Imagen superior: 'El HMS Erebus atraviesa la cadena de icebergs', por John Davis / ÁdlL

El 2 de septiembre del 2014, ahora hace cinco años y pico, tuvo lugar en Nunavut, el territorio inuit del Canadá, un descubrimiento que sirvió para cerrar una de las historias más trágicas de la exploración marítima. El pecio del barco Erebus fue encontrado en el marco de la enésima investigación que buscaba pruebas de que le pasó a la expedición británica que, comandada por John Franklyn, zarpó de Inglaterra en 1845 en busca del paso del Noroeste y que desapareció en algún momento de los tres años siguientes junto con el otro barco de la expedición, el Terror. De los 129 miembros de la partida ninguno volvió para poder explicar exactamente qué había pasado.

Ahora, el libro Erebus. Historia de un barco (Ático de los Libros, 2019) recupera la increíble aventura de un barco que desapareció en aguas del Ártico pero que anteriormente recorrió el océano Antártico y tuvo un papel destacado en la exploración marítima de la primera mitad del siglo XIX. El Erebus, en compañía del Terror, viajó a los confines del planeta, dos veces de hecho, primero por el Antártico y después por el Ártico. Del segundo viaje al fin del mundo no regresó nadie, pero más allá del desastre queda una historia épica y apasionante por explicar.

El autor del libro es Michael Palin, miembro de los Monty Python / Wikimèdia

Y quien ha querido afrontar el reto de hacerlo ha sido Michael Palin, conocido por ser uno de los miembros de Monty Python pero que aparte del humor también se ha dedicado a la divulgación de la geografía física y humana del mundo, principalmente en varias series documentales de viajes. Conocedor infatigable de todos los rincones del mundo y presidente entre 2009 y 2012 de la Real Sociedad Geográfica (Reino Unido), Palin, de 76 años, ha querido ahora narrar con todo detalle una parte importante de la historia de la exploración marítima centrándose no en sus protagonistas humanos -que también- sino en el barco que lo hizo todo posible. Y todo ello salpimentado con descripciones actualizadas de algunos de los lugares por donde el Erebus echó el ancla, visitados recientemente por el mismo autor.

Un buque de guerra para tiempos de paz

El HMS Erebus fue botado el 7 de junio de 1826 en los astilleros de Pembroke (Gales). Su nombre remite a Érebo, divinidad de la mitología griega que representa el corazón del inframundo. Un nombre para dar miedo para una bombarda -un tipo de barco caracterizado por su robustez, ya que su principal cometido era aguantar el peso y el retroceso de los grandes morteros que transportaba con el objetivo de bombardear desde una distancia prudente las defensas terrestres de los enemigos- que, a pesar de todo, llegó a mar en un periodo de relativa paz.

Hacía ya más de 10 años que Napoleón había sido derrotado en Waterloo y en Europa la paz no se vería sensiblemente rota hasta décadas después. Es en este contexto que el Erebus inicia su primera y última singladura de cariz militar. Entre 1828 y 1830 patrulla el Mediterráneo. Aunque un año antes las escuadras británica, francesa y rusa se habían enfrentado a la turca en el marco de la guerra de Independencia griega en la batalla de Navarino, la misión del Erebus en aguas mediterráneas no fue más allá de "pasear la bandera, recordar a todo el mundo la supremacía naval de su país y fastidiar a los turcos en la medida de lo posible". En dos años de servicio nunca disparó en combate.

Más al sur que nadie

En el año 1830 podría parecer que el Erebus ya había acabado su vida útil y, de hecho, estuvo nueve años retirado en el estuario del río Medvay. Con todo, en 1839 fue recuperado con una misión crucial: encabezar, acompañado del Terror, una misión de exploración en el Antártico. A tal fin el barco fue desmilitarizado y transformado, eliminados los dos morteros y de sus doce cañones, aquellos que sólo sirvieron para disparar salvas, sólo quedaron dos. Ahora el Erebus, con sus 31,6 metros de eslora, se podía dedicar de lleno a la investigación.

El proyecto era suficientemente ambicioso: un viaje de prácticamente cuatro años de duración con varios objetivos por el camino como mediciones magnéticas, observaciones biológicas y cartografiado de tierras desconocidas, pero sobre todo se intentaba llegar al polo sur magnético. Y para eso se escogió para comandar la expedición a un hombre que ya había estado en el polo norte magnético, el capitán James Clark Ross.

