Tras la Guerra de Cuba (1895-1898), España negoció con Estados Unidos la entrega de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas, pero los negociadores de Madrid no tenían prisa para alcanzar un acuerdo, ya que ello significaba poner la lápida sobre la tumba del Imperio español de ultramar. En aquel contexto, los negociadores estadounidenses reaccionaron con una amenaza que provocaría un gran temblor en los cimientos del poder español.