Barcelona, 26 de abril de 1821. Hace 202 años. Erasme de Gònima i Passarell moría a causa de la explosión de la caldera de una máquina experimental en su fábrica de la calle de la Riera Alta. Gònima, que había empezado su carrera empresarial desde cero, había acumulado una fortuna y, desde muchos años antes de aquel suceso, ya era el hombre más rico de Catalunya. Más que cualquiera de las familias de la nobleza colaboracionista de Barcelona, enriquecidas con las prebendas y privilegios que obtenían del régimen. Gònima no tan solo fue un emprendedor que marcó una época, sino que fue la personificación de un proceso de transformación social y económica que anticipaba la Revolución Industrial, y que cambiaría, para siempre, la fisonomía de Barcelona y de Catalunya.

¿De dónde venía Erasme Gònima?

Erasme de Gònima había nacido en Moià el año 1746, en una familia de tejedores de lana de extracción humilde que, al final de siglo, emigró a Barcelona en busca de una existencia de oportunidades (1751). Cuando la familia Gònima se estableció en Barcelona, el país estaba saliendo de la terrible crisis económica provocada por el régimen borbónico durante y después de la ocupación de 1714. En aquel momento se estaba implantando con fuerza un revolucionario modelo comercial, procedente de la península italiana, que consistía en destinar una parte del tradicional obrador a espacio exclusivamente para la venta. Estaba naciendo el modelo tienda, con sus elementos más característicos (el escaparate, el mostrador, las repisas). Y los Gònima se sumaron a aquella inercia que invadía la ciudad.

Representación del Pla de Palau, con la Casa de la Llotja (principios del siglo XIX) / Fuente: Casa de la Llotja

¿Cómo empieza Erasme Gònima?

Según las fuentes documentales, Erasme empezó a trabajar —cuando todavía era un niño— en la fábrica de indianas Magarola, situada en el barrio del Raval de Barcelona. Desde el primer momento hizo gala de una extraordinaria inteligencia natural. Y, con pocos años, escaló todos los peldaños de la jerarquía laboral. Había empezado como aprendiz a los once años (1757) y a los veinte (1766) ya era el director técnico de la fábrica. Esta espectacular progresión profesional le abrió las puertas del ascensor social. Y el mismo año, se casaba con Ignasia Coll i Viladomiu, hija y nieta de dos importantes estirpes de fabricantes de indianas. Gònima, hijo de un modesto emigrante de la Catalunya rural, entraba por la puerta grande en el núcleo del selecto grupo de fabricantes de Barcelona.

Una Catalunya en transformación

La progresión profesional y el ascenso social del joven Gònima revelan que en Catalunya las cosas estaban cambiando. Un tiempo antes, al inicio del proceso de industrialización (siglo XVII), la espectacular trayectoria de Gònima no habría sido posible, porque la rigidez del sistema que imponían a los gremios lo habría impedido. Pero, en aquel final de siglo XVIII, el sistema gremial tocaba campanas de muerte. Especialmente represaliados por el régimen borbónico después de la ocupación de 1714 (los gremios urbanos habían sido el núcleo de la Revolución austriacista de 1705), habían cedido el protagonismo económico y la iniciativa empresarial a las nuevas estirpes familiares de emprendedores, que desde su posición aceleraban la desaparición de aquellas viejas estructuras.

¿En qué momento Gònima se convierte en empresario?

No obstante, aquella sociedad en plena transformación conservaba y mantenía aquellas viejas estructuras como un testimonio de la Catalunya anterior a 1714. No olvidemos que Antoni de Capmany, la única figura mínimamente relevante de la Ilustración catalana y posteriormente presidente de las Cortes de Cádiz (1810), fue un firme defensor del sistema gremial. El 1780 Gònima hacía el tradicional examen del gremio para volverse maestro, que en aquel contexto significaba que el corpus industrial de la ciudad lo autorizaba a plantar su propia fábrica. Esta industria debió funcionar muy bien, porque once años más tarde (1790) Erasme empleaba 57.000 reales de billón en la compra de un título nobiliario que le permitiría introducir la preposición de entre el nombre y el apellido.

Grabado que representa la fábrica Gònima / Fuente: Enciclopèdia

Gònima, probonapartista

El año 1802, los príncipes Fernando (futuro Fernando VII) y María Antonia visitaban Barcelona, y se interesaban por el proceso de industrialización de Catalunya, único territorio del reino español que experimentaba aquel fenómeno. Las fuentes documentales confirman que Fernando y María Antonia estuvieron en la fábrica Gònima, en la calle de la Riera Alta, que en aquel momento era la más grande de Catalunya y de la península Ibérica. Pero aquella visita nunca tuvo ninguna influencia en el pensamiento de Gònima. Seis años después (1808), Catalunya fue incorporada a Francia (1808) y Gònima se convirtió en un entusiasta del nuevo régimen bonapartista. Durante aquella etapa (1808-1814) hizo grandes negocios con la administración francesa e incrementó notablemente su fortuna.

Gònima y la pasión por la modernización

Pero si hay alguna cosa que destaca, especialmente, en la figura y en la trayectoria de Gònima es su capacidad de gestión. Durante su larga etapa como empresario (1780-1821) viajó por todos los centros fabriles de Europa, para conocer e importar las innovaciones tecnológicas que revolucionaban la industria de la época. Incluso, llegó a crear una fábrica de maquinaria industrial en Barcelona para ensayar nuevos sistemas de mecanización. Su pasión por modernizar y optimizar su sistema de producción lo tuvo siempre al pie del cañón, comprobando el éxito o el fracaso de los métodos que experimentaba. Y se puede decir que fue así hasta el último momento de su vida. La muerte lo alcanzó por la explosión de una caldera experimental.

Grabado de Barcelona (1750) / Fuente: Cartoteca de Catalunya

Gònima y sus trabajadores

En aquel contexto, la mecanización de las fábricas equivalía a la destrucción de puestos de trabajo. Y eso puede llevar a pensar que para la ideología de Gònima, los trabajadores de su fábrica tenían un papel secundario. La realidad, sin embargo, es bien diferente. La investigación historiográfica estima que, hacia 1802, Gònima tenía una plantilla en torno a los 1.000 trabajadores, y la misma investigación confirma que siempre tuvo una relación muy estrecha con ellos. Por ejemplo, antes de que lo alcanzara la muerte, había previsto la construcción de una primera promoción de noventa viviendas para las familias de sus trabajadores, que tenía que contribuir a paliar el déficit de vivienda que, ya en aquel momento, era un grave problema para las clases trabajadoras de la ciudad.