James Clark Ross, capitán del Erebus durante el viaje al océano Artàntic / ÁdlL

Entre 1839 y 1843, el Erebus y el Terror surcaron los mares más meridionales del planeta. No llegaron al polo sur magnético, pero a cambio, viajaron más al sur que ningún otro barco -y ningún otro humano- había viajado nunca. Desde su base en la isla de Tasmania -entonces denominada Tierra de Van Diemen- surcaron el Antártico y dejaron constancia de nuevos descubrimientos geográficos, como la gran barrera de hielo, un muro de más de 600 kilómetros de largo y hasta cincuenta metros de alto que hoy en día conocemos, efectivamente, como Barrera de Hielo de Ross, quien la descubrió el 28 de enero de 1841.

En 1843, después de tres incursiones en la Antártida, una escala en las Malvinas y una expedición a la Tierra del Fuego, el Erebus volvió a Inglaterra, dando por acabada una expedición que fue primordial para la expedición marítima y que llevó al capitán Ross y su tripulación a los confines del mundo... pero había otros viajes al fin del mundo, y el Erebus no tardaría en protagonizar otro más.

El paso del Noroeste

A mediados del siglo XIX se vive el gran momento de exploraciones que busca cerrar el conocimiento del mundo. Con todo, los objetivos no son sólo de cariz científico, también pesa, y mucho, el objetivo político de ser los primeros al llegar a un lugar y tomar posesión. También se busca el dominio del mar y de las vías de comunicación y su explotación comercial, y aquí es donde juega un papel destacado el llamado paso del Noroeste, es decir, la vía marítima que deberia unir el Atlántico y el Pacífico por el norte de América, en sustitución del paso del sur por el estrecho de Magallanes o la cabo de Hornos.

 

Ruta principal y alternativas del paso del Noroeste / Wikimèdia

La importancia política de aquella vía en un contexto en que los Estados Unidos ya se habían independizado y Alaska era un asentamiento ruso era de primer orden para Gran Bretaña, que desde sus dominios del Canadá tenía la mejor base para llevar a cabo la expedición. John Barrow, a la sazón segundo secretario del Almirantazgo lo tenía claro: la navegación por aquel paso, "si se permite que la lleve a cabo otra potencia, Inglaterra será el hazmerreír de todo el mundo por haberse quedado en el umbral". Así, en 1844 empezó a tomar forma una nueva expedición con un objetivo claro, recorrer el paso del Noroeste para mayor gloria de Inglaterra.

El hombre que se comió sus botas

Para comandar la expedición se pensó en Ross, pero este declinó aduciendo que ya tenían bastante, de exploraciones, de manera que la responsabilidad recayó en John Franklin, amigo de Ross y conocido por ser "el hombre que se comió sus botas", en recuerdo al episodio que vivió durante la expedición terrestre en el norte del Canadá en los años 1819-1820 dentro de una batería de expediciones impulsadas con el objetivo de cartografiar las posibles vías del paso del Noroeste. Franklin volvió de aquella expedición, pero al precio de perder buena parte de sus acompañantes cuando se acabaron las reservas de alimentos, hecho que los llevó a comerse el calzado, mocasines de cuero sin curtir, para "fortalecer el estómago".

El desdichado John Franklyn, capitán del Erebus en su misión ártica / Wikimèdia

Franklyn pasó pues a ser el nuevo capitán del Erebus y, junto con el Terror, zarpó el 19 de mayo de 1845. A finales de julio dejó atrás Groenlandia, donde fue visto por última vez con vida. Se contaba con que los barcos balleneros que se encontraran con la expedición pudieran dar fe de sus progresos, pero no fue así. De sopetón no se supo nada más.

Con el tiempo, las alarmas se dispararon. La mujer de Franklyn, Jane, fue la principal dinamizadora de las expediciones de rescate, una de las cuales fue comandada por Ross. Pero no hubo resultados.

Reconstruir el rompecabezas

En 1850, cinco años después de la partida del Erebus, empezaron a encontrarse algunos restos: "fragmentos de suministros navales, harapos, latas de carne en conserva..." y poco después, tres tumbas en la isla de Beechey, que demostraban que la expedición continuaba en activo a mediados de 1846 a pesar de las tres muertes, una de ellas la del fogonero John Torrington, el cuerpo del cual fue exhumado en 1984 para descubrir un inquietante buen estado de conservación favorecido por las bajas temperaturas.

 

El inquietante cuerpo de John Torrington, exhumado en 1984 / AdlL

Inglaterra vivió entonces una fiebre para intentar encontrar a los eventuales supervivientes, con recompensas incluidas, o, en todo caso, reconstruir el rompecabezas de lo que había pasado. Fue el doctor John Rae quien, en el marco de una expedición terrestre, contactó con inuits locales, los cuales aseguraron haber visto hombres blancos vivos hacia 1850 y cuatro años más tarde habrían localizado un grupo de una treintena de cadáveres, cuyos restos, según la versión inuit, llevaban a concluir que los supervivientes recurrieron al canibalismo, un extremo que no gustó nada a la sociedad inglesa.

