La estructura de un True Crime convencional es lo bastante sabida: se coge un crimen real, preferiblemente uno en que la resolución fue larga y pesada o bien no se atrapó nunca al asesino, se explican los datos de los qué se dispone (poniendo un especial énfasis en lo que no se sabe y en los misterios resultantes) y, mediante recreaciones o entrevistas en algunos de los implicados, se construye un crescendo dramático que conduce a la revelación o catarsis, o justamente a la falta de estas y la inevitable perpetuación de la sombra de la sospecha. Todo, envuelto en atmósferas turbias, subrayados musicales y una calculada dosificación de pistas para tener el espectador bien pendiente de los giros. Hay de buenos, de muy buenos, y también de tendenciosos y sensacionalistas. Lo que acaba decantando la balanza de la calidad es su relato, el espíritu de denuncia y, también, la capacidad de sus artífices para sortear los clichés.
Como todo género que lleva tiempo en danza, el True Crime ha tomado conciencia de sus propios mecanismos, especialmente porque algunos de los autores que han contribuido a forjarlo ahora intentan volverlo más reflexivo, menos acostumbrado a manierismos. Aquí reside el verdadero interés de Escena del crimen: Desaparición en el Hotel Cecil, donde el ya veterano de la causa Joe Berlinger torpedea unas cuantas convenciones y nos refleja a la obsesión colectiva para ver enigmas y conspiraciones en todas partes.
Esta serie documental de Netflix trata sobre la desaparición de la estudiante canadiense Elisa Lam en el Hotel Cecil de Los Angeles, establecimiento con un largo historial de sucesos macabros. El caso de esta chica levantó mucha polvareda y especulaciones por su escenario, y también porque en las últimas imágenes que se captaron de ella actuaba de una forma errática e incomprensible. Esta grabación de la cámara del ascensor del hotel dio la vuelta al mundo e infinidad de personas se volcaron en las redes a especular sobre lo que se ve, convirtiendo el caso en poco menos que una intriga sobrenatural.
Berlinger y su equipo inician la reconstrucción de los hechos como un True Crime ordinario, recogiendo todo de insinuaciones y opiniones subidas de tono, y dramatizando los escritos de la víctima en su diario. Se entretiene en las singularidades del caso y en las extrañas sincronías que lo caracterizaron, con un montaje muy hábil que nos hace creer que estamos sobre la pista de una verdad no revelada finos ahora. Pero a medida que avanza la narración, la serie muestra su naturaleza. Escena del crimen: Desaparición en el Hotel Cecil es una bofetada con la mano abierta a los que convirtieron a Elisa Lam en el centro de un delirio colectivo que menospreciaba todos sus problemas de salud y sobre todo el impacto emocional que representaba para su familia. Sí, viendo la serie llegas a conocer la verdad sobre lo que le pasó a Elisa, y también otra de muy incómoda: a menudo, la maldad y el morbo residen más en quien mira que los mismos hechos. Y de la misma manera que podemos ser cómplices de un veredicto infundado, Berlinger reflexiona sobre el papel que juega el True Crime en tanto que espejismo de una supuesta realidad.
No es redondo, porque a ratos sucumbe a los efectismos que pretende criticar, pero es interesantísimo y tiene un episodio final realmente espléndido. Aparte que sabe hacernos conscientes de la frágil línea que separa la verdad de la percepción, manifiesta en momentos como aquel en que algunos de los teóricos de la conspiración aseguran ver en el caso de Elisa una reproducción de la película Dark Water. En esta escena la síntesis del problema.