Burgos (Corona castellanoleonesa), 25 de septiembre de 1506. Hace 518 años. Felipe de Habsburgo (llamado "el Hermoso"), esposo de la reina Juana I de Castilla y León (mal llamada "la Loca") y yerno del rey Fernando II de Catalunya y Aragón (llamado "el Católico"), moría tras cinco días de agonía. Oficialmente, había muerto por una neumonía, pero el cuadro médico que presentaba era el de un envenenamiento. La desaparición de Felipe, que hasta entonces actuaba como rey de facto de la Corona castellanoleonesa, abriría, de nuevo, las puertas del trono de Toledo a su suegro Fernando, retirado a Barcelona desde la muerte de Isabel la Católica (1504), y restauraría el debate de lo que tenía que ser la monarquía hispánica. El envenenamiento de Felipe, como el de otros monarcas de su época, sería la proyección de la guerra a los pasillos de palacio.

Enrique VIII, Caterina de Aragón y Enrique VII. Font The Royal Collection y The National Portrait Gallaery
Enrique VIII, Catalina de Aragón y Enrique VII / Fuente: The Royal Collection y The National Portrait Gallery

La misteriosa muerte de Felipe de Habsburgo

Isabel la Católica nunca había confiado en Fernando y en su entorno catalanovalenciano. Y cuando la muerte se cernía sobre ella, testó a favor de Juana, su descendiente superviviente de mayor edad. Juana estaba casada con Felipe de Habsburgo (1496), pero tenía un problema de salud mental, originado por la brutal presión que le había dispensado su suegro Maximiliano (hoy lo llamamos mobbing) y aumentado por las venéreas que le había contagiado su marido Felipe (sífilis). A la muerte de la Católica (1504), las maniobras de Fernando para usurpar el trono a Juana no habían servido de nada. Las cortes castellanoleonesas, que desconfiaban del Católico —más, todavía, que su difunta— lo habían expulsado con la cita que haría historia "viejo catalanote, vuélvete a tu nación". Juana reinaría, pero solo de nombre. Quien gobernaría de facto sería su marido Felipe, con la fórmula "iure uxor".

Una parte de la historiografía española pone en cuestión la muerte por envenenamiento del "Hermoso". Pero todos los elementos que orbitan en torno a ese hecho apuntan a lo contrario. Según las fuentes documentales, a mediados de septiembre de 1506, Felipe viajó a Burgos. El día 16 jugó un partido de pelota "en un lugar frío" (?). Al día siguiente presentaba un cuadro de fiebre y malestar. El día 20 escupía sangre. Y tras cuatro días de agonía, moría la noche del 24 al 25. Otro elemento, tan sospechoso que resulta definitivo, es el detalle de que "el Hermoso" se había alojado y acabaría expirando en la residencia de Bernardino Fernández de Velasco, condestable de Castilla, y de su mujer Juana de Aragón-Nicolau, hija natural de Fernando el Católico. En este punto, es muy importante destacar que Fernando siempre cultivó una relación muy estrecha con sus hijos ilegítimos.

Francesc de Bretaña, Mademoiselle de l'Estrange i Francesc I de Francia. Fuente Museo Condé y Museo del Louvre
Francisco de Bretaña, Mademoiselle de l'Estrange y Francisco I de Francia / Fuente: Museo Condé y Museo del Louvre

La misteriosa muerte de Catalina de Aragón

A finales del siglo XV, las emergentes clases mercantiles de Londres y Brístol habían llevado a los Tudor (la secundaria pero ambiciosa rama galesa de los York) hasta el trono. Y Enrique VII (el primer Tudor, y padre y antecesor de Enrique VIII) había buscado una alianza con una estirpe continental poderosa, que debía ayudarle a disipar disidencias internas y amenazas externas. El matrimonio entre Arturo, el efímero heredero de Enrique VII, y Catalina de Aragón, la hija pequeña de los Reyes Católicos, se celebró en este contexto de pacto (1501). Arturo murió al cabo de unas semanas, víctima de una extraña enfermedad denominada "sudor inglés". Pero Catalina no fue devuelta, sino que, por orden (... y ¡por interés!) de Enrique VII, fue alojada permanentemente en la corte de Londres, y ocho años más tarde (1509) fue casada con Enrique VIII, hermano pequeño y sucesor del difunto Arturo.

