Una pareja afincada en París, ella francesa, él argentino, intentan acostumbrarse a la nueva vida que impone el nacimiento de su bebé. Una colección de nuevas rutinas que intentan, no siempre con éxito, que no les afecte al carácter. Este es el punto de partida, de entrada no especialmente atractivo ni llamativo, de Pequeña flor, la nueva película del cineasta argentino Santiago Mitre, el mismo de la reciente Argentina, 1985. Pero este relato aparentemente minimalista esconde una serie de elementos sorprendentes y extravagantes que rompen cualquier expectativa: en el camino de la pareja se cruzan un vecino pedante, unos sanguinolentos asesinatos, una pieza de jazz (de aquí el título de la película) y un peculiar gurú espiritual.
Pequeña flor es una comedia negra con elementos de realismo mágico, o de cine fantástico pasado de vueltas. Una estimulante, y nada convencional, muestra de la creatividad de Santiago Mitre (autor también de títulos como El estudiante, Paulina o La Cordillera), que tiene otro extraordinario foco de interés: la presencia de un divertidísimo Sergi López (Vilanova i la Geltrú, 1965) puesto en la piel de este gurú cantamañanas que seduce a sus fanáticos discípulos a golpe de farsa. Y que, en un momento de la película, y cuando el protagonista, el argentino Daniel Hendler, descubre que es español, contesta: "¡No, soy catalán, de Vilanova i la Geltrú!".
Sergi López lleva 30 años haciendo carrera cinematográfica en Francia, ha trabajado con directores internacionales tan prestigiosos como Guillermo del Toro, Stephen Frears, Woody Allen, Alice Rohrwacher o Terry Gilliam. Sin abandonar nunca el cine hecho en nuestro país, porque quizás él puede ir arriba y abajo, pero sin moverse de Vilanova, de su pueblo.
No es la primera vez que reivindicas la catalanidad de un personaje en una película francesa...
Ya me empieza a cansar, eso... (río). ¡Pero no lo incorporo yo, eh! Cada vez que hago una película en Francia pasan dos cosas: por un lado está el tema de mi acento, y cuando escriben guiones y ponen frases en castellano, las hacen de una manera incorrecta, no tienen ni idea, porque un personaje español no habla como se imagina un francés. Piensa en un señor enfadado, no diría nunca una cosa como "hombre, hay que ver". ¡No! (río). Entonces te dicen que lo adecues a tu manera de hablar, y entonces yo lo hago en catalán. Y eso le hace mucha gracia a un espectador catalán, pero un francés no ve ninguna diferencia. A veces, en un guion, el personaje manifiesta que es, por ejemplo, albaceteño, y claro, en Francia no tienen ni idea, pero yo albaceteño no tengo nada, aquí no colaría. Y después, por otra parte, también es verdad que yo a mi vida transporto esta cosa pesadita de que el catalán no es exactamente el mismo que el español. Y a muchos directores que no son españoles ni catalanes, eso les hace gracia. Y cuando llega el momento en que el personaje manifiesta de dónde es, los directores me empujan: "Di aquello que dices tú, di tu pueblo, que tiene aquel nombre... ¿cómo era?", y acaban cogiendo parte de mi discurso personal. Pero no es que yo esté allí pendiente de colarlo en cada película que hago en el extranjero, a ver en qué momento puedo colocar eso del catalán de los cojones (ríe).
Pequeña flor es una peli bastante desconcertante...
Sí, perfecto, misión cumplida. No conocía a Santiago Mitre, y cuando recibí el guion me quedé bastante igual que tú. ¿Eh? ¿Perdona? Pero justamente encuentro que la historia tiene alguna cosa jubilatoire... alegre, desacomplejada, lúdica, juganera. Empieza pareciendo una comedia romántica con una pareja, un bebé, qué coñazo tener niños, y piensas... ¿de verdad que va de esto? Pero notas alguna cosa, en aquella voz en off que te introduce a la historia, percibes una especie de sentido del humor muy fino, y de golpe aparece un elemento que lo dinamita todo. Hay una especie de excéntrica mezcla de géneros, un tono fantástico, siendo como es una comedia. Una comedia con aortas cortadas, con casquería. ¡Hay muertos pero es una peli muy vital! Pero sí, encuentro que es desconcertante. Ya sabes que no soy muy cinéfilo, pero mi madre todavía lo es menos, y el otro día me dijo: "¡Me gustó!".
¡Como si fuera una sorpresa!
