Mònica Bofill dirige en el TNC el espectáculo Entrevistes breus amb dones excepcionals, un texto que Joan Yago escribió en 2016 y que se estrenó primero en París y en Montreal, con traducción de Laurent Gallardo. Esta temporada, el dramaturgo de La Calórica, que ha escrito muchas piezas también fuera de la compañía —entre otros, You say tomato, El futur, Sis personatges, Tot el que passarà a partir d’ara y Breve historia del ferrocarril español—, ha tenido, tiene o tendrá en cartel estrenos y reposiciones como Le congrés ne marche pas, Fairfly y Breu història del western. Sin ningún tipo de duda, es uno de los autores teatrales más sólidos y exitosos con que contamos.
La obra, consistente en cinco entrevistas independientes a mujeres que defienden ideas radicales o se caracterizan por alguna peculiaridad insólita, ha sido sometida a una actualización que incluye algunos cambios y coletillas. El título parafrasea un célebre —y cáustico— relato de David Foster Wallace, Breves entrevistas con hombres repulsivos (Brief Interviews with Hideous Men, 1999), que exponía con lucidez los puntos oscuros de una sociedad entregada en busca del éxito y la felicidad. Aquí la repulsión ha cedido paso a la excepcionalidad —que no deja de ser irónica, claro está—, y el femenino genérico sirve para hablar de la humanidad. Yago parte de conflictos actuales y ficciona referentes más o menos reales de la cultura norteamericana, que se encuentra en un estado más avanzado de promoción de rarezas y validación de conductas individuales cuando menos controvertidas.
La dirección de Bofill ofrece una aproximación hiperrealista a los personajes, opción que no excluye la ironía, claro está. De hecho, el humor lo lubrifica todo, en una propuesta con formato televisivo que nos pone en frente un muestrario de personajes estrafalarios que exhiben egos hipertrofiados, planteamientos extremistas y discursos reaccionarios en nombre de la libertad. Cabe decir que una de las fuentes de inspiración para Yago, aparte de Wallace, ha sido el freak show sensacionalista My Strange Addiction, a pesar de que el autor catalán —definido por Clàudia Cedó como "el dramaturgo empàtic"— se aleja de la morbosidad para buscar o desafiar la empatía de los espectadores.
Los personajes exhiben egos hipertrofiados, planteamientos extremistas y discursos reaccionarios en nombre de la libertad
La sensacional escenografía de Joana Martí juega a suscitar algunos módulos y ocultar otros, en un dispositivo de múltiples compartimentos que cuenta también con un segundo nivel y al cual se añaden elementos portátiles como burras, mesas auxiliares e incluso una interfaz cerebro-máquina. El primer personaje a ocupar este espacio es la Barbie Humana, una poderosa Elisabet Casanovas que se abre paso con movimientos de muñeca hasta el centro del escenario, desde donde se nos dirigirá con una estudiada seguridad y armoniosos asentimientos de cabeza a cada afirmación de la presentadora. Su discurso, fundamentado en el autoperfeccionamiento individual y el menosprecio por la colectividad, resulta enormemente perturbador, especialmente cuando, a vuelco de unos peregrinos viajes astrales, se remonta a una extinta raza de semidioses.
Anna Barrachina está espléndida en el papel de una representante electa de la asamblea estatal de Nevada y miembro activa de un colectivo armado de ideología conservadora libertaria. Persuasiva, furiosamente populista, afirma haber nacido en el mejor país del mundo y defiende la tenencia de armas como un derecho constitucional. Con la lección bien aprendida, se ingenia muchas estrategias para ganarse al público y enredarlo con sus tramposas comparaciones. Por su parte, Muntsa Alcañiz interpreta a la inquietante y conmovedora Rosie, una mujer trans-edad que ha renunciado a su vida profesional y a sus hijos para vivir como una niña de seis años y sentirse protegida.
En la cuarta entrevista, una diseñadora industrial —Yolanda Sikara— explica el proyecto transhumanista en el cual trabaja y que tiene como objetivo conseguir la transferencia de conciencias humanas en dispositivos artificiales para alargar la vida —"el deseo de vivir nunca es un deseo perverso"— hasta el límite de la inmortalidad. Sin resultar en ningún caso invasiva, utiliza un discurso convincente y comprensible para los no versados en ciencia. Eso sí, cuando afirma que la gente tiene una visión muy triste de lo que significa ser humano, no se sitúa muy lejos de los argumentos de Barbie. Finalmente, Miranda Gas se pone en la piel —¡azul!— de una granjera que, por causa de la ingesta y aplicación continuada de plata coloidal, se ha vuelto azul por fuera y también por dentro: "darle un beso es como llenarse la boca de monedas". Mònica Almirall, presente en todas las interacciones por su rol de entrevistadora, alterna el tono incisivo con la amabilidad contemporizadora. En algunos momentos, incurre en un paternalismo indiferente; en otros, sus intervenciones adquieren un sesgo más sensacionalista.
En el centro de todos los discursos encontramos el cuerpo: se habla en términos de optimización, patología, autodefensa y obstáculo para la inmortalidad
Los retratos, maravillosamente defendidos por las actrices, incluyen esoterismo, desafío a la biología y un infantilismo ligado al abandono de responsabilidades. En el centro de todos los discursos encontramos el cuerpo: se habla en términos de optimización, patología, autodefensa y obstáculo para la inmortalidad. El elegante envoltorio, con música en directo, y la neutralidad en la presentación de los personajes —con posicionamientos radicales que explotan la lógica del neoliberalismo y la obsesión por la autoimagen— nos ahorran la sordidez y la caricatura. Ayuda también que ninguna de las mujeres se comporta de una manera deliberadamente cínica, por más que todas —excepto las granjeras de la última entrevista— han construido su discurso a conciencia, con una retórica muy pensada. El conjunto se complementa con dos excursos que acaban revelándose inoperantes o accesorios, aunque favorecen la intersección indirecta de algunas historias y aportan una dimensión metateatral.