El 7 de enero de 1536, en Kimbolton, moría Catalina de Aragón. Oficialmente, debido a un tumor en el corazón. Pero sus partidarios (el partido católico aristocrático) enseguida señalaron al rey Enrique VIII y a su nueva y flamante esposa Ana Bolena. El rey y la Bolena se habían casado tres años antes (1533) y la reforma anglicana avanzaba imparable, pero Catalina, que no aceptaba el divorcio, se había convertido en un estorbo. Catalina, tía de Carlos de Gante, era, también, la mejor garantía de una alianza hispanoinglesa, que siempre había sido más una tutela hispánica que un verdadero pacto entre iguales, y que Enrique, con una potente marina de nueva creación, ya no tenía ningún interés en conservar. Algunas fuentes afirmarían que un pariente de Enrique la había visitado y en algún momento le había vertido "unos minerales en la copa de vino rosado".

Felipe, Joana y Ferran. Fuente Kunsthistorisches Museum
Felipe, Juana y Fernando / Fuente: Kunsthistorisches Museum

La misteriosa muerte de Francisco de Bretaña

Meses después de la misteriosa muerte de Catalina, se producía otra ilustre y sospechosa defunción. El 10 de agosto de 1536, en un discreto castillo cerca de Lyon, moría en extrañas circunstancias el delfín de Francia. Francisco, hijo primogénito del rey Francisco I de Francia y de Claudia, duquesa independiente de Bretaña. Había sido proclamado soberano bretón a la muerte de su madre (1532). Pero no contaba ni con el apoyo de su padre —que lo boicoteaba para usurparle su herencia materna— ni con el de los estamentos bretones —que lo veían como un intruso—. Cuando se había celebrado el matrimonio de sus padres (1514), Francisco, el viejo, todavía no era rey de Francia, sin embargo, en previsión de lo que podía pasar —y acabaría pasando—, habían forzado la inclusión de una cláusula que establecía que el ducado de Bretaña no sería para el primogénito, sino para el segundo hijo de la pareja.

Hostilizado por todas partes, el joven Francisco, de 18 años, buscó apoyo en su entorno y confió su destino a su amante, Mademoiselle de l'Estrange, una cortesana inteligente y decidida que le doblaba en edad, pero sin el poder necesario para cambiar el destino del delfín. La situación se precipitaría en el momento en el que su hermano pequeño Enrique se casó con la ambiciosa Catalina de Médici (1533), hija de Lorenzo II, duque independiente de Toscana. El delfín murió vomitando sangre, y su padre, el rey Francisco I, proclamaría que Carlos de Gante, monarca hispánico y gran rival del francés por el liderazgo europeo, había pagado a un secuaz para causar esa muerte. En cambio, la pareja Enrique-Catalina, ambos de 17 años, y que lo sucedían en todos los títulos y honores, sugerirían que el delfín había muerto tras una noche de excesos en la cama de L'Estrange.

Joana de Aragón Nicolau, Anna Bolena y Caterina de Médici. Fuente Museo del Louvre y The National Portarit Gallery
Juana de Aragón Nicolau, Ana Bolena y Catalina de Médici / Fuente: Museo del Louvre y The National Portrait Gallery

Muertes "útiles"

Todas estas muertes, precipitadas e inesperadas, tuvieron un impacto que fue mucho más allá de un gran oficio religioso. El envenenamiento de Felipe de Habsburgo retornó a Fernando el Católico a la primera línea de la escena política peninsular y a la restauración del viejo proyecto Trastámara de liderazgo europeo, que finalmente, y por otros motivos, no sería posible. El envenenamiento de Catalina de Aragón reforzaría el proyecto Tudor, que ambicionaba convertir Inglaterra en una potencia naval y colonial, totalmente liberada de la tutela hispánica. Y el envenenamiento de Francisco de Valois pondría punto y final a la independencia del milenario ducado bretón, completaría el mapa costero que siempre habían ambicionado los reyes franceses (un traspaís completamente orientado al océano de los grandes viajes) y colocaría a Francia en posición de disputar el liderazgo continental a los hispánicos.