soy único, lo que yo hago no lo hace nadie más, aunque algunos han tratado de imitarme".
Ganar sin ganar
En un momento del segundo de los cuatro capítulos de Raphaelismo, lo que Movistar ha enseñado a la prensa y ha proyectado en el Festival de Donosti (cabe decir que todavía se están acabando los últimos retoques antes de tener la serie completa), un joven Raphael ya lo tiene claro: "Yo no me fijo en qué hace los otros, voy a la mía", mientras de fondo suenan las notas de 'Digan lo que digan'.
Era la época en que el Festival de Benidorm lo había convertido en una estrella nacional, y Televisión Española y las fuerzas vivas de aquella España del Desarrollismo lo escogieron para representar el país en Eurovisión. Fue dos veces, en 1966 con 'Yo soy aquel', y el año siguiente con 'Hablemos del amor'.
No ganó, ni con el uno ni con el otro, y aquello sentó muy mal en el ya de por sí inflamado orgullo patriótico, herido en una derrota que para Raphael no lo fue tanto: "Imagínate si llego a ganar, con el lío que hubo", nos explica. Todo el mundo gritaba: "tongo, tongo", pero a él no le afectó mucho la cosa: "Sin ganar, gané. A veces se tiene que perder para ganar. No sé si habría vivido todo lo que vino de haber quedado primero".
El artista era, quizás, el máximo representante de un país que todavía vivía bajo el mando del dictador Franco, pero que trataba de exportar una imagen más amable y abierta al mundo. Aquel Desarrollismo donde todo el mundo podía conducir un Seat 600 y comprarse un pisito en cómodos plazos, y que empezaba a recibir turistas en bikini en sus playas. El mismo Desarrollismo que escondía los latigazos a la libertad de expresión, de reunión, de uso de la lengua, casi de pensamiento.
Decían que era el cantante favorito de Carmen Polo de Franco, y, de hecho, llegó a cantar en el Palacio de El Pardo para el dictador. Él siempre ha defendido que en aquella actuación fue uno más entre muchos otros artistas de la época. Y nos explica que nunca se ha querido implicar en política, ni entonces ni ahora: "Creo que es un poco fatuo, presuntuoso, decir que yo he representado España. Es decir demasiado. Yo, en realidad, me represento a mí mismo. Pero si en algún momento me ha tocado hacerlo, simbolizar internacionalmente mi país nunca ha sido un peso, porque siempre me he sentido muy orgulloso de ser español. Pero como yo nunca me he metido en asuntos políticos, hacía esta representación tan contento".
El 'crooner' de Linares
En Raphaelismo queda clarísimo el impacto que tuvo su aparición en España, pero también por toda Europa. Cantó en el Olympia de París, en Londres, en México, en los Estados Unidos... "Que un crítico de Londres me comparase con Elvis, Bob Dylan y Tom Jones... ¡aquella crítica de Variety me dejó apatacutao! Era increíble. Fui al show que Ed Sullivan hacía en la televisión norteamericana, y que era el programa más visto del país. Aquellos años fueron muy fuertes, mucho", nos recuerda.
Pero enseguida intenta recortar cualquier repunte de vanidad, ni cuando el periodista, rendido admirador desde que lo vio encima de un escenario por primera vez, le suelta que es una leyenda: "Si te digo la verdad, a mí da igual que me digan que soy un mito, una leyenda, son adjetivos con los que me quedo completamente igual. Estas etiquetas siempre me han importado muy poco".
De hecho, en un momento de Raphaelismo, la mujer del cantante, Natalia Figueroa, explica que, en el momento de conocerlo, esperaba a alguien mucho más vanidoso: "Ella pensaba que todos los artistas somos insoportables, y conmigo se llevó una sorpresa. Y le sigue durante después de casi 50 años de casados". El periodista conoce a unos cuantos artistas insoportables: "No puedo opinar al respecto, ni confirmo ni desmiento, no me estires de la lengua", responde soltando una enorme carcajada.
Un poco más de masaje, porque el entrevistador y la serie de Movistar comparten la opinión de que los karaokes son un termómetro de donde está un artista dentro del imaginario popular: "Es una cosa fenomenal, eso de que te canten en un karaoke. Los karaokes y las plazas de los pueblos son lo que marcan la diferencia, lo que te hacen estar a la gloria". ¿Y se está bienen la gloria? "Se siente mucha responsabilidad, te sientes muy juzgado por todo el mundo. Cada vez que haces un nuevo trabajo, o que das un concierto, sabes que mucha gente está esperando para decir la suya. Tienes la presión de seguir gustando, y eso siempre es complicado. Pero sentirse amado por la gente es maravilloso. Te aseguro que te alimenta el alma el saber de que en cualquier momento puede haber alguien escuchando tu música, o pensando en ti. Eso sí que es llegar a un lugar importante en la vida...".