En 1859 se localizó la llamada nota del cabo Victoria, un documento dejado por los tripulantes del Erebus con varios añadidos donde se explican las dificultades que encontraron para superar la banquisa -el hielo flotante en el mar, principal escollo para la navegación- y confirmaban lo que toda Inglaterra menos Jane Franklyn daban por hecho: John Franklyn había muerto, concretamente el 11 de junio de 1847.

Las piezas finalmente encajaban. La expedición no había conseguido superar los retos del Ártico y sus tripulantes habían muerto. Las causas del fracaso de la expedición podían ser muchas: enfermedades, desorientación, decisiones equivocadas, una capa de hielo mayor del habitual, o incluso sospechas de un envenenamiento por el exceso de plomo en las latas de carne. Ríos de tinta se sucedieron para dotar a los héroes del Erebus y el Terror de la épica del ser humano que lucha contra los elementos. Se trató de olvidar el supuesto episodio de canibalismo y se erigieron estatuas y memoriales para las víctimas, e incluso se miró de convencer a la opinión pública de que, a pesar del desenlace final, Franklyn había realmente encontrado el camino del paso del Noroeste. Nada era bastante para recordar a los héroes pero... ¿y los barcos?

El círculo se cierra

Hay varias teorías sobre lo que pasó en los barcos, y testimonios inuit aseguran haberlos visto con tripulación atascados en la banquisa. Sea como sea en un momento dado fueron abandonados y cuando el hielo se fundió quedaron a la deriva. El Erebus fue localizado en el 2014 en aguas poco profundas, sólo de once metros, lo que quiere decir que su arboladura tenía que salir más de treinta metros por encima del nivel del mar antes de caer carcomida por la sal.

Vídeo: Imágenes submarinas del pecio del Terror

El descubrimiento del pecio del Terror es todavía más reciente. El 3 de septiembre del 2016 fue localizado a unos ochenta kilómetros de donde se encontró el Erebus. Los dos barcos han sido investigados e incluso este pasado agosto se han podido ver imágenes submarinas del Terror con un sorprendente estado de conservación. El círculo se cierra así, pero la investigación continúa.

Colofón: el cambio climático

El paso del Noroeste, allí donde murieron Franklyn y el centenar largo de los miembros de la expedición, fue durante mucho tiempo la última frontera. El primero en atravesarlo por mar -y que volvió para explicarlo- fue el noruego Roal Amundsen en 1906. Desde entonces hasta ahora ha sido atravesado por todo tipo de embarcaciones, mayoritariamente de tipo científico o militar, pero desde hace pocos años es también surcado por cruceros adaptados para la navegación de aquellas aguas, como también pasa en el océano Antártico.

El interés comercial de esta ruta siempre ha sido evidente, pero la paradoja es que la apertura del paso puede ser una realidad a consecuencia del cambio climático, ya que el calentamiento global puede llegar a liberar aquella zona de los hielos que impiden el paso.

El mismo Michael Palin, que ha surcado las aguas a bordo del buque oceanográfico ruso Akademik Serguey Vavilov, reconvertido en crucero polar, se plantea la posibilidad de que sea el cambio climático lo que finalmente haga posible una navegación alternativa entre el Atlántico y el Pacífico que para los intercambios comerciales del norte de América con Asia supondría un ahorro de diez días con respecto a la ruta de Panamá.

 

El buque oceanográfico ruso Akademik Serguey Vavilov, reconvertido en crucero polar / Wikimèdia

Es decir, un efecto negativo para el equilibrio del planeta podría tener interés comercial, aunque el autor del libro se quedó sin hacer la travesía completa precisamente porque la banquisa se lo impidió. Y es que según Palin, el efecto a corto plazo es que el deshielo del Ártico, en vez de liberar el paso del Noroeste de hielo lo que hace es aumentar la banquisa.

Sea como sea, y a pesar de experiencias trágicas como la del Erebus y sus tripulantes, queda en manos de la humanidad actual discernir si hay que explotar un recurso natural o si es mejor preservarlo. Hombres como Ross y Franklyn no habrían tenido ninguna duda de que la exploración era un paso previo a sacar provecho de todo lo que se pudiera. Ahora, más de ciento cincuenta años después, eso ya no parece tan claro.