El costumbrismo es parte esencial de las series de televisión desde sus inicios, porque al fin y al cabo casa con las propias características del medio: una ficción que nos entra literalmente dentro de casa y, por lo tanto, puede crearnos un adictivo efecto espejo. Esta es una de las (muchas) virtudes de Eso no es Suecia, creada y protagonizada por Aina Clotet y que demuestra, con un estilo tan directo como corrosivo, que en términos de tragicomedia todavía no estaba todo inventado.
Un adictivo efecto espejo
La historia se centra en una pareja que ha decidido ir a vivir a una zona de montaña de Barcelona para huir del caos urbano y dar una mejor vida a sus hijos. También se han intercambiado los roles, ya que Mariana, que durante unos años fue quien asumió las responsabilidades domésticas, es ahora quien trabaja fuera de casa y Samuel es quien se encarga de la crianza de los hijos. Un proyecto, el suyo, que quieren socializar con sus vecinos y que parece ir razonablemente bien hasta que una tragedia golpea la comunidad hasta extremos impensables. Sobre todo en la pareja protagonista, que en el fondo ya vivían entre debates aplazados y frustraciones no verbalizadas.
El costumbrismo es parte esencial de las series de televisión desde sus inicios, porque al fin y al cabo casa con las propias características del medio: una ficción que nos entra literalmente dentro de casa y, por lo tanto, puede crearnos un adictivo efecto espejo
Eso no es Suecia destaca, de entrada, en la forma. No se limita a explicarse de una manera tradicional, sino que apuesta por una narrativa fresca y llena de detalles que ayuda a crear una sensación de inmersión en la vida de los personajes. Te parece, en todo momento, que estás delante de una ventana a un mundo próximo y tangible, porque todas y todos conocemos a gente como Mariana y Samuel, todas y todos hemos tenido conflictos como los suyos (también con sus profundas contradicciones) y todas y todos hemos visto cómo la cotidianidad se ha transformado en una mezcla de dramas y absurdo. Aquí está donde seguramente la serie brilla más, ya que consigue que empatices con lo que pasa, pero a la vez sufres por la incomodidad que puede generar; ríes con determinadas situaciones, pero también se te forma un nudo en la garganta con algunas otras. Los entiendes en muchas decisiones, pero también te entran ganas de entrar en escena para llevarles la contraria.
Te parece, en todo momento, que estás delante de una ventana a un mundo próximo y tangible, porque todas y todos conocemos a gente como Mariana y Samuel, todas y todos hemos tenido conflictos como los suyos y todas y todos hemos visto cómo la cotidianidad se nos ha transformado en una mezcla de dramas y absurdo
Eso no es Suecia sabe interpelar al espectador con una sencillez desarmante, sacando el máximo provecho de unos diálogos muy inteligentes y una suma de tonos que mantienen un equilibrio encomiable. Hace mucho su espléndido reparto, encabezado por la misma Clotet y Marcel Borràs, y la habilidad con que se van dibujando todos los personajes. Están muy bien trabajadas las sutilezas, las miradas y los gestos, todas aquellas cosas que hacen de la vida diaria un libro abierto que no es necesariamente fácil de leer. La serie juega muy bien con las apariencias, con lo que no sabemos de los otros y con el abismo que separa lo que decimos que queremos hacer y lo que acabamos haciendo. Por todo ello, Eso no es Suecia escala directamente en el podio de las mejores series del año.