Tarragona, 15 de enero de 1939. Hace 85 años. Últimas semanas de la Guerra Civil española. Las tropas rebeldes franquistas ocupaban la ciudad y el general Yagüe (el responsable del asesinato de 4.000 civiles en el campo de fútbol de Badajoz) ordenaba la celebración de la primera misa de liberación. Tarragona era la capital eclesiástica de Catalunya, pero el arzobispo Vidal i Barraquer estaba en el exilio y el obispo auxiliar Borràs había sido asesinado por las siniestras Patrullas de Control anarquistas. Los soldados de Yagüe sacaron a los vecinos de las casas de los alrededores de la Catedral a punta de bayoneta, con el propósito de llenar el templo; y José Artero, cura castrense del ejército de ocupación, subió al púlpito y clamó "perros catalanes, no merecéis el sol que os alumbra".
La España que amanece
La "perla" de Artero, a pesar del odio que destilaba, no era más que un fugaz detalle del pensamiento que había sustentado el golpe de Estado militar de 1936 y la estrategia de exterminio que había presidido el avance del ejército alzado. Once días más tarde (26 de enero de 1939), el ejército rebelde, comandado por el mismo Yagüe, 'el carnicero de Badajoz', ocupaba Barcelona; la única ciudad de la República que había derrotado por las armas el golpe de Estado de 1936, y la capital del único territorio del estado republicano que había votado y desarrollado un autogobierno. Y en aquel contexto aparece la figura del escritor fascista y propagandista del bando rebelde Ernesto Giménez Caballero, que con sus proclamas daría la auténtica medida del pensamiento de la "España que amanece" (Franco, 1936).
¡Mía!, ¡Nuestra!, ¡De España otra vez!
Pocos días después de la ocupación franquista de Barcelona, el rotativo La Vanguardia Española ("española" por imposición de Serrano Suñer, ministro de gobernación de la Junta de Burgos) publicaba una carta abierta de Giménez Caballero a los catalanes que decía: "El doncel trovador, hecho hierro y sangre, vestido de soldado, entró con España en Barcelona para levantarla del suelo y gritarle ¡Mía!, ¡Nuestra!, ¡De España otra vez! (...) Té maté porque eres mía". Mientras el discurso del propagandista crujía en las páginas de la prensa escrita y retronaba en los micrófonos de Radio Nacional en Barcelona, la capital catalana era una gigantesca mazmorra, dominada por un clima de represión y de terror y presidida por la miseria, enfermedad y muerte.
Té maté porque eres mía
La última parte de la cita de Giménez Caballero ("té maté porque eres mía") ha vuelto, desgraciadamente, a la primera plana de la prensa de la mano de la violencia doméstica. Plantear esta relación puede parecer dar gato por liebre. Pero no es así, porque sería el mismo Giménez Caballero el que, con su discurso, disipa todas las dudas. Según la misma prensa (La Vanguardia Española, edición del 4 de julio de 1939), Giménez Caballero se plantó, de nuevo, en Barcelona y esta vez, directamente desde los micrófonos de Radio Nacional, "dirigió una encendida y apasionada alocución a Catalunya, que fue un acertado canto lírico de lo que ha significado siempre Catalunya (...) para el amor de los españoles de tierra adentro".
El canto lírico
Giménez Caballero proclamó una diatriba que no deja ninguna duda: "Una Catalunya desdeñosa a España y una España que se moría de angustia por su amor, ofreciéndole un ajuar de comprensión y de matrimonio. Pero Catalunya no quiso matrimonio, sino divorcio. Y prefirió, antes que a España, marcharse con franceses, rusos y traidores". Una proclama que, al margen de su esperpéntico contenido, resulta muy ilustrativa, porque el autor nos dibuja el escenario idealizado del nacionalismo español. Un paisaje donde España juega el papel del macho dominante. Y donde Catalunya juega el de hembra ingenua, a veces furcia, necesitada de la patriarcal protección y merecedora del castigo más severo cuando se entrega a los seductores engaños de los enemigos de España.
El doncel trovador
El grotesco imaginario de Giménez Caballero —y el del nacionalismo español que tan bien idealiza en su producción literaria—, culmina con la fabricación de la simbiosis entre su persona y la figura del doncel trovador, el protagonista de su diatriba en Catalunya. Giménez Caballero proclama que él "Canta a Catalunya con el amor vehemente de un español [un amor demostradamente tóxico]. Y la describe cono toda su belleza y destrucción [el agresor que contempla su 'obra']; no como un país de comerciantes, payeses y gente vulgar y propietaria, como la querían presentar algunos bárbaros y superficiales conocedores". Le falta decir "qué bonita es Catalunya, lástima que haya catalanes", que, poco después, popularizaría Santiago Bernabéu.
¿Pero quién era Giménez Caballero?
Ernesto Giménez Caballero (Madrid, 1899-1988) era el hijo de un exitoso comerciante de papelería de la capital española y era un profesor de literatura que, durante la década de 1920, se prodigaría como articulista en diferentes medios de prensa de ideología de izquierdas. Pero lo más destacado de su biografía es el camino que lo llevó del comunismo al fascismo. Los investigadores de historia contemporánea lo consideran un elemento clave en la introducción del fascismo en España (desde la Italia de Mussolini) y en la adaptación de esta ideología al nacionalismo español (que desemboca en el falangismo). Desde la proclamación de la II República hasta el estallido de la Guerra Civil (1931-1936) fue el enlace entre la cúpula fascista italiana y el naciente falangismo español.
¿Qué papel tuvo Giménez Caballero en el bando rebelde?
El golpe de Estado de 1936 cogió Giménez Caballero en Madrid. Pero consiguió huir de la ciudad en una rocambolesca operación (probablemente urdida por el contrabandista y banquero Juan March) y acabó dirigiendo la oficina de propaganda de la Junta de Salamanca, el primer gobierno rebelde (1937). En Salamanca siempre remó, entusiásticamente, a favor del viento y embriagado por el poder y por su propia retórica se permitiría discursos como el que pronunció en el campo de prisioneros republicanos valencianos de Albatera (mayo, 1939): "Estáis a nuestra merced. Si quiero, no tengo más que dar la orden: estas metralletas automáticas que os apuntan dispararían hasta terminar con todos vosotros. No tenemos que responder ante nadie".
La diezmillonésima parte de una mierda
La proclama de Giménez Caballero en Albatera no era ni mejor ni peor que la de Isidro Castrillón López, carcelero del régimen franquista en Catalunya, que ante los 18.000 reclusos de la prisión Modelo de Barcelona (veintidós veces la capacidad de aquel establecimiento) había proclamado: "Hablo a la población reclusa [presos políticos republicanos catalanes]: tenéis que saber que un preso es la diezmillonésima parte de una mierda". Las proclamas de Artero, de Giménez Caballero, o de Castrillón nunca merecieron la reprobación de ningún dirigente franquista. Pero, en cambio, cuando el propagandista propuso unir a Adolf Hitler y Pilar Primo de Rivera (una inversión de géneros y de papeles en el imaginario), la España que amanece crujió como una momia violentada.