Claro, a veces hago cosas muy marcianas. En cine cuesta mucho romper formats, cambiar de registros, hacer según qué mezclas de géneros, a veces cuesta que el público las acepte bien, pero creo que con Pequeña flor sí que pasa.
¿Hacer un cine arriesgado, en las formas o en la narrativa, te resulta motivador?
Sí, pero al mismo tiempo no sé qué llamarte... Como no soy cinéfilo, voy reflexionando las cosas a posteriori. Me doy cuenta de que al final tengo que ir siguiendo mi intuición sin ponerme muchos parámetros, sin plantearme muchas cosas. ¿Me gusta hacer un cine más arriesgado? Sí, pero no solo, y no por el simple hecho de ser arriesgado. Yo quiero aprovechar al máximo el privilegio de recibir ofertas para hacer proyectos muy diferentes. Pero quizás sí es verdad que es una suerte hacer cosas un poco marcianas, que están un poco fuera de lugar. Me doy cuenta de que, como más adelanta la extrema derecha (río), es un valor hacer cosas que salen de la norma, que no son fáciles. En el cine parece que hemos ido hacia atrás, y que cuesta hacer cosas que no sean convencionales, por lo tanto sí que me mola lo que es original, diferente...
En el cine parece que hemos ido hacia atrás, y que cuesta hacer cosas que no sean convencionales
El cine ha ido atrás, quizás siguiendo una tendencia general. Como sociedad también vivimos una regresión.
Sí, exacto. Mires donde mires, es cada vez más evidente. Y no solo es que vamos hacia atrás. Es que cada vez estamos más anestesiados, nos cuesta más reaccionar, nos parece que no podemos cambiar las cosas. Con hechos como el Procés o como el 11-M parecía que estaba la conciencia social que se tenía que hacer alguna cosa, y durante un tiempo creímos en el poder de la masa social. Eso ha pasado a lo largo de la historia de la humanidad, después de grandes momentos hay esta depresión, han ganado ellos, no somos nadie... Pero al final, cuando tienes convicciones colectivas no te las puede cambiar nadie.
Has hablado de intuición. Parece claro que es tu motor.
Sí, es que es exactamente así. Al final he hecho muchísimas películas, he trabajado aquí y allí, y cuando digo que no tengo ni idea, la gente no se lo cree. ¡Pero es que es verdad! Yo ahora, por ejemplo, conozco más del mundo del cine porque he trabajado con más directores, actrices, actores y técnicos. Y en este mundo hay mucha gente que es cinéfila. Pero como yo no lo he sido nunca, y como empecé sin serlo nada, ha pasado que la realidad me ha puesto los pies en el suelo. Yo no he podido relacionar que este director tiene importancia por tal motivo, o que dentro de este momento del cine francés, esta película se relaciona con no sé qué cosa... No, tío, no he podido ir tan lejos. Sigo la intuición, y a veces no estoy de acuerdo con mi representante francés, que me dice que un guion es cojonudo y a mí no me gusta nada. Y hay otros proyectos que me gustan mucho, y no hay un duro para hacerlos, pero los hago. Siempre me he movido así, y, cuando miro los trabajos que he hecho, normalmente me reconozco. Seguro que me he equivocado, siempre hay este riesgo, pero no me puedo quejar, no tengo la impresión de tener que reconducir nada, al contrario, la tengo de abrazar esta manera de hacer. Pienso en cómo empecé y en seguir así, ahora no iré de intelectual, ni hacia una determinada dirección por ves a saber qué motivo.
Hay proyectos que me gustan mucho y no hay un duro para hacerlos, pero los hago
El personaje que haces a Pequeña flor es una especie de gurú excéntrico. Un farsante de manual.
Sí, es un farsante. Es que todos somos un poco farsantes, el mundo está lleno. Suerte que es así, gracias a Dios, y lo digo como ateo militante (río). Cuando eres pequeño te piensas que la vida es como un cuento: que el lobo es el lobo, la caperucita es la caperucita... Pero las cosas no son así, son más complejas, y todo el mundo hace un papel, un personaje. La cosa es que el papel se parezca a ti, que no hagas trampa, que no seas deshonesto. Ahora estoy haciendo filosofía barata (río). Pero no forzosamente tu identidad tiene que ser pura. Y la mía es la de un charnego, mezclada, indepe, con sangre murciana, y soy simpático, pero tengo un carácter y a veces me enfado mal... Pero volviendo a la pregunta, es verdad que mi personaje en Pequeña flor es un farsante, y para montarte un papel de esta envergadura se tiene que tener una personalidad grande, no todo el mundo puede ser un gurú, tienes que tener un carisma para tener discípulos como tiene él. Y que, al final, lo que quiere realmente es tirarse a la mujer del protagonista. Y tiene tan poca vergüenza que es capaz de decírselo a la cara...