60 años bajo el foco
Raphaelismo se estrenará celebrando seis décadas del artista bajo el foco del público. Una insólita cantidad de tiempo donde su popularidad se ha mantenido sin mucho altibajos, ni siquiera cuando, con el final del franquismo, llegaron movimientos musicales y culturales como la Movida o los cantautores, que amenazaban a los intérpretes melódicos que triunfaban los años anteriores. "¿Qué hice yo entonces?", nos interroga a Raphael: "Cerrar los ojos".
En este punto canturrea unas frases de la canción 'Cierro mis ojos', y continúa: "No hacer caso de los cambios que venían, seguir siendo yo mismo. De hecho, hice mi disco más importante, con temas como 'Qué sabe nadie' o 'Yo sigo siendo aquel'. Por muchas transformaciones que hubiera en el mundo que me rodeaba, yo tenía claro que tenía que insistir y seguir siendo yo, seguir haciendo el qué hacía y como lo hacía, continuar con mi música. Con compositores como Manuel Alejandro o José Luis Perales al lado, tenía claro que no me equivocaría. Eso sí, necesitaba más campo por correr, y crucé el océano, y viví un tiempo en México y en los Estados Unidos, y trabajé muchísimo allí. Pero el público español nunca se olvidó de mí, y cuando volví fue fantástico", recuerda.
Y es que cualquiera que haya vivido un concierto de este animal del escenario se da cuenta de que es un fenómeno transgeneracional rápidamente. "Es verdad, y realmente no sé cómo lo he conseguido. Es sorprendente, porque me doy cuenta de que he tenido siempre un público muy fiel, y que pueden pasar 20 o 30 o 40 años y todavía siguen allí. Es este público el que me ha puesto donde estoy, y no ninguna maniobra política. Estoy donde estoy por la gente. Creo que tiene que ver con el trabajo diario, con la constancia, con salir a darlo todo cada vez que subo a un escenario. Al final, si das afecto con tu arte, con tu trabajo, serás correspondido. Pero no tengo ni idea de cómo se consigue llegar a públicos de generaciones diferentes. A veces hay personas que me explican que se han enamorado con mis canciones, y supongo que soy responsable de algunas bodas... y de algunos bautizos (carcajadas). Supongo que en las casas de estos padres han sonado discos míos, e imagino que han aconsejado después a sus hijos que se atrevan a ir a algún concierto a verme, aunque sea sólo una vez. ¡Y este o esta joven, si va a verme, ya no saldrá! (río). No se me ocurre otra explicación".
Darlo todo, dar conciertos de tres horas a su edad, tener una energía envidiable. ¿Qué debe cenar este hombre? "Pues la verdad es que no como mucho, no soy nada comilón", dice entre carcajadas. "Lo que pasa es que me gusta más un escenario que a un tonto uno lápiz. Engancha mucho, eso de actuar en directo, ver al público tan de cerca, sus sonrisas, sus aplausos... es la mejor gasolina. No sé de dónde saco la energía, soy así, soy feliz haciendo el qué me gusta y hablando del qué me gusta. Quizás el secreto es la pasión que le pongo en las cosas, que es auténtica. En todo caso, no tengo ninguna intención de bajar del escenario, me vuelve loco".
Raphael, actor
No es la primera vez que Raphael es uno de los protagonistas de un Festival de San Sebastián. El año 2015 presentó Mi gran noche, de Álex de la Iglesia, su retorno al cine después del puñado de películas que protagonizó los años 60. Tres de ellas: Cuando tú no estás, Digan lo que digan y Al ponerse el sol, a las órdenes del recientemente traspasado Mario Camus: "Era una persona maravillosa y un gran director. Es quien me dio la oportunidad de hacer cine, después de hacerme un par de pruebas. Y allí va nació una amistad que ha durado toda la vida", recuerda, antes de avisar: "Me encantaría volver a hacer cine, pero hoy en día es mucho complicado para un artista que trabaja tanto y que da tantos conciertos como hago yo.
En los años 60, cuando hice media docena de películas, las cosas iban diferentes: venía un productor con un guion y una oferta económica para tenerte a disposición de la película durante las semanas o meses necesarios. Si te gustaba y lo aceptabas, lo tenías claro. Ahora todo es más incierto, encontrar la financiación puede eternizarse, y después, cuando lo consiguen, quizás te llaman hoy para que te incorpores pasado mañana. No puedes contar mucho..."
Acabamos la charla con un Raphael que, sabiendo que Revers es un medio catalán, deja claro que aquí se siente muy querido: "Desde mi debut en Barcelona, en las fiestas de Gràcia, siempre cuento con el público catalán. Entonces nos juntamos con Joan Manuel Serrat, con Quico Pi de la Serra, con Ovidi Montllor... también estaba Mary Santpere, que después fue buena amiga mía. Y desde hace mucho tiempo la estima es mutua".