¿Hay muchos que te venden la moto, en el mundo del cine?
No especialmente, no más que en el mundo de los lampistas, por ejemplo. En el mundo del cine hay este peso de la imagen, del glamour. Pero es que el cine es la farsa llevada al límite, la farsa hecha marca, hecha sueño. Pero no deja de ser un mundo de cartón-piedra, hacemos ficción, todo es mentira. Pero al final, creo que en el mundo de la interpretación, más que farsante se tiene que ser valiente. O como mínimo, para ser un buen farsante tienes que ser valiente, porque hay un momento en que te quedas solo ante todo el mundo y entonces te toca hacer el trabajo, hacer la escena, hacerla natural, y que se lo traguen. ¿Farsante? Quizás, pero tienes que ser un buen farsante.
El cine es la farsa llevada al límite
Si Pequeña flor habla de alguna cosa, es de la rutina, de sus peligros y de sus cosas buenas. Y no me parece que esté muy presente en el mundo del actor. ¿Cómo te llevas tú con la rutina?
La película te dice que la rutina, al final, te da una seguridad, y eso te tranquiliza en un mundo tan caótico. Eso va a personas. Yo llevo muy bien la poca rutina, y no sólo, personalmente la sufro, porque soy muy malo en el marco de los hábitos. Soy un desastre en eso, porque mi vida es poco rutinaria. Aunque... muchas veces me preguntan cómo puedo hacer cuatro o cinco películas en un año: es que quizás una de ellas significa tres días de trabajo, y la otra significa seis, porque haces personajes más secundarios. O sea que puede haber bastante espacio libre entre un proyecto y otro. Cuando estás rodando, o cuando te estás preparando para un papel, o cuando lo has estrenado y haces la promoción y las entrevistas, todo eso sí que no es nada rutinario, cambias de lugar, de interlocutor, un día empiezas a trabajar a las seis de la mañana y otro día acabas a aquella hora. En este sentido, todo eso es muy chulo porque vives la vida de muchos colores diferentes. No sé si le pasa a todo el mundo, pero yo a veces tengo la sensación de tener una doble vida. Cuando ruedo es una cosa, y cuando vuelvo a casa, que en realidad es la mayor parte del año, es otro mundo, y es donde tengo que tener unos ciertos hábitos. Y es aquí donde sufro, soy uno patata. ¡Yo, en el caos soy un puto crack! En el caos, al improvisar...
En el caos soy un puto crack
Hablábamos de que Pequeña flor no es una película convencional. ¡Pero tú tampoco lo eres!
(río) No sé qué decirte. Yo no me doy mucha cuenta. Supongo que también tiene a ver a quién tienes en frente, el tono de la conversación, si lo conoces más o menos, si estoy contigo o en una tele francesa con un señor muy serio. Todo el mundo es diferente, y hay gente que parece antipático y la escuchas hablar y ves que no está mal aquello que dice, o al revés. Quizás sí que tengo una personalidad un poco particular, y quizás por eso me dan personajes raros, extravagantes. Yo intento actuar de forma natural, y quizás el cine ha contribuido a consolidar esta personalidad particular: unos personajes te llevan a otros. Y eso que no estoy en Francia, ni en Madrid, ni siquiera en Barcelona, estoy en mi pueblo. Toda una serie de cosas que han alimentado la idea de quién cojones es este tipo...
Lo digo desde la perspectiva del periodista... Siempre me has parecido un tío muy normal, sin estas corazas que acostumbran a llevar actores y actrices. Eres minoría.
Pues si la mayoría lo esconde, es que lo que hacemos la minoría no es normal. Así que no seré tan normal, por lo visto, soy de los raros... (río) No lo sé, pero sí que noto que ser normal en un contexto tan poco normal es una cosa excepcional. Yo cuando llego a un rodaje siempre le doy los buenos días a todo el mundo. Soy un pesado, pero porque me siento más a gusto si conozco al equipo a la hora de hacer mi trabajo. Y la gente encuentra excepcional eso que salude, pero tampoco soy el único que lo hace, eh... Los actores vivimos en un terreno de privilegio, somos unos escogidos, somos los guais, entonces dices buenos días y la gente piensa: "hostia, qué majo, qué simpático". No lo sé, por aquí vamos